Tengo una amiga, y por amiga quiero decir amiga, no otra cosa, aunque esta bien lo reconozco, hicimos el amor una vez, ¿raro?, ¿extraño?, quién sabe, fue solo una vez. Me dijo que sería la primera y última vez, y lo cumplió, o mejor dicho lo cumplimos, porque tampoco intenté volver a seducirla. No hablamos mucho del tema, no sé si le gustó, o si el hecho no le interesa, me gustaría saberlo, pero no me atrevo a preguntar.
Hoy tenemos una cita, llega un poco atrasada, nunca fue puntual, me sonríe ¿adónde vamos?, pregunta, no lo sé, donde gustes, respondo, como siempre. Caminamos unos cuantos pasos, conversamos de lo habitual: familia, amigos, trabajo, chismes, todo de una manera superficial; observa una pizzería, me toma de la mano y me hace entrar. Con los dos trozos de pizza americana y una par de coca-colas ya servidas en la mesa, se atreve, por fin, a mirarme directamente a los ojos, con la intención de descubrir algo que seguramente no encontrará, yo miro su blusa con un talante de deseo reprimido, disimulo, ella hace lo propio, con mejor resultado que yo; baja la mirada coge el trozo de pizza y la engulle con un apetito que no le conocía. Terminamos de comer y tomar, salimos, la acompaño hasta su casa; mientras trato de seguir sus pasos de manera acompasada, los recuerdos de hace un año, cuando apenas la conocí, retornan y me inundan con sus imágenes: su delicioso cuerpo entre mis manos, su cabeza recostada en mi pecho, la marca indecorosa en su cuello, unas cuantas lágrimas, sonrisas, sobre todo sonrisas sinceras, naturales, espontáneas. Todo tan lejano, tan diferente de este paseo insulso, sonrío opaco, ella me ve y se le dibuja en el rostro un gesto de sorpresa, bueno llegamos, me dice, será otro día, no te pierdas, y me estampa un beso presuroso, claro te buscaré, digo, y me marcho, sabiendo, como ella sabe, que hay grandes, muy grandes razones, para no haber seguido con esa aventura, y a pesar de ello seguir viéndonos.
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