DE LA BALSA DE LITO AL CINE SOL DE MAYO.
(Narración) fragmento de Sin embargo sigo aquí...
DANIEL O. JOBBEL
Parece ser que con el paso de los años, apenas por algunos ínfimos y cada vez más escasos momentos, podemos elevarnos por encima del gris y espantoso muro que construyen los días para asomarnos y divisar lo que hace mucho tiempo encontrábamos a la vuelta de cada esquina.
Se me figura como si todo estuviera escrito, inventado, revolucionado o difamado. Lo primero quizás es una coraza para defendernos de la realidad, después se convirtió en una enfermedad, que cuando pasás los 40 y pico, se convierte en una especie de salitre de la vida: Y te plantea el balance de donde se ha llegado a nivel vital.
Ocurre que con la pérdida de la inocencia que lenta y casi imperceptiblemente trae el tiempo, sobreviene también una odiosa y paulatina ceguera que nos impide percibir el paisaje de las emociones.
Hubo quienes quisieron patearme de mi bohemia empedernida, el de escribiente: algún despótico führer, comisario de galpón o algún revisionista histórico con rufianismo malgastado, pero les fue mal, advierto. No hay huellas que no he podido pisar.
Ese largo periplo empezó con Lanusse y terminó con Perón, literalmente. En el medio hubo de todo. Cámpora al gobierno, las cárceles abiertas, Galimberti echado por pretender armar milicias populares. Los almuerzos con la Chona , diva desubicada (invento del pope Romay); El verborrágico Tato Bores y sus monólogos; una vedette se subía al escenario de El Nacional, con la obra Chicago: Nélida Lobato en el papel de Roxie, Ambar La Fox en el de Velma, Juan Carlos Thorry en el de Amos, Jovita Luna en el de Mama Morton y Marty Cosens en el Billy Flynn; Música en Libertad con su play back, y Si Lo Sabe Cante con Galán eran los reality de onda. En medio de toda esa maravillosa cholulería e impunidad política, aparecieron ellos.
Eran los años 70'. Aún sigloXX y cambalache (pero puede que me equivoque, amnesia mediante, uno casi siempre se equivoca). La gente miraba Los Campanelli los domingos al mediodía, y los martes a la noche Rolando Rivas, taxista, con García Satur y Solita Silveyra. No muy lejos con La Balsa de Lito Nebbia y a falta de Almendra, Spinetta era Pescado Rabioso; Emilio, Aquelarre y Edelmiro, otro flaco de Color Humano. Manal terminó en enroque con La Pesada y el Carpo en su Pappo’s Blues. La ciudad de Rosario estancaba su progreso y un Pablo el Enterrador hacía su rock de protesta, casi como una música de culto.
Somos los jóvenes chicos que leían la Mafalda de Quino, la historia a medida del Billiken, las fábulas dibujadas del negro Fontanarrosa en Hortensia y luego, el ácido y chispeante humor de Caloi. Me fascinaba por aquello tiempos y ¡cómo! Las ficciones de Stevenson y de Conan Doyle y el escalofrío que ocasionaba esos folletines, publicados por Billiken o Anteojito, no recuerdo bien cuál, con las aventuras del detective Sexton Blake: “El terror de la noche”, la criatura que vuela, silenciosa, y mata desde el aire, o la apertura, de la cripta en un villorrio ruinoso, del sarcófago donde perdura, entre huesos y polvo, el alma del caballero rojo.
Un libro. Sí, ese. 'La cabaña de Tío Tom' novela de la escritora Harriet Beecher Stowe. Es el único de toda la fila en mi anaquel que heredado de mis viejos, me llevó también, por aquel entonces, a la ficción de Cortázar, Garcia Marquez y algo de Sartre, a la de Camus. Creo que los leí todos por la misma época; cuando terminaba el secundario. Rayuela fue mi favorito. Disimulaba no haber leído la obra filosófica, para mi entorno un poco pesada. Y poco entendía y entiendo. Sin embargo algunos pasajes de 'El hombre rebelde' son como si se tratara de mi diario.
Perdido como en un desierto están, El arte de amar, Reseña breve y elemental del materialismo histórico, Confieso que he vivido, Las venas abiertas de América Latina, que devoré casi simultáneamente. Cada uno con su granito de arena.
Aquellos libros, revistas, folletos, chapitas de gaseosa, autos, botones, fotos, tornillos son como restos fósiles de las personas que fui y que soy. O que quise ser y no fui. Una biblioteca como un jardín de senderos que se bifurcan, de aquí para allá, como una memoria encarnada.
Otro contrapunto. La historieta. Admiraba, a Héctor Oesterheld en El Eternauta, con esos trazos sutiles, oponiendo tramas en grises y negros, su pluma dejó imágenes imborrables, e imaginarias: crepúsculos lluviosos, eternos pavimentos húmedos, sofocantes interiores, puertas que chirrían, vidrios rotos, atmósfera rara, donde la muerte te encuentra a la vuelta de la esquina. Pero esa es otra historia. Punto y aparte.
En ese entonces los estudiantes universitarios pegaban carteles anunciando los bailes de fin de curso y los de la secundaria preparaban la ‘chupina’ hacia el famoso Sol de Mayo. Somos de la época de los cines de barrio que daban tres películas y en continuado y en los cines del centro solo dos. Ver en el Heraldo los dibujos animados y en el Radar los estrenos.
Delante de los neones que mostraban las medias de París en las tiendas Eiffel o La Favorita ¿Quién no miró siquiera las vidrieras? De Casa Romano con sus instrumentos y discos importados. O ir a comer los famosos combos de Aguiló de la antigua calle Corrientes frente a la Bolsa...
Acontecimientos como los homenajes a García Lorca y las notas sociales de revista ‘Ecos’. Somos de los del corso del Independencia con la ‘bombucha’ y la pistola de agua. De los bailes de Gimnasia y Esgrima, y Provincial. Conocimos cuando chico el Rozariazo, sabíamos del Che por las tías gordas y apáticas que nos contaban sus aventuras, y nos vislumbramos con las obras de Berni, quién con su genio contribuyó al acerbo cultural de los rosarinos.Una nueva trova insinuaba sus canciones. Baglieto, Fito, Abonizio, Goldin hacían sus primeras armas... Rosario sonaba.
Aquel matineé. ¡No importa la edad que uno tenga, si uno no ha visto la película Casablanca, entonces aún no ha visto buen cine todavía! Ese cine sin computadoras y adornados con caras bonitas de actores y actrices sin talento que tienen que se valen de subterfugios para ser taquilleros.
En Casablanca, los pavimentos húmedos reflejan la luz vacilante de los faros, la intriga, el viejo amor. Contrastes en blanco y negro: crepúsculos lluviosos, persecuciones por muelles y la despedida en aviones que no se caen. El inefable Bogart, "Rick" Blain para los amigos, con su perramo y el pucho en la boca refunfuña a medio labio un seco adiós... Abunda el talento y si hablamos de Ingrid Bergman se trata de talento y belleza también.
Otro refilón de memoria hace ver saltar, como relámpago rojo, al bufón acróbata, que palpaba los objetos preciosos en torno de la princesa triste, ¿qué tendrá la princesa?, obsesión de deseo, y oía el silencio del clavicordio y el todavía lejano anuncio del arribo del “feliz caballero” que venía a enamorarla. No descarto que allí mismo haya nacido mi afición por la escritura. En esos versos tan descriptivos, sonoramente gráficos, yo aspiraba a tan ensueño. Cosa que quizás nunca pudo ser.®
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