Aquella mañana fué muy triste.
Tanto, que abordar la tarde se hacía dificil.
Acudir al funeral de un buen amigo, un dia gris de principios de Enero, podía ser
el principio de un invierno terrible.
Todos sus pensamientos eran oscuros, y fisicamente tenía sensación de
angustia.
Sus huesos acusaban la humedad y un malestar indefinido le producía una
inquietud incierta.
Decidió regalarse una sopa caliente y muy picante, que la ayudaría a
reconciliarse con el mundo.
Y así fué.Luego de la sopa, de un cabrales auténtico y un par de copas de tinto
de Rueda, se sintió mejor.
Mientras esperaba el café fumando un cigarrillo que le supo a gloria, decidió lo
que haria el resto del dia.
Al salir de la tasca donde había comido, un viento frio la golpeó bruscamente, lo
que no le vino mal, pues le quitó la modorra posterior a la comida
.
Hizo una pequeña compra en el supermercado, se abasteció de tabaco y se
subió a casa, a recluirse en su espacio personal.
Tenía intención de ponerse cómoda, acurrucarse en el sofá y escuchar música
mientras terminaba un libro de relatos que tenía abandonado.
Esa era su intención
Ya instalada en su espacio, no se sintió capaz de seguir el hilo de una ficción,
así que optó por un texto de Benedetti, que de tan acogedor la dejó dormida.Y
así estaba, en los agradables brazos de Morfeo, cuando sonó el teléfono.
Precisamente el teléfono, aparato que suena cuando no lo deseas y que calla
cuando tus ansias y tu vida parecen depender de él.
La estridencia la molestó y a punto estuvo de no contestar, cosa que hacía con
frecuencia, pero una curiosidad absurda cambió el curso de su vida.
Aquel gesto la transportó al infierno y convirtió su existencia en una pesadilla.
Al otro lado del teléfono una persona, no del todo desconocida, le habló con
odio y resentimiento de algo en lo que ella se había negado a pensar.
Graves acusaciones se precipitaron sobre su conciencia, y el terrible y
temido sentimiento de culpa salió de nuevo a la superficie.
Enmudeció ante la duda, y no fué capaz de responder.
Colgó.
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