Había llegado el momento.
La realidad de lo cotidiano le desagradaba. Al caminar por la calle, sentía como el tráfico de miradas le asfixiaba, le volvía loco y por más que revolvía papeles en una búsqueda frenética, no conseguía encontrar sentido a nada.
Miró por la ventana y analizó la altura. Convenía estar preparado. Siempre se le habían dado bien las matemáticas…”Si dicha altura…la caída…rozamiento del aire…mm el tiempo será, aproximadamente de…” y así funcionaba la mente de aquel suicida sucio y desaliñado, todo debía tener un equilibrio, un sentido, un “algo racional” y aquel impulso fue el que le llevó a aquella paradójica situación…
Encendió un cigarrillo y retomo el hilo de sus pensamientos ¿serían los últimos? Pensó en tantas cosas…pensó en Alicia, en Miguel, en su antiguo trabajo en aquella vida que una vez tuvo sentido y ahora toda había desaparecido.
Un estruendo irrumpió en la habitación. Miró por la ventana y no vio más que un grupo de obreros que con dedicación y esmero elaboraban su trabajo “Malditos estúpidos. ¿De qué os sirve trabajar hasta deslomaros?¿Quién coño os lo va a agradecer?”
“¿Y si la caída no me causa la muerte? La altura no es la suficiente. Pudiera ser que, simplemente, me hiriera. En tal caso, parecía un patético animal que se mueve por instintos…y un cobarde”
Una imagen flasheó su consciente:
“Aquella tarde de Abril ¡sí! Fue el día en que le pedí que se casara conmigo ¿para qué me sirvió si su destino era marcharse, si mi destino era morir? Me dijo junto a la fuente que un suicida le parecía un cobarde, un “alguien” sin agallas para enfrentarse a la vida…¡qué irónico! Lo fue a decir Ella que, justamente, huyó de mí en cuánto no pudo hacerme frente…es tan suicida como las demás ¡maldita sea!”
Y ahí estaba él, sin alicientes en la vida, sin nada.
Apagó el cigarro, abrió la ventana. Había podido con el Cáncer que tanto le angustiaba ¿Y si no hubiese podido vencerle? ¿Qué hubiera pasado? “Seguramente, que la gente sentiría lástima por mí…la única diferencia es que me hubiera acompañado. Hubiera estado aquí”.
Apoyó una pierna en la ventana. No, no quería hacerlo. Ni estando muerto quería sonrojarse delante de aquellos obreros.
Decidió no tirarse por la ventana, era lo mejor…
Suspiró una vez. Fue a la mesilla de noche, abrió un cajón.
Eran las tres de la tarde. Abajo una mujer acababa de comprar el pan. Camino dos metros y se deslizo de las manos aquella barra que le dejó una marca arenosa…acababa de escuchar un disparo.
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