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Inicio / Cuenteros Locales / Lothmenel / La última de los perdidos

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bueno... antes que todo, quiero aclarar que todos los personajes que aparecen en este capitulo y todos los siguientes, son de mi completa creación y no ha participado nadie mas en ello, por lo que me recervo todos los derechos de esta obra... y bueno, eso, cualquier uso a esto espero me sea notificado antes.. o que pregunten...
La autora


PROLOGO

Los rayos cruzaban unos tras otros el cielo oscurecido por negras nubes, y más allá, por la noche; aunque ella jamás escuchó el retumbar de los truenos, ahogados por el clamos de la batalla y el grito de los hombres.
Las calles habían sido tomadas rápidamente en cuanto el portón de la gran muralla había caído, y ahora los hombres se replegaban, preparados para el final… aunque le parecía extraño, que en aquel paisaje caótico, las altas montañas nevadas permanecieran calladas e impasibles, tan solo presenciando el horror que se desataba a sus pies.
Las casas ardían furiosamente frente a sus ojos, burlándose de todos sus esfuerzos por detener al enemigo, los cadáveres estaban repartidos por donde mirase, y sus aliados no aparecían por ninguna parte; les habían abandonado, todos ellos, a que muriesen arrasados por el enemigo.
Miró a su alrededor distraídamente, anonadada por el desastre y el descontrol; por la bestialidad de ellos mismos y la mueca cruel que cruzaba el rostro de los guerreros. Los sonidos seguían allí, elevándose por sobre los edificios, pero nadie, ni tampoco ella, les prestaba atención, y el viento frío le abrazaba entumeciendo su cuerpo en su quieta observación.
¿Cómo es que habían llegado a todo aquello? Su mente cansada no lograba encontrar la respuesta, aunque sabía estaba allí, escondida entre sus recuerdos. Podía recordar su raza gloriosa, la extinción, el llegar a aquella ciudad… pero luego, sus recuerdos habían sido nublados por la batalla y la destrucción, protegiendo su mente de la devastación.
Parpadeó un par de veces. Tenía la extraña impresión de haberse separado de todo aquello, como si ya no le importase más luchar, y se dedicara solo a buscar, buscar entre los caídos, los que luchaban… sin lograr encontrar.
-¡…Lothmenel, muévete…! – El grito llegó a sus oídos, primero lentamente, como si apenas se abriera paso entre las murallas de sus pensamientos, pero pronto resonó en su mente, acaparando su atención.
Tardó un poco en reaccionar, y ello le costó una flecha ensartada profundamente en su pierna, pero no se detuvo a pensar en ello; demasiado tiempo ya había perdido en sus divagaciones sin sentido. Tenían que correr hacia la fortaleza central donde se estaban reuniendo todos, y ella estaba a cargo. Si no daba la orden nadie más lo haría por ella.
-¡Corran! ¡A la fortaleza! – Su grito pareció perderse entre el clamor general, pero luego de un par de segundos oyó su orden repetirse a su alrededor.
Sin pensarlo dos veces inició su propia carrera hacia el centro de la ciudad.
¿En qué estaba pensando cuando se puso a divagar sobre las montañas? Sacudió bruscamente la cabeza y siguió corriendo junto a sus compañeros a la fortaleza. Estaba agotada, le dolían los brazos y piernas y su cuerpo se negaba a responder con rapidez, como si sus nervios hubieran sido cortados. Desde el atardecer de hace un día que luchaban sin tregua, y ahora nuevamente era de noche, y sentía que sería incapaz de alzar la espada una vez más. Tenía el cabello sucio, bañado en sangre, y sus propias heridas también sangraban, lo suficiente como para preocuparse… pero no era ello lo que le inquietaba.
Miró a su alrededor una vez más, con una vaga esperanza, pero pronto tuvo que regresar la atención a su camino; a la larga callejuela angosta y empedrada, flanqueada por altas casa que alguna vez habían sido hermosamente talladas, pero que ahora ardían en llamas que le hacían entrecerrar los ojos enrojecidos por el cansancio y la ansiedad.
Junto a ella corrían dos de sus compañeros de escuadrón, los últimos que quedaban de otro cien que habían estado a su cargo, muertos uno por uno frente a sus ojos sin piedad alguna, mientras intentaban en vano detener el avance enemigo. Era más que solo odio hacia sus atacantes; era el deseo desesperado de defender aquello que había sido construido con esfuerzo durante generaciones y generaciones, era su hogar y su familia la que defendían con la vida, y muchos de sus hombres la habían perdido en vano; hace horas que tenía claro que no serían capaces de repeler el ataque.
Se detuvo bruscamente, aguzando el oído, y susurró un par de instrucciones, virando a la izquierda y luego hacia la derecha, para evitar una escuadrilla enemiga en su camino.
Entonces sonrió irónicamente.
Que curioso –pensó- que a una joven como ella, que apenas había pasado la mayoría de edad, le confiaran el mando de tantos hombres, cuando los habían mucho más experimentados que ella… aunque su escuadrón estuviera formado por no más que campesinos, que jamás habían empuñado un arma.
- ¡Vamos! – Vociferó, en un intento de dar ánimo a sus compañeros – queda poco, ¡Seguid corriendo!

Respiró hondo, esforzándose por mantener la vista alta, posada sobre el centro de la ciudad donde, podía ver, decenas de soldados llegaban a reunirse llamados por una esperanza infundada; pero no serían suficientes, jamás podrían vencer a sus enemigos de anormal fuerza y resistencia.
Forzó algo más su mirada, intentando distinguir… pero no lo logró e inconscientemente apuró el paso, con el corazón latiendo con rapidez mientras las primeras gotas de la prometida tormenta le mojaban el rostro joven, surcado por la angustia.



-Lo siento, no le hemos visto – La décima respuesta de esta índole fue para ella como un duro golpe en la cabeza, y por un momento se quedo allí, inmóvil, con la lluvia fría congelando su cuerpo agarrotado.
Suspiró luego, y caminó con paso rápido hacia las filas que comenzaban a formarse, sin molestarse por disimular la cojera de su pierna izquierda, de la que aun emanaba sangre.
Estaban aprovechando el inesperado retroceso del enemigo para volver a organizarse, y ello le causaba mala impresión. ¿Por qué querrían sacar las tropas de la ciudad?, relegó la pregunta hacia un rincón de su mente, para atenderla luego.
El cabello castaño le caía sobre el rostro pálido, mientras una de sus manos, la izquierda, se cerraba dolorosamente sobre la empuñadura de su espada. Sus ropas, livianas, se pegaban a su cuerpo bajo la cota de malla, y la herida de su abdomen le entumecía el cuerpo extrañamente. Sabía que debería de estar descansando, pero no deseaba quedarse quieta hasta encontrar lo que buscaba. Finalmente se detuvo para recuperar el aliento, y no pudo evitar que sus ojos agotados se deslizaran silenciosamente sobre la ciudad en llamas, y más allá, sobre el valle salpicado de cuerpos sin vida. Solo quedaba la fortaleza por caer, y todos los guerreros allí reunidos, para que todo el reino de Engarth desapareciera para siempre.
No podía cree lo rápido que había sucedido todo. La noticia del avance del ejército enemigo, el mensaje de los aliados, el nombramiento de los escuadrones, los meses de espionaje y entrenamiento… y todo para morir derrotados de forma casi humillante. Realmente, siempre había abrigado la esperanza de una victoria repentina y heroica, como contaban en las historias, pero aquella ilusión se había ido extinguiendo poco a poco en su pecho, hasta desaparecer, dejando atrás un extraño vacío en su cuerpo; cierto dejo de descuido y arrojo en sus movimientos.
Así estuvo varios minutos, hasta que la lluvia que se estrellaba contra ella le hizo buscar efugio bajo el alero de una casa cercana que aun no había sido invadida por las llamas. Se dejó caer pesadamente sobre la escalinata de piedra, y con manos temblorosas envolvió su cuerpo con la capa raída que colgaba de sus hombros, protegiéndose del frío viento huracanado que se arremolinaba alrededor de los cuerpos cansados.
Cerró los ojos un momento, intentando dominar las lágrimas que amenazaban con escapar de ellos, y respiró hondamente, esforzándose por enajenarse, aunque fuera durante algunos cortos minutos, de aquella situación.
¿Y si había muerto atravesado por una de aquellas negras y curvas espadas?¿Estaría agonizando en algún lugar, suplicando por ayuda…?¿Y si…? Una a una las preguntas abarrotaban sus pensamiento, atormentándole. Se lo había prometido, se dijo a si misma, le había prometido que no moriría antes que ella…
Se estremeció, apretando los puños hasta volver blancos los nudillos de sus dedos.
Repentinamente una suave calidez le envolvió, haciéndole abrir los ojos afligidos para descubrir una seca manta que la envolvía, y un par de pupilas azul profundo que la observaban con curiosidad.
- Así que aquí estás – la voz ronca y suave llenó sus oídos y le hizo sonreír vagamente, con sinceridad – creí que a estas alturas ya estarías muerta, ya sabes… con lo torpe que eres…
-No digas estupideces, sabes que ni mil de ellos hubiera podido conmigo – murmuró como si la hubiera ofendido, esforzándose por mantener el rostro impasible, aunque su pecho se inflaba de dicha – pero a ti, creo que te dejaron vivir solo por que representas mas peligro para nosotros que para ellos.
-Bah, tonterías tuyas, sabes que valgo por diez de ellos – Dijo el joven, cuyo nombre era Dekan, y se sentó a su lado, estirando las piernas con aspecto cansado.
Lothmenel estudió un momento su rostro. Estaba pálido y sus labios tensos delataban su preocupación, aunque se notaba de sobra que intentaba disimularlo. Se fijó un poco más, y vio su negra cabellera algo chamuscada y su brazo cuidadosamente apoyado sobre su vientre.
- Estás herido - Sentenció acusadora, como si le hubiera engañado al no decírselo.
- Y tu también, no creas que no me he dado cuenta - Una sonrisa burlona se esbozó en sus labios, mirando a la joven como si le hubiera ganado en un juego de niños.
Finalmente Lothmenel bajó la mirada, fijándose en una piedrecilla extrañamente negra. ¿Cómo había pensado que resultaría ileso? Era obvio que las heridas eran algo que intentaban ocultar a los demás. Le extrañaría mucho que aunque fuera uno de los hombres que aun quedaban con vida no tuviera herida alguna, pero lo parecía, pues la mayoría de ellos lo callaban, en un intento de subir la moral general fingiendo energías y bríos.
Se movió incómoda, evitando mirarle a los ojos, y pegó su mirada una vez más en las casas llameantes, como si les encontrara fascinantes, y sonrió tristemente, comprendiendo que ya era demasiado tarde para decir lo que desearía haber dicho hacía mucho tiempo, antes de que todo aquello comenzara. Ya no serviría de nada un par de palabras hermosas, más que para afligirle y hacerle pensar que sucedería cuando alguno de los dos cayera…
- He estado soñando los últimos días…Soñaba que morías hoy - La voz apagada de Dekan le apartó de sus pensamientos, haciéndole mirar sus ojos – Morías –continuó- y yo me sentaba a abrazar tu cuerpo, esperando que la muerte me llevara a mi también… y sería justo, por que entonces tu esencia ya no estaría ¿comprendes?... quiero decir, que no es tu cuerpo el que está comprometido con Joshua, es tu esencia, entonces no habría problema con que yo me quedara con tu cuerpo…
- Dekan tu sabes que yo no… - Comenzó, pero sus palabras se fueron apagando, sin que ella llegara a terminar la frase – mejor olvídalo.
Le miró un momento más antes de apartar la mirada, como si deseara guardar para si misma aquel instante, y luego bajó los ojos, buscando algún tema para poner en la conversación extinta.
Era curioso –pensó- que ahora estuvieran diciendo aquellas cosas, cuando tuvieron ante tanto tiempo para hacerlo.
- Es hora – dijo al fin, viendo como el reducido excedente del ejercito terminaba de reagruparte – tenemos que unirnos a las filas.
Sin esperar respuesta se puso de pie, conciente de que Dekan le imitaba, y posando una mano sobre la empuñadura de su espada avanzó hacia las filas, buscando un lugar en el que su ayuda pudiera ser un aporte.
Sin previo aviso entonces un poderoso estruendo se oyó no muy lejos de ella, y acto seguido enormes rocas y maderos saltaron de donde segundos antes habían estado, acompañados por decenas de cadáveres doblados en ángulos extraños, víctimas de la explosión.
Se quedó paralizada, sin poder dar crédito a lo que sus ojos veían, mientras su mente ataba cabos con rapidez, y una voz de alarma comenzaba a resonar en su cabeza. El ejército enemigo se replegaba, permitían que todos los guerreros se reagruparan en un solo lugar…
- ¡Muévanse, Salgan de aquí! ¡Van a hacer volar la fortaleza! – Se encontró a si misma gritando, e intentando ver a través de las columnas de humo para huir de la fortaleza.
- ¡Lothmenel! – Los gritos que le llamaban por su nombre le parecían extrañamente lejanos, como si pertenecieran a otro lugar y tiempo, pero aun así intentó seguirlos desorientada – ¡Sal de ahí! ¡Hay…!
Pero jamás supo lo que había. Un fuerte rugido nació de la tierra bajo sus pies y sintió como el empedrado cedía. Lo siguiente de lo que fue consiente fue que era empujada dolorosamente y el suelo se acercaba peligrosamente…


El agua fría se escurría por su rostro, y el cuerpo le dolía terriblemente, como si muchas cosas le hubieran caído encima. Entre abrió los ojos, esquivando torpemente las gotas de lluvia, y descubrió el cielo embotado y sombrío de un amanecer.
¿Dónde estaba? ¿Qué había sucedido? Primero pensó que se había vuelto sorda, pues nada se oía a su alrededor, pero pronto reconoció el graznar de los cuervos, y el sonido de la lluvia al estrellarse contra el suelo.
Respiró hondo, pensando que tal vez entonces le habían dejado allí, junto a uno que otro herido sobreviviente, pero pronto desechó esa idea, pues entonces debería de oír respiraciones, a no ser…
-¡No!- pensó desesperada- ¡Es imposible!
Bruscamente intentó incorporarse, pero un intenso dolor en el abdomen le impidió llevar a término su movimiento, o al menos eso creyó, hasta percatarse del extraño peso que sentía sobre su cuerpo.
Descansó un momento, mirando a su alrededor en busca de alguna cosa que le hablara de lo sucedido, pero solo vio escombros y extremidades separadas de su cuerpo original. La verdad se cernía lentamente sobre ella, una verdad que no deseaba aceptar, pero que allí estaba, restregándose con afán contra sus sentidos, obligándole a ver la realidad.
Finalmente, con un último esfuerzo, se ayudó con piernas y brazos para quitar el rígido peso de sobre si misma, pero nada le había preparado para lo que vio entonces.
Allí estaba Dekan, con una mueca de dolor y espanto grabada en el rostro mortecino y rígido. Sus manos aun habían aferrado su propio cuerpo momentos antes, y su espalda yacía quemada y desprovista de piel, con los músculos al aire, y con numerosos trozos de madera y piedra incrustados profundamente en la carne que ya no sangraba.
Estaba muerto. Sumido en un sueño eterno.
Muerto.
Le miró en silencio, deteniéndose en su marcada mandíbula, en sus ojos opacos, que alguna vez habían sido azules y brillantes, y en su negro cabello, que enmarcaba grácil su rostro. Se fijó, y vio una pequeña diadema colgando de una cadena en su pecho inmóvil... idéntica a la que colgaba de su propio cuello.
Alargó una mano temerosa, sintiendo una extraña sensación en su interior. No era temor, ni dolor, simplemente sentía como si hubieran extirpado una parte de si misma y fuera incapaz de ser feliz sin ella.
Tocó suavemente sus mejillas, estremeciéndose ante el frío contacto, y cerró sus ojos, inclinándose sobre el cadáver y besar cortamente sus labios rígidos y fríos, húmedos por las gotas de lluvia.
- Finalmente no haz cumplido tu promesa – masculló, arrancando la cadena del cuello del joven, y colgándosela.
Se puso de pie tambaleante, haciendo caso omiso a las protestas de su cuerpo herido, y le dio la espalda, escrutando el horizonte con la mirada, mientras cerraba la mano sobre la fría empuñadura de su espada, que aun estaba allí, ceñida a su cinturón.
Un par de lágrimas surcaron su rostro, y no intentó retenerlas, pero tampoco se derrumbó ante ellas; simplemente se mantuvo inmutable.
Caminó lentamente entre las derrumbadas casas, sepultando con cada mirada un momento de su vida. Zigzagueó sin rumbo, bajando y subiendo escalinatas, como si contara con todo el tiempo del mundo para sí, hasta que finalmente llegó a lo que había sido alguna vez la gran puerta de hierro, flanqueada por la muralla de la ciudad.
-“Una vez la cruces, habrás dejado todo atrás…” – las palabras acudieron a su mente desde un lujar muy lejano en el pasado, al día luminoso en que había llegado a aquella ciudad por primera vez en calidad de prisionera… y ahora, años después, una vez más debía elegir, entre quedarse allí y abandonarse a la tristeza y la muerte, o seguir, y olvidar todo para comenzar nuevamente.
Suspiró y sin mirar atrás traspasó el destruido arco de piedra y las maltrechas puertas de hierro, oyendo como el eco de sus pasos sobre la piedra llenaban sus oídos y la ciudad muerta. Ya no habría cantos ni bailes, ni encuentros furtivos en la oscuridad, ni festivales de primavera, ni mercaderes extranjeros.
No.
Engarth, el gran reino, había muerto, igual que el pasado de la joven, cuyo rostro se había vuelto sombrío e inexpresivo, como el de una marioneta; sus verdes ojos se habían apagado, abriendo paso a una total indiferencia, acompañada por la postura de su cuerpo desganado y sus pasos sin ritmo ni dirección. Repentinamente veía el basto mundo frente a ella, sin ningún proyecto, y no podía pensar más que en caminar, caminar para siempre.

Texto agregado el 01-02-2008, y leído por 136 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-02-2008 muy buena, te felicito *5 plapla
01-02-2008 Acabo de leer una de las mejores novelas epicas de esta página. Es simplemente grandiosa. Te mereces más de 5 estrellas. kone
 
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