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EL APARECIDO

Euclides, insignificante y sin mayor gracia intentaba infructuosamente crear un clima agradable; su sonrisa hacía grandes esfuerzos por aparecer hasta que afloraba una mueca que descuadraba completamente su rostro macilento. En realidad, cuando reía, no sabía a ciencia cierta qué emoción o sonido trataba de transmitir; sólo se le escurría una especie de tos seca y discontinua alternada con un quejido empujado hacia adentro. Que más da; otro fracaso, a vagar de nuevo...

Si por ventura se encontraba incluido en un grupo y se atrevía a dar una opinión, su pensamiento viajaba más rápido que su voz hasta el punto que ésta moría en su garganta impidiéndole articular palabra alguna. Terminaba tragando grueso, haciendo la mueca respectiva y bajando la mirada. No había manera que atrajera real simpatía y menos aún de una linda mujer, dulce y además, muy femenina, como a él le gustaban; sólo lograba en ocasiones, una mirada evasiva, una sonrisa complaciente o un “disculpe” huidizo.

- ¡ Bendita religión castrante de mamá y papá! – gritaba, apretando los puños en el aire-.

No estaba muy seguro de todo, pero sí estaba convencido, después de mucho pensar en los tantos momentos de insípida y dolorosa soledad, que había marcado su existencia para terminar en la incapaz figura que se había convertido. Nunca tuvo el valor de abrirse al disfrute de la vida, y ahora sentía que era tarde para cambiar las cosas.

Y es que su apariencia insulsa, clásica y sin colorido, su estatura poco importante y su musculatura escurrida le inspiraban lástima hasta a él mismo; ni qué hablar de su incapacidad social y amorosa. En definitiva, de nada le sirvió ser virtuoso en la niñez. Es increíble cómo de un adolescente normal y “buena gente”, pasó a ser un adulto que le avergonzaba hasta verse desnudo frente al espejo y ni qué decir de ver esa pervertida televisión; para tomar malta parecía que primero debía beberse a esa mujer que se contoneaba con tantas ganas tentando la concupiscencia. ¿Cómo iba a conseguir una mujer virgen si todas querían prácticamente estar a la moda en todo como la “catira”, saben a qué me refiero, y las que menos, eran acicateadas por atrevidos tipos ligths hasta desear ser bebidas?. Para completar, las que parecían seguir la moral daban la impresión de haber sido recreadas en un cuadro de Picasso...

Es que, de verdad, ¿no existía mujer hermosa en este planeta que pudiese amarlo?. Con sus 45 años y un doctorado ya tenía las esperanzas perdidas. Ah, si Eva no se hubiese ido a Canadá, esa alta y esbelta figura de ninfa blanca que le sonreía cariñosamente con sus ojos de ónix Quisiera tener las esperanzas de volverse a enamorar pero algo le dice que es imposible, como Eva, ninguna. Después de ella, ya no volvió a sentir igual al mirar a otras mujeres y dicho sea de paso, después de un tiempo ninguna mujer lo volvió a mirar así, ni de alguna otra forma. Era la única que lo conocía y comprendía. Por eso le escribía un correo electrónico todos los días, anhelando abrir su buzón y encontrarla de nuevo; debe ser que se mudó a un lugar donde no hay electricidad. Sabiendo como era de excéntrica, seguramente quería retirarse a un sitio solitario a producir sus obras de arte, los artistas son así.
Visitaba a los padres y hermanos de Eva con frecuencia a para reconfortarse un poco y ver si por casualidad llamaba estando él allí. En realidad, no podría jamás vivir sin esa familia que lo había acogido tan bien, se sentía como en casa, cómodo y hasta podía conversar con bastante soltura. Era una gente muy de principios, correcta, el tipo de gente que aspiraba sólo a las cosas buenas de la vida, pero con propiedad. Con un pequeño defecto: todos hablaban sin parar y en ocasiones perdía el hilo de la conversación; sin embargo, se sentía vivo y eso valía la pena.

Entre tanto, sabía que debía continuar e ir buscando otra compañera, como lo dicta la ley natural. Ansiaba tener descendencia y su propia casa. El carro ya estaba y aunque vivía “con mamá”, en cuanto se casara la llevaría consigo a una casa más grande para no dejarla solita, la pobre, estaba tan enferma y deprimida en los últimos tiempos... llora y llora todas las noches repitiendo su nombre, como si él no estuviera. Por supuesto, acude de inmediato a su llamada y trata de consolarla pero ella sólo lo mira con ojos perdidos, como a través de él. “Pobre mamá”, será que la senilidad la está afectando.

A pesar de todo, la vida continúa, así que se sigue metiendo en los cursos y círculos de estudio en la universidad, yendo al cine y a cuanto evento público interesante y de nivel hay en el ateneo donde trabajaba, para ver si encuentra a la otra mujer de su vida. Una tarea un tanto difícil para alguien que en su naturaleza etérea y vida póstuma se niega a aceptar su nuevo estado; sin embargo, tiene todo el tiempo del mundo.

Texto agregado el 06-04-2004, y leído por 147 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-08-2007 Historias urbanas y cotidianas, de ellas está hecha la literatura bien escrita. arenilla
 
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