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Inicio / Cuenteros Locales / dannyecherri / Un cuarto con tina.

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El cuarto permanece oscuro, y Daniel esta en la esquina. Los brazos rodean a los muslos mientras la cabeza yace recostada entre las dos piernas. Así quedan, detenidas, sus disquisiciones con la realidad: sujetas a las extremidades, selladas en los huesos de la rotula.
Un sonido vago rebota entre las paredes, se expande por todo el lugar. Daniel levanta la cara y observa con los ojos cerrados la imagen de la vieja, de pie, orinando en la tina. Parpadea, evade el deterioro de la imagen, tantea en la oscuridad la figura que, parada y abierta, deja caer el sonido ininterrumpidamente.
Las cavilaciones en torno al acto de orinar son siempre las mismas: “Qué vieja más loca”. Nunca habló con ella dos palabras; comparten el mismo sitio, ignorando que existen, él en su cuarto sin luz, ella en su cuarto sin techo. Allí pasaban las noches, hartos de churre y pisos agrietados.
- ¿De dónde habrá sacado tantas fuerzas para orinar, parece una yegua?
La vieja continua ajena a Daniel, a la joroba, al vientre plagado de amebas, solo suspira como siempre después de cada orinada y se seca con un periódico fuera de fecha.
Es raro no sentir el aroma amoniacal, la noche mezcla el olor a jazmines y a grillos noctámbulos; la vieja se tira en el lecho sin amparo, carente de tejas que le tapen el sereno y las estrellas.
Daniel permanece inerte, los mosquitos le aguijonean los dedos de los pies, se los tapa con un saco y vuelve a posicionarse. Va quedándose dormido, piensa en lo incómodo que había sido todo en un principio, y como acabó aceptando los dolores vertebrales, los calambres y las ronchas en la piel. El sonido de la vieja nunca le molestó, el primer día se tapó la nariz pero descubrió que no era necesario, que le gustaba la melodía del líquido que caía a borbotones. Unas veces débil, otras fuerte como una cascada, y las pocas era un sonido calmo; triste.
El saco se escurre de sus pies; Daniel lo detiene.
-Jovencito, présteme el saco que tengo frío.
-no, ¿no le basta con orinar en la tina del cuarto?
- Este no es el cuarto, este es el baño de la casa. ¿Por qué crees que no duermo aquí?
- ¿Esta es su casa?
- Lo fue, ahora es de cualquiera que no tenga una. ¿Tú tienes?
-Sí
-Y entonces… -dice moviendo las manos en círculos.
- Sí, pero a veces me canso de vivirla.
- Yo también estoy cansada del frío, préstame el saco.
- No, este saco me cubre los pies.
La vieja lo mira, y él observa de cerca los ojos opacos, las arrugas que se pierden unas con otras.
- ¿Te asusto?-dice la vieja mostrando los dientes a ras de encía
- No, he visto cosas más feas.
- Bueno, por lo menos mi columna esta derecha, a pesar de los años.
- Si, pero tengo mucho por vivir y tengo casa.
- ¿Y que haces en la mía y sin consentimiento?- la vieja contrae los músculos faciales.
- ¿Hay que pedir permiso para entrar a esta pocilga?-dice Daniel sonriendo.
- Esta pocilga es lo único que me queda.
La vieja comienza a toser, una tos hueca, que se proyecta; con un eco en la boca.
- Anda, préstame el saco.
- Si quiere duerma aquí, a mis pies, así se tapa el pecho y me deja dormir.
- Está bien, pero debo orinar dentro de poco, si no te molesta.
- ¿Por qué orina tanto?
- Solo tres veces en la noche, es que tomo mucho liquido para llenarme, ¿nunca has matado el hambre con agua?
- Qué loca –dice Daniel entre risas.
- El hambre, el hambre.
Daniel despierta con el ruido de la tina. La claridad de la noche acaricia las piernas secas de la vieja, quien disfruta el chorro que cae potente.
- Siempre me ha despertado ese vicio suyo, pero nunca la miré, a veces la veía moverse como un espejismo, por las paredes, arrastrando los pies. Siempre quise creérmela como la primera vez que la oí- hace un mes mas o menos- orinando sin acuclillarse, como un animalito raro, camuflada con el resplandor de la luna que se filtraba por la mitad de su entrepierna, disfruté el chasquido de las gotas , no quería conocerla para imaginarla así , dudar de su existencia. –masculla Daniel entre dientes.
- Tu boca dice, aun cuando no se de que hablas ahí, bajito, que no estas perdido que todavía sueñas. –habla la vieja mientras toma los pies de Daniel como almohada.
Daniel se apoya en la pared y la tos de la vieja se vuelve mas profunda, larga por momentos. Y piensa en su cama, en la ventana que le sirve de puerta para escapar de las burlas de la madre –Cuasimodo, ojala se escribiera algo sobre ti-, de la mirada de lástima de los vecinos, del silencio del padre. Desde esa ventana huía, bajaba por una baranda y chocaba su espalda con la ventana, del primer piso de la casa.
La vieja tose: “rápido, llévame a la tina” , trata de levantarla y ella no puede; se ahoga en un quejido que se ataruga en la faringe.
- Ayúdame, jorobado, ayúdame.
Daniel retira el brazo bruscamente de la espalda de la vieja, quien cae, volviéndose oscura. Las arrugas se confunden con las grietas del piso y la cara no se ve. Daniel corre, la deja tirada.
La cama gira, y Daniel con ella. El sonido de las gotas, blandiendo la tina, penetra como un soplido frío. Daniel se detiene frente a la ventana y trata de localizar la casa sin luz y techo. Se desliza por la baranda y choca, como siempre, su espalda con el marco.
Corre hacia el punto localizado y recorre sus rincones hasta llegar al cuarto de la tina, se agacha y acaricia las flemas secas en el piso.
- Que sucia eras...
Daniel se sienta en el piso y recuesta su cabeza en las rodillas, la levanta, la vuelve a recostar, luego se pone en pie, buscando erguirse. Desabotona su pantalón lentamente y cierra los ojos. Orina.













Texto agregado el 28-01-2008, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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