La metafora que mejor representa la escena es de buitres, rondando el lecho del moribundo, esperando, eso hacemos los que estamos aquí, esperamos la muerte tal como se espera el año nuevo, sin saber a ciencia cierta a que hora llegará en medio de tantos relojes que indican cada uno una hora diferente, esperando el momento preciso para repartir abrazos y mirar al muerto con un rostro inexpresivo, simplemente mirando e intentando imaginar que ese cuerpo inerte alguna vez estuvo vivo, buscar algun recuerdo, perderse en el abismo metafísico del ser, lo que sea con tal de que nuestra cara refleje seriedad y que sobre todo el resto lo note.

La familia llora en medio de abrazos que se dan simplemente para no tener que mirar las lagrimas cayendo por las mejillas con cara de no saber que hacer, los que están por algun tipo de conveniencia se contentan con pasear por el pasillo mirando el reloj cada 5 minutos con cierta impaciencia y los que llegaron empujados por alguna obligación moral dan vueltas, mirando al cielo, murmurando para si mismos que si se va a morir el tipo este, que se muera de una buena vez. Pero el futuro occiso no conoce ya de horarios, ni de teleseries ni de horas de taco y se toma su tiempo, se regocija en su esteril lucha contra la muerte, la tramita lentamente y nunca tanto papeleo había sido tan alegremente recibido.

Finalmente muere.

La gente se congrega ya alrededor del ataud con flores y pañuelos, recalcando con sonadas cada frase del sacerdote que oficia el responso, la mitad del público ni sabe en que parte va en medio de la sobredosis de Santas Glorias e Infinitas Misericordias, pero el finado está presente, yace ahí, ajeno al ajetreo que conlleva la muerte, rodeado por mil máscaras que buscan representar la compasión y la tristeza, incluso la empatía, pero que sin embargo no logran más que realzar su espanto frente a lo desconocido, ese temor sin nombre y contemplan hipnotizados como el ataud es bajado a la tumba, sienten el vertigo del descenso y se ven a ellos mismos tendidos boca arriba contemplando un circulos de caras recortadas contra el cielo mientras cae una lluvia de flores sobre sus cuerpos muertos, pero luego respiran y abren los ojos recordando que aun están vivos, gritan un amén y mientras dan media vuelta y escapan hacia al estacionamiento se lamentan del destino de los hombres al tiempo que se dicen y se repiten mil veces que todo es parte del orden natural y que todos nos vamos a morir. Y pese a ello nadie quiere ser el siguiente en la fila.

F.