Estábamos descubriéndonos el uno al otro, al fin logramos despojarnos de las ropas, quedamos enfrentados, asombrados, ávidos de acariciarnos pero sin atrevernos siquiera a rozar nuestras manos.
En la inocencia curiosa de nuestra edad temprana, nos complacíamos tan solo con mirarnos.
Que raro, excitante y vergonzoso resultaba, verte desnudo ante mí, y el rubor de tus mejillas denotaba que te ocurría lo mismo.
Como llegamos a que esto suceda?
Fue la oportunidad de quedarnos solos en mi casa. Recuerdo que mamá salió a realizar unos trámites ,-no tardo –dijo- en la heladera tienen jugo y algo para comer.
Al cerrar la puerta nuestras miradas cómplices decidieron y se dijeron todo, había llegado el momento.
Que extraño resulta a la distancia la forma de comportarnos aquel día. Era nuestra primera vez...
Cuando casi estábamos por besarnos, o más bien cuando apenas nos acercamos, el ruido infernal de la campanilla del teléfono nos puso en estado de alerta, desesperación, no sabíamos que hacer, nos cubrimos con las manos, recogimos las ropas que estaban diseminadas por el piso, nos vestimos apresurados y nos quedamos contemplando aquel teléfono negro que como un juez implacable vino as censurar el momento sublime de nuestra historia.
Hubo un después, pero la magia de aquel día, la inocencia, la pureza de esos adolescentes en un despertar al amor, la guardo celosamente en el archivo secreto de mi corazón, el cual te pertenece por siempre.
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