Soy conducida por la modorra hasta mi cama, donde finalmente coloco mi cansado y derretido cuerpo.
Sin más me dejo llevar a ese lugar negro de la mente en queel cuerpo es casi imperturbable. Y sin saberlo siquiera, alguna preocupación del inconsciente se filtra por el sueño, para defenestrar así mi descanso.
Y es allí cuando entro a una habitación vacía y oscura, donde hay sólo un cajón. Al caminar unos pasos (pasos de sueño) veo dentro de ese lecho a mi propia madre en su edad madura, pero no del todo, esperando mi saludo para poder irse para siempre de este mundo. Y mi llanto preocupado y sorprendido, triste y tan real como nunca lo será en la lucidez.
Finalmente despierto sobresaltada, para caminar a tientas, casi sonámbula, hasta donde duerme ella, tan llena de vida como puede estarlo. Me abraza, me da unas palabras de aliento y me consuela. Adivina en un momento la causa de mi pesadilla, y me acompaña de a poco a la insomne realidad. Un poco mas tranquila, vuelvo a mi cama, detrás de sus palabras dulces y sus abrazos de cobija.
Entonces realmente despierto a la vida, donde no existen tales consuelos. Donde la realidad es dura y te golpea sin miramientos ni consideraciones de ningún tipo. Olor a café y a cigarrillo, a cala y a muerte. El adiós real, el verdadero; donde encuentro finalmente el inevitable destino: mi madre descansa de una vez y para siempre de mi susceptibilidad.
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