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Tenía pocos minutos. La gente esperaba en la puerta, tras esa madera de dos metros cuarenta de alto por noventa centímetros de ancho. Madera color madera y esos ganchos de bronce que me da escalofríos cuando lo toco. Me hubiera gustado no haber escrito jamás, pero ahora ya es tarde, toda la gente espera mi nueva canción, la música que llene sus almas de dicha o éxtasis, o algo por el estilo. Todo empezó cuando quise ser alguien en la vida. Fui a un teatro y vi un hombre vestido de negro que con una guitarra, cantaba y danzaba como nadie. Quise ser como él y al final del espectáculo le dije lo que sentía. Debió parecerle chistoso ver a un muchachito de quince años querer ser algo como él. Me sonrió y no me dijo nada. Le vi salir de aquel lugar, que era una carpa armada por una especie de gitanos que iban como nómadas de norte a sur, y así… el hombre entró a una cabaña armada de manera de carpa y me dio ganas de verle. Me le acerqué y cuando pegué un ojo por una pequeña abertura del coso, le vi quitarse la ropa y ver a un hombre viejo, flaco, sin cabello y con la cara totalmente amarilla… me asusté, pero cuando estaba por irme, el viejo cogió su guitarra y volvió a cantar. Y lo que cantó fue la vida de un hombrecito que se ha cansado de tanto luchar contra las bestias en un medio salvaje y alejado de los seres humanos… Fue una hermosa canción que no olvidé jamás. Luego, cuando terminó de cantar, le vi dejar la guitarra y echarse a descansar. Ya iba a dormir cuando le vi cogerse el corazón, y luego, morderse los labios y echar una espuma roja y blanca por la boca, para caer como un globo sin aire al suelo… Me asusté, pero no me moví. Siempre fui un chico aventado, y esta vez lo fui también. Abrí la carpa y entré. Le puse un vidrio en su nariz y no respiraba. Estaba muerto. Nunca había visto a un hombre muerto y menos morir, así que, ya estaba por irme cuando el muerto me llamó por mi nombre. Iba a correr del miedo pero mis pasos estaban pegados al suelo. No temas, me dijo el muerto. Me sentí mas calmo, y no me moví. Coge la guitarra y ve, ve con ella a cantar a todos los muertos vivos como yo, agregó. Cogí la guitarra y salí con ella afuera del campamento de los gitanos… Ya en mi casa volví a escuchar al muerto, pero esta vez a través de la guitarra. Me enseñó las notas y el sentimiento con que debía tocar. Aprendí. |
Texto agregado el 30-01-2008, y leído por 212 visitantes. (0 votos)
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