VOLUMEN III
Hubo una vez un hombre que me encargo dos cartas, casi idénticas. El contenido de dichas cartas solo cobra sentido, con la correspondiente historia. Por lo tanto, me veo obligado a narrar los sucesos que tuvieron lugar en los 10 años anteriores a la decisión final de este buen hombre, a quien, por piedad, llamaremos Amadeo P. (¿O quedara mas sutil A. Pérez?).
Bien, la siguiente sucesión de hechos tiene lugar en un barrio de clase media alta de la capital porteña. Amadeo se comunico conmigo por medio de un amigo que había utilizado mis servicios con anterioridad. Pero, no hombre! Claro que no le pidió un teléfono al muerto! El amigo en cuestión había suicidado ya a tres ex esposas, y había solicitado mi humilde labor para la redacción de las respectivas cartas y notas. A decir verdad, en todas me había encargado poner que el motivo era la ausencia de su gran amor: él. Bien, para ir dejando de lado las motivaciones de este asesino y egocéntrico sin cura, solo agregare que la muerte sus tres ex esposas si levantaron sospechas: en todos los barrios se comento sobre los casos que “la ex señora de M. se suicidó, lo que no se sabe es quien fue…”.
Volviendo a nuestro suicida, que si quería encargarme una carta para él mismo, o mejor dicho, dos, podemos decir que un hombre muy bien parecido. Parecido a su padre claro, que era feo hasta decir basta. Pero no era su rostro poco agraciado lo que lo empujaba a precipitar el fin de sus días. Sencillamente, lo que lo mataba era el amor. El amor a dos mujeres, iguales, pero diferentes. Diferentes en porte, edad, personalidad. Lo que tenían de igual, era que ambas estaban casadas. Casadas con el.
Y no se trataba de una noche alocada en Las Vegas. Se había casado con las dos el mismo día. Una mañana y una tarde de Abril hacia ya 10 largos y felices años. No detallare aquí el periplo de una doble vida, es cosa conocida y ya se sabe lo estresante que puede ser tener no una, sino dos esposas.
Pero ahora que había decidido suicidarse, tenía solo dos preocupaciones: en primera medida, lo material. Sus mujeres, estaban acostumbradas a llevar un tren de vida digno de reinas. Tenía un sueldo muy pero muy bueno que sobraba para ambas casas. Pero dada esta doble condición de esposo y esposo, nunca había podido ahorrar un solo peso. Por otro lado, nunca había querido comprar casas, autos ni nada que debiera estar a bien de familia, pues ahí caería sobre él todo el peso de la ley sancionando su bigamia, y, para peor, caería sobre el todo el peso de sus dos esposas. Por lo tanto, abonaba religiosamente todos los meses sendos alquileres de dos mansiones convenientemente ubicadas cada una a diez cuadras norte y sur, respectivamente de su trabajo. Y, claro, cada alquiler.
Dada esta situación, su preocupación era lógica. De morir el, apenas les quedaría una pensión que no alcanzaría para nada. A pesar de todo esto, tenia una suma acorazada correspondiente a una herencia de sus padres. Esa suma alcanzaba solo para comprar una de las casas. Y el problema obvio era que consideraba dudoso que sus bellas pero fieras esposas quisieran convivir una con otra.
Su segunda preocupación, era que harían con su cuerpo, ya que era inevitable que se percataran de la situación cuando ambas se encontraran en el entierro de su (compartido) esposo. Pero en fin, evito pensar en aquello ya que no estaría ahí para presenciarlo, ni, (gracias a dios) para sentirlo.
Por todas estas cosas, tomo la que le pareció la más equitativa de las decisiones: Un buen día se vistió de traje, tomo todo el dinero de la herencia y se fue al casino. Jugo absolutamente todo lo que tenía al 17 y espero mientras veía girar la ruleta. Rojo, negro, rojo, negro. El paño verde brillaba como nunca, de un modo sobrenatural, le pareció. El plan era el siguiente: Si ganaba, ambas esposas, la bella Julia y la buena de Amalia, podrían tener la casa que se merecían y subsistir bien con la pensión por viudez que deberían compartir. Si perdía, bueno, ya tendrían dos bunas razones para odiarlo. Pero para las dos lo mismo, el mismo amor, la misma suerte, el mismo esposo. A la calle con todo y viudez compartida.
Lo demás, se encuentra explicito en el fragmento de carta (si al final fue una sola carta, hasta eso compartieron) que transcribo a continuación.
…que las he amado con el mismo fervor a ambas, a nuestros hijos, que ahora podrán crecer como hermanos que son, del mismo padre, con las mismas madres. No me lloren mis amadas, no volveré pero viviré siempre en su recuerdo. Estaré en cada uno de los rostros de nuestros hijos. En cada una de las dos canciones que sonaron en nuestras noches de boda. (Sorpresa! Los tres tomamos el mismo crucero por las islas griegas!). Ustedes tienen más en común que un esposo. Tienen una vida compartida sin saberlo. Tienen las dos la belleza, interna y externa, que he amado siempre. Y tienen la misma cuenta bancaria vacía.
Como ya les he dicho. Anoche fui al casino. Jugué todo nuestro dinero al 17. Si ganaba, las hubiese dejado en una buena posición a las dos. Y si perdía, solo tendrían que compartir el dolor de la perdida. Y las ansias de haberme matado con sus propias manos claro.
En fin, ya saben, mis hermosas Julia y Amalia que el que juega por necesidad, pierde por obligación y todo eso. Pero no. Yo gané. Negro el 17! Grito el pelado. No se imaginan la emoción! No se imaginan la, el…! No se imaginan lo que hice!
Perdón chicas, pero me dio pena morir rico y joven. Por otro lado estoy pisando los 40, y mi cuerpo, aunque vigoroso, ya no da para tanto. Ni mi bolsillo. Asi que he decidido pasar a mejor vida.
Si, la mejor de las vidas: en Miami con mi secretaria de 22 añitos. No es que no me interesen sus destinos, pero tampoco todo es color de rosas para quien tiene dos esposas. Hermosas, amadísimas. Pero esposas che. Doble queja, doble gasto, doble cantidad de chicos, y pañales y todo lo que chorrea. Doble cara de traste cuando veo un partido de fútbol, doble grito cuando dejo la tapa del baño levantada, y doble escena de celos cada vez que vuelvo de estar con la otra. Me han dado muchas satisfacciones, pero sinceramente, prefiero vivir en paz lo que me reste de vida.
Me arrepentí. No me mato nada. Todos creyendo que era un vivo bárbaro y solo tengo a dos mujeres para hacerme la vida el doble de miserable.
Deje unos pesos en la cuenta para los gastos del entierro falso. Adjunte también una nota de suicidio y ya me encargue de que esta carta sea escrita por alguien más, que no tiene mi letra. Y que fuera enviada desde una dirección que nada tiene que ver con mi ubicación actual.
Comprendo que se pregunten entonces a quien corno están por velar. No se preocupen. Fue de muerte natural según mi amigo. ¿Se acuerdan de mi amigo Martínez? Si, ese al que se le suicidaron las tres ex esposas. Consiguió un cuerpo de no se donde, no le entendí bien, pero confío mucho en el. Y ustedes deberían, me dijo que va a pasar a visitarlas para que alivien su congoja.
Sin mucho mas que decir, espero que les haya quedado un vívido y feliz recuerdo de estos 10 años (¿o se cuentan como 20?) juntos.
Siempre de ustedes, su esposo, Amadeo
BONUS TRACK (Con comentarios de tipo biográgráfico-histórico por parte del autor)
Braulio:
Me voy para siempre. Que mis últimos versos te acaricien en las noches de congoja y dolor por mi partida. Te he amado con el alma, pero ya no resisto. He olvidado tu cara, he olvidado tus besos, y he olvidado como vivir sin ti.
Tuya, Aurelia.
La finada Aurelia era tan olvidadiza que se le escapo dejarme bien la dirección. Braulio jamás recibió la misiva, ni la noticia, dicho sea de paso. Vive feliz habiendo olvidado a la pobre Aurelia.
Laurita y Jacinta:
En estas horas crueles, mi último pensamiento es para ustedes, mis adoradas hijas. Se que es tarde, pero nos reencontraremos en el cielo. Recuperaremos el tiempo que he perdido en esta vida cruel. Se que el resentimiento las carcome, por haberlas abandonado de pequeñitas, y también se que ahora que cuentan con mas de treinta años y me han hecho un orgulloso aunque desconocido abuelo, deben pensar que no me necesitan para nada. Y quizás sea cierto, pero ya ven, la vida es tan cruel.
Les dejo mi amor, les dejo mi último pensamiento. Les dejo también mi orgullo paterno, mis horas felices junto a ustedes. Mis cariños a su madre, y díganle que si la quise, pero las circunstancias me obligaron a abandonarle con ustedes. Circunstancias crueles, créanme. Con amor, papá.
Menos mal que les dejo todo eso, porque la carta adjuntaba un recibo con la liquidación de la tarjeta de crédito del difunto, incluyendo sepelio, que las nenas debieron pagar. Cuado dice circunstancias crueles, se refiere a la cruel ex modelo con la que cruelmente se fugó papi y que lo dejo sin un cruel centavo pocos años después.
MarMaga (alias: Marianela Daraio) |