La brisa se desplaza llena de polvo. Mueve al bombillo y a la transparencia del cristal, que es apenas un reflejo.
- Mira, mira, parece que hoy tiene mas moscas.-dice Josué, apuntando.
- Sí, cada día aparece una nueva y vemos menos, pero si las sacudimos no nos van a dejar dormir.-responde Iván.
- A mi me gusta como se cuela la luz por los espacios entre una y otra, igual al sol detrás de una nube.- Josué, juega con los dedos.
- Cállate, ya es tarde.- en un ronquido.
Iván supo que era difícil, pero prefirió lo simple. Lo complejo se hizo necesidad, motivo, frustración, y entonces se derrumbaron sus espacios.
Iván hurga dentro de la jaba y encuentra las hierbas, las legumbres, un cúmulo de clorofila, ante la carencia de sangre y proteína animal.
- Nos vamos a volver gusanos si seguimos comiendo hierba- Iván estruja las paredes de la jaba.
- ¿Llegaste?, papa esto lo mando tío.-dice Josué.
El niño sale del patio con la cara embarrada de tierra, las uñas carcomidas por pedradas, martillazos, los dedos parecen tristes, sin dueño.
- ¿Dónde estabas?-mirando al niño, con fuerza.
- Allí.- señala al patio.
- Espero, espero que no estuvieras en lo mismo, eh, dime Josué.
Josué baja la cabeza, va hasta la mesa, arrastra los pies. Se detiene en el color de una zanahoria, la cubre con fango-se parece, si – con la cabeza fija en el bombillo, ahora, apagado y cubierto por puntos, diminutos excrementos.
Lo simple se hizo complejo, al descubrir que el enterrador estaba jugueteando con la muerte, con el suelo que ya lo reclamaba. Por eso no le importa, que el hijo se embarre la boca de tierra, le gusta creer que se traga un poco de esos huesos al escarbar en el patio o dentro de la casa.
El polvo de la brisa, lo disfruta, la garganta se abre, como si absorbiera a su padre en un respiro mudo, lento.
Puede pensarse que lo quiso, lo odiaba, sentía vergüenza. De ahí la soledad, el aislamiento, la predestinación de la que tanto huyó.
Solo ella lo descubrió detrás de esa ropa gastada, hastiadas de sudor y bolsillos putrefactos. Le gusto verlo allí, vendiendo, detrás de las flores. Le pareció inverosímil tanto perfume en manos oscuras y cercanas a la peste. Por eso la vio tan seguido, venía, tras el pretexto de traer flores a su hijo. De seguro lo recuerda, flores distintas a las suyas, -rosas búlgaras- , regadas sin sudor etílico.
Pero a Iván le abochornaba su condición, la miseria de las carnes, haberse quedado por debajo, incluso, de lo que tenia predestinado. Las fuerzas no le permitían; siquiera, seguir a su padre, tuvo que enterrar; a el enterrador, otro mas fuerte. Obligado se fue Iván a sembrar, como una labriega, débil. Aun así ella le trajo flores, sin tóxicos, sin riesgos de delirium tremens.
Josué levanta el pico del abuelo y abre un hueco –ya tengo contada la distancia – murmulla, Iván vende las flores, la gente entra, lagrimeando, limpiándose las manos. Josué los observa de lejos, se vuelven peligro, repulsión.
- Josué entra, te he dicho, carajo, que no andes con las cosas de tu abuelo.
- Papa, ¿abuelo en que lugar está? , ¿después de la cerca no?-inquiere el niño.
- Tu sabes bien donde está, dale, acuéstate.
- Porque la gente vive tan lejos, no entiendo, todos terminan aquí.-mira hacia el bombillo apagado
- Es por la salud, para no enfermarse el cuerpo… y los nervios.-en tono de queja.
- Entonces nosotros somos más fuertes.-aplaude.
- Sí, somos más fuertes.
- Como el abuelo.
- Si, ahora duérmete mañana tienes que ayudarme a recoger las flores.
- Me gusta el bombillo y la zanahoria.
- Duérmete.-en tono de amenaza.
Esta bien que Iván culpe al enterrador de la bebida, es cierto, le enseñó a esperar el alcohol después de cada entierro , a matar perros para que no se robaran los cadáveres .Pero ella, ya rehabilitada, lo apoyó; sabía lo que significaba un poco de alcohol en medio de una crisis. Ese fue su escape, por mucho tiempo, antes de conocer a Iván; después de perder a su hijo.
Por eso cargó con botellas, con hambre, con Josué en el vientre. En realidad no quería otro hijo, tenía miedo; no le importó. Lo importante en esos tiempos era lograr cosas con Iván. Desprotegida. Su familia la ayudó, sin venir a verla. Desde que vino a vivir al cementerio fue excomulgada. Ya la sociedad lo había hecho, solo le quedaban ellos. Los perdió.
A Josué le gusta recoger flores, apilarlas en una esquina, amarrarlas por los tallos que se vuelven uno solo. Le inquieta el olor de la lluvia, el agua demora mucho en escurrirse, le cubre el hueco de humedad; por otro lado, el fango es más fácil para cavar. Después de acomodar los ramos encima del saco, busca, recostado a la cerca de alambre de púas que Iván puso, el sitio vedado, la distancia entre el motivo y la frustración.
- Josué deja la bobería, dale.
- Ya voy papá.
Desde que Josué nació ella fue otra. A Iván le dolía verla junto a Josué, dándole abrazos, desplazado, ya no era tan importante. Un odio, un repentino aguijonazo le ahuecaba el pecho. Se volvía cariñoso, arrepentido, besaba los pies, colorados, como una rosa búlgara. Y es que Josué le llenó a ella la existencia, pero le hizo recordar al otro, al que perdió por diarreas, y conocer lluvias debajo de un alero, pesos en el parque, bebida, el sexo sucio con tipos como tú, desgraciados, pestilentes.
Josué le recordó aquel niño y volvió, esta vez junto a Iván, a las andanzas, con Josué en brazos; convertido en testigo de noches orgiásticas, manos; reservorios de semen y fluidos vaginales.
Descubrieron que estaba enferma. Su familia le quito a Josué, a ella. Iván peleó el derecho a cuidar al que ahora retoza. Ella murió. Iván no pudo ir a su entierro, se conformó con poner la cerca, y no aceptar que esta ahí, enterrada al lado del enterrador, se respeto su último deseo, ajena a que le prohibirían a Josué, ir a visitarla.
Nunca mas ha visto Iván al enterrador, la foto; encima del epitafio. Quizás la idea, de que sus huesos se hallan esparcidos, le da tranquilidad. El haberlo enterrado con aquella madera podrida, lo obliga a pensar en la rápida descomposición del cuerpo, la pulverización del esqueleto. Imagina que en cada tallo esta el calcio del enterrador, siempre pregunta-¿están duros los pétalos y el tallo verdad?-.
No pudo ir a verla, dejó las borracheras por Josué, la sangre todavía destila y suplica alcohol, la única forma de no derrumbar sus espacios, es olvidar su existencia perenne, ahí, en el abrir de los ojos.
El hueco es ancho, Josué brinca y se da cuenta de que su cuerpo cabe cómodamente en el cuadrado. Araña con fuerzas hacia el lateral, desbarata el fango buscando profundidad. Los bíceps se hinchan, el niño es rudo. Los músculos crecen encima de las costillas y por debajo de la piel percudida.
-que estas haciendo, que coño estas haciendo, Josué.
Aún queda el bombillo. Ella lo trajo el día que vino a vivir, a compartir los recovecos y lúgubre colchón. –Desde hoy habrá luz en esta casa-dijo sobria, sonrió del mal aliento y los abrazos. El niño sabe lo referente a la escasa luz, y reza al bombillo todas las mañanas, así, con sus moscas.
- nada, nada.-dice asustado.
- Y ese hueco, sal de ahí-contrae la boca.
- Es quiero verlos, a ella, al viejo, calculé la distancia, cavando puedo llegar hasta donde están, por debajo de la tierra, si me arrastro…tu podrías ir sin que te vieran…-con inflexiones en la voz.
Iván lo mira, los ojos se retuercen en una intención de levantar al niño, se le cae, no puede con el cuerpo:
- ay, coño, no me des.-grita Josué, trata de correr.
Iván agarra un ramo y con los tallos fustiga la cara de Josué –están duros eh, están duros, ahora, no llores, así que querías dejarme, no te vas – lo tironea – vas a ver-
Toma el pico del patio, el niño corre detrás, levanta los brazos con esfuerzo, rompe el bombillo, deja las moscas llenando el lugar:
- Eres… ni como padre sirves – grita Josué, se esconde de otro golpe.
- Come, ahí tienes la comida, limpia esa zanahoria de fango y come, voy a recoger el puesto, ya esta oscureciendo, tenemos que dormir sin luz, no llores, mañana compro otro, come.-con fuerza.
Josué se levanta, guarda la zanahoria enfangada para observarla, no alumbra la casa, aprieta los ojos, todo es mas oscuro, toma restos de vidrio del piso y los incrusta en el vegetal, no alumbra, comienza a morderla, con mordiscos sordos, el padre duerme.
Josué sale al patio y se tira en el hueco, busca el lateral.
Iván despierta. Josué no esta en la cama, lo busca, grita, tropieza con los vidrios y trozos de zanahoria. Sigue el rastro anaranjado, como una lucecita gruesa, hacia el hueco.
Salta, sacude el cuerpo, que se desmorona como los terrones que caen del cuerpo. La boca; llena de sangre, suelo, vegetal. Iván, en un temblor lo pone en el cuadrado y le besa los pies, inicia luego con los suyos el relleno, el oficio de su predestinación. Lo deja limpio, sin maderas o telas, para que quede convertido en polvo, rápido-esta vez se queda conmigo, no me lo quitaron, lo mío es mío.-aplana el hueco recién cubierto, pone una cruz encima. Las lagrimas penden, caen por todo el sitio, las moscas vuelan en derredor, lanza un grito, rompe la cerca, se aleja, va en busca de un trago.
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