V.7. Morosos y caraduras
La novatada no es un slogan; los hay capaces de sorprender la confianza con que actúan los ingenuos, los novatos y las gentes de bien. La experiencia, en parte, consiste en eso: a base de tiempo y a fuerza de tropezar con situaciones adversas o distintas a la normalidad, sin tiempo para pensarlo, llegar a distinguir los matices que las diferencian como si un sexto sentido, en el que se engloban las virtudes y capacidades de los otros cinco, te alertara para actuar de buena fe o con alguna reserva.
A pesar de la edad, era un novato sin experiencia de la que intentaron aprovecharse algunos clientes. Enero y Febrero son meses de poca venta y hubo clientes que, incluso con buena voluntad, no alcanzaban a liquidar los saldos pendientes; cada vez que les visitaba, les notaba nerviosos intentando invitarme y buscaban mil explicaciones y casi siempre ofrecían alguna cantidad de dinero a cuenta: a mediados de Marzo, todos los clientes con ese sistema de comportamiento, tenían liquidada y pagada su factura. Otros, los menos, nunca se les encuentra: sus locales están atendidos (mejor desatendidos) por desmotivados empleados que, casi siempre, aprovechan para hablar pestes de sus jefes, a los que tratan de vividores, mal pagadores y sinvergüenzas; es difícil concertar una entrevista y casi imposible, conseguir una fecha de compromiso de pago: ni los ves, ni logras que se pongan al teléfono.
Después de no pocas visitas sin resultado, pensé en plantear un sistema parecido pero en una actuación correcta y avisando con antelación: lo comenté en casa y decidimos llevarlo a cabo y al tiempo, disfrutar de las fiestecitas que no aprovechamos en Navidad. El plan, consistía en aparecer un grupo de entre 6 y 10 personas, muy fácil para nosotros solo con la familia y algún allegado interesante y consumir cava Espumoso del Rossell para, en el momento de la factura, pedir aplicarla a la deuda pendiente y si era posible, solicitar una reserva para celebrar una fiesta de cumpleaños de 50 personas, en los siguientes días. Hubo algún altercado con los camareros, molestos por lo que consideraron una especie de estafa-vendetta al peor estilo de la mafia, pero ante la contundencia de mis argumentos, sin mayor importancia que la evidencia de enseñar los dientes: no llegamos a celebrar ninguna fiesta de cumpleaños y a finales de Marzo tenía cobradas todas las facturas posibles: quedaron 2 imposibles por cierre y embargo de negocio, de cuya gestión y reclamación judicial se ocuparía la bodega, que también mermó mi cuenta de comisiones en algo más de medio punto. A pesar de muchos apuros, algunos inconvenientes y no pocos esfuerzos, resultó la experiencia más importante para mí y de rebote, para toda la familia: Era nuestro primer trabajo, en el que habíamos actuado como un equipo unido, organizado y con capacidad de resolución y eficacia. Me sentía especialmente orgulloso por la ilusión, la confianza y la complicidad que habíamos vuelto a recuperar, bastante adormiladas desde hacía tiempo y sin conversaciones más interesantes que sobre el tiempo y las pocas existencias de la nevera.
La liquidación final con la bodega, también discutida hasta la aplicación del contrato y finalmente, con resultados satisfactorios para ambos, hasta el punto de dejar renovado el contrato para la siguiente campaña y con los mismos términos y condiciones y la promesa de volver a la bodega, en la época de la vendimia.
Gelos y Natalie, a través de sus cartas y mensajes fueron más que un refugio íntimo y personal en los peores momentos de este periodo; cada una de sus misivas me trasladaba a un mundo de ensueño de paisajes y personajes moldeados a la medida de mis pensamientos y de mi propia imaginación. Conocía de ambas sus caras y sus voces pero en sus escritos, empezaba a descubrir un mundo interior muy diferente a la imagen real de los primeros momentos: me sentía cautivo de cada una y en más de un momento llegué a imaginar una vida compartida entre los tres. Un imposible pero, al leer y entremezclar carencias, ilusiones y proyectos que destilaban aquellos mensajes, encajaban y se complementaban de tal forma, que bien podría compararse a las tres patas que necesita un buen taburete para sentarse de forma segura y cómoda y donde, cada una de las patas, es imprescindible para que las otras dos también tengan utilidad.
Seguía inscrito en las diferentes oficinas de empleo de la zona, pero sin ninguna oferta y solo con algún aviso para cursos sobre actividades muy alejadas de mis posibilidades. Un día, que me acerqué para renovar mi cartilla de parado en busca de empleo, leí en uno de los carteles pegados por los pasillos que, en el Ayuntamiento, se ofrecían cursillos sobre: Informática y Cata de Vinos. Me interesaban los dos y me presenté: señalaron que ya no quedaban plazas libres pero me apuntaron en la lista de espera, por si alguien no se presentaba el primer día de clase.
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