–Ábrela –le susurré al oído intentando de asomar mi lengua un poco –¿No me digas que no sientes curiosidad por saber que es lo que hay dentro?
–Y qué hay si supiera lo que hay –me dijo con una mano rechazando la caja y con la otra aferrándola.
–Eso no exime la curiosidad –la envolví con mis brazos por detrás tratando de rozar sus pechos.
–Si la abro, todos los males del mundo han de desatarse –agachó su cabeza como hiena solitaria ante leopardo –, la vida como la conozco acabará.
–Que eso no te importe –le levanté la barbilla aun a su espalda –, nosotros no pertenecemos a este mundo en estos momentos y la vida de los demás no importa, lo que importa es que la tuya comenzará, todo depende de que te decidas.
–Talvez, después de todo no sea tan malo –miró hacia las paredes buscando algún hueco por donde se pudiera escapar una pizca de nuestra luz –¡No! –me separó las manos, se levantó de golpe provocándose ese mareo recurrente y arrojó la caja al suelo –. El hambre, la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza, el crimen…
–Deja que los demás piensen lo que quieran de ti –En un arranque de desesperación me abalancé sobre ella aprisionando sus manos contra la pared quedando mi boca cerca de la suya –guarda la esperanza, estaré de nuevo contigo y todo lo que esté afuera de esta habitación desaparecerá –dejé sus manos libres e intentó caer de bruces, la sostuve de la cintura –, abre tus labios, renuévate, ignora a todos, siembra el sigilo, cosecha el umbral, la paredes pueden escuchar pero no hablarán.
–Puedo hacerlo –dijo intentando decidirse.
–Claro que puedes, rompe el regalo, no recicles, vives o matas. Que no te das cuenta que también tú has de liberarte, eres mi debilidad.
–Sólo tenías que decirlo –balbució avergonzada entre sus cabellos que cubrían el rostro y pidiendo un poco de dignidad –el mundo podía comenzar o acabar.
–Empezar, talvez –la recosté en el piso –pero el mundo se acabó ayer… de lo que te perdiste.
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