Doce y media de la noche. 
Acompañado por bostezos de modorra, 
Que nacieron de una mala película americana, 
Regalada por la televisión, 
Salgo en busca de mi vicio 
En la nocturnidad de un sucio 
Buenos Aires gris. 
Calles oscuras, aburridas, 
Solo habitadas por alcohólicos 
Adolescentes esquineros, 
Que ven pasar las estrellas 
Tras el vidrio de una botella de cerveza. 
Un bodegón se despide y tras sus puertas, 
Deja guardado el tufo de sus comidas baratas, 
Cerrando sus persianas en un nocturnal bostezo. 
La avenida es un interminable  
Laberinto de soledad y mugre,  
Que el viento agita poniendo vida, 
En la ausencia de un asfalto gastado. 
Cinco cuadras camino solo, 
Sin encontrar siquiera un kiosco 
Que me permita comprar el humo 
Para el roncar de mis pulmones. 
Y es allí donde lo veo. 
Viejo, aún con su media vida a cuestas, 
Sentado en el cordón de la vereda,  
Las dos ruedas del parado carro,  
Descansando bajo la luz de una farola,  
Sus gastados zapatos pisando adoquines, 
Que son siempre indiferentes, a él y a cualquiera. 
Toda la pobreza, todo el abandono, la indiferencia 
De la ciudad nocturna, se juntan en ese cuerpo 
Empujado a juntar cartones vaya uno a saber  
Porque oficio perdido por la desocupación. 
La bruma desola aún mas, su diaria soledad de ausencias, 
Y sin embargo y no obstante, 
Aún estando en ese pozo de abandono, 
Sus agrietadas manos de mendicante 
Sostienen un libro de Neruda, 
Único valor agregado a su existencia 
De hombre, de igual… de olvidado. 
 
 
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