La mujer caminaba con pasos firmes acercándose a la habitación que les habían indicado. Una anónima llamada telefónica les había advertido de una operación sospechosa en un motel que era utilizado de manera frecuente, tanto por parejas de amantes, como por traficantes de droga. A la mujer la seguían otros tres agentes de policía. Hoy, siguiendo un reglamento no escrito que dictaba turnarse uno a uno en encabezar las operaciones, era el turno de ella.
Al llegar a la puerta y ya preparados para entrar en acción, uno de los policías se acercó y le susurró al oído que tuviese cuidado y dándole un apresurado beso le dijo que la quería mucho, ella le guiñó el ojo. Se sentía cómoda y segura cuando compartía turno con Antonio, varios años de trabajo juntos habían transformado la relación de trabajo en una ilícita relación sentimental.
A la orden de ella, Antonio dio una patada derribando la puerta, ella tras ingresar a la habitación pistola en mano, sintió desfallecer. El espectáculo iba mas allá de lo que ella podría haber imaginado, su marido estaba en la habitación, su marido que era policía como ella, su marido siempre tan honrado. Sí, sí, su marido ahí en la cama de un motel de mala muerte, desnudo, a gatas, con un hombre detrás de él en estado de éxtasis, delirante.
Ella lloraba sin querer oír las explicaciones de aquel hombre que trataba de decir algo.
Antonio, detrás de la puerta sonreía con satisfacción, su llamada fue disparada con extrema certeza.