SIN EMBARGO SIGO AQUí...
(Narrativa breve)
Por: DANIEL O. JOBBEL
Suelo decirme a mí mismo, a modo de consuelo (bien magro, por cierto), frente a las contradicciones, las irresoluciones, las súbitas caídas de ánimo que abundan en estos días: “he sobrevivido, viva la vida”. Lo peor eran, justamente, los silencios. ¿Qué nueva catástrofe de culpas, acusaciones, enemistades y resentimientos gestarían? Y me asombro de mi capacidad de resistencia, gracias a la cuál conseguí disfrazar aceptablemente la madurez a los ojos del mundo.
Cuando uno se levanta, siente como si los invisibles habitantes del techo depositaran una carga insoportable en sus espaldas. Es verdad: el poder apenas humano, le carga a uno con la larga hipoteca, con esa deuda en los omóplatos que pesa, con el fin de mes que nunca llega y un principio predecible; con el trabajo en una empresa donde puede haber: un führer con cara de ser un capataz agrio, o un jefe de negociado escribiendo crucigramas; también un cónyuge áspero y dolorido; y cada día oye rumores sobre reducción de personal, donde las horas extraordinarias se suprimen y con amplia congoja debe compadecer al pobre empresario que lo pasa mal. Sutil ironía que me chasquea la lengua para no mordérmela.
El reloj manda. Desde correr las cortinas, darse vuelta para apretar el cuerpo contra su pareja, o abrazar la almohada de los que estamos solos, o saltar de la cama y hacer flexiones, el café apurado, las tostadas quemadas y el saco mal entrazado; desde su lugar en esa mesita de luz, el reloj nos señala el rumbo. Y sigue haciéndolo a lo largo del día. Los chicos que te apuran por ir al colegio, y el supermercado; “comprame leche, azúcar”; “no te olvides de los impuestos”; “por si acaso pasás por lo de mami dejále el mensaje”, me recuerda la doña; las obligaciones de la abuela, el vestido de la nena, el colesterol, el apuro, el traqueteo diario, los semáforos, las bocinas, la ciudad de Rosario es un caos y el uy, que llego tarde a la oficina. En esos riesgos me probó la vida como si estuvieran para nominarme en un programa de convivencia urbana.
¿Pero que culpa tiene el reloj? Por caso sería condenable quién inventó el tiempo. Pero usted sabe, soy contradictorio. En lugar de reconocerse uno de cuerpo entero en la sucesión de los instantes, soy definitivamente absurdo. Represento el día cuando el día ya tenía las veinticuatro horas; cuando se decidió que las tuviera, la hora tiene y siempre tuvo sesenta minutos, los sesenta segundos, un minuto. Ya viene desde la eternidad. Sí un reloj comienza a retrasarse o a adelantarse, no es por defecto del tiempo, sino de la máquina del propio hombre. ¿Por qué cuento esto? Sigo la mecánica psicológica que lo mide, lo que tendría que procurarme es un psicólogo que me repare la ruedecilla de loco cuerdo.
Como dicen el tiempo es tirano. Julio Cortázar reflexionaba en “Instrucciones para darle cuerda a un reloj”, cuyas frases:” cuando te regalan un reloj te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días” o “te regalan el miedo a perderlo, de que te lo roben” podemos aprovecharlas para explicar una de las modificaciones más notorias que ha experimentado nuestra relación con el tiempo y con los modos de saber: el reemplazo paulatino y generacional del reloj pulsera con la hora digitalizada. “Cientos de miedos de hace apenas dos o tres décadas ahora se trasladaron al celular: temor de perderlo, de que se te caiga. Y como dice Cortázar, te regalan una marca y la seguridad de que es una marca mejor que las otras”.
Sin embargo, no hay dudas de eso, te reglan la necesidad de estar pendiente de los llamados, del control de familiares, la posibilidad de que el jefe te llame a la una de la madrugada y te encargue un trabajo de urgencia. Mientras otros posmodernos celebran la movilidad y el nomadismo, tampoco pueden desentenderse de los lugares de pertenencia y conexión. ¿Dónde está el poder? En estar ahí al instante, en conectarse y retomando a Don Julio en su tiempo del reloj, podemos culminar diciendo: “No te regalan un reloj, te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire... (Sic)”. Y es cierto. Cada vez es más insistente el apremio del ritual cotidiano, porque siempre sucede así en la vida, los mejores planes, los asuntos más importantes, las fortunas de los fortuitos, el honor de los diferentes, la felicidad de los felices, el amor de los enamorados, son frutos de los puntuales, palabras que la vida misma sacrifica a diario con eso de que: el que madruga Dios lo ayuda, y el reloj de muñeca se convirtió en símbolo de la urgencia.
En esa convivencia me ofreció el fuego de un hogar en intimidad, tanto que, en paz y soledad llegué hasta tutearme con el Señor. Entonces decidí parar la pelota, sentirla en le empeine, enfriar el partido, ablandar el reloj como en ese cuadro de Dalí, y darle más sentido a la persistencia de la memoria. Oxigenarme. Hacer elogio a la lentitud. Congelar imágenes. Por eso mis amigos, no guardo ningún secreto, pero el creérmelo me hizo llegar a esta edad. Sí, es una receta que dejó mi abuela que llegó casi hasta los cien, aunque ustedes lectores de la nostalgia no lo crean es así. Quiero atrapar el tiempo sin permiso; sin embargo sigo aquí... -®
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