Miró a su alrededor. Estaba oscuro, pero a pesar de la escasa luz que brindaba la media luna, podía notar la espesa niebla que lo rodeaba. La vista apenas le funcionaba, lo sabía, aunque la verdad es que ya se daba cuenta de poco. El oído era su sentido más agudo ahora, aunque ni en vida había sido bueno. La verdad es que tampoco sentía olores ni sabores, ni tenía ya sentido del tacto. Ni ganas de estar vivo. Sin embargo, algo lo sostenía “en pie”, aunque a la vista de cualquiera parecería una posición similar a andar a cuatro patas.
Le pareció sentir olor a sangre, aunque más que sensación era una reminiscencia. Sangre, de una mujer madura y ebria, que no comía hace dos días, todo eso lo sabía, eso y que debía beber sangre con urgencia, aunque no sentía sed, ni nada. Aturdido, se daba cuenta de que su descompuesto cuerpo se desplazaba ágil entre las cloacas, movido por una urgencia que no podía controlar ni entender.
La mujer lo oyó y lo vio venir. Se asustó, pero ni siquiera intentó correr. Estaba tan cansada de todo, si era un delincuente o una bestia, qué más daba, cómo ansiaba dejar de sentir. Una vida agobiada por sentimientos, la impotencia que sentía, el mundo que se le venía encima, despiadado y cruel, y a nadie le importaba, todos estaban muertos menos ella. A pesar del miedo, no quiso correr. Con lo borracha que estaba, no habría llegado muy lejos de todos modos. Qué más le daba morir esa noche, si a nadie le importaba si estaba viva.
La bestia bebía la sangre de la mujer, y recordó vivamente lo que era estar vivo. Sintió su piel, sintió el olor de la mujer, sintió la tristeza que le dio abandonar el mundo para siempre, sintió placer y quizás cierta compasión por la mujer de la que se estaba alimentando. Sintió asco de sí mismo, un cadáver semierguido, medio mordisqueado por unos ratones a los que el amo del mal había ahuyentado, pues no quería que se descompusiera su sirviente tan rápido. Recordó entonces al amo del mal. Lo había visto cuando él medio-moría, cuando imponía la desgracia a su familia, quienes enfermaron y se transformaron en rebaño de unos excéntricos aristócratas nocturnos. Sintió rabia de todo esto, y fue lo último que sintió. Luego sólo podía percibir que su cuerpo ya no manifestaba ninguna urgencia, aunque algo lo hacía seguir caminando, no sabía qué. Se alejó cansadamente, mientras una mujer muerta yacía atrás suyo.
|