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En la fiesta costumbrista de Huánuco, una ciudad del Perú, que se celebra en Lima, la capital del mismo país; entre los pasos de los danzantes, casi al centro de los mismos, por donde los Caporales tienen la batuta de toda la cofradía para indicar que coreografía sigue al resto del grupo; veo una moneda, que se entierra poco a poco, por los saltos que realizan los bailarines. Ya había empezado la celebración.

En los bordes, mirando el espectáculo, el público se ve maravillado por la imponencia de estos personajes que representan a los negros esclavos en el Perú, con una vestimenta colorida y lujosa, de un saco bordado de puro hilo de oro; dan aplausos de la satisfacción de tener una gran visita desde tan lejos para -que por tradición- vienen a hacer los pasos de cofradía y de adoración al Niño Jesús, que representa la celebración de Bajada de Reyes.

Con la cámara en mano, quiero tener un recuerdo de este gran momento, donde se siente la tierra donde uno nació, que alejado de ella, esta representativa danza con los abanderados haciendo flamear la bandera de mi ciudad que me vio crecer, y escuchando las canciones del lugar, emotiva a que recuerde tiempos que en mi corta edad sea un 'gatilín' de uno de ellos, recuerdos que hacen vivir este momento de una forma muy especial, mi sentir es que a Huánuco lo extraño y un montón.

Estos Negritos danzantes, dan la señal con sus finas campanillas que es la última coreografía, y a los 4 tiempos siguientes del compas, el trompetista con un largo tono de 2 tiempos, indica que se preparen para el redoble de término de la danza, y un '¡tan! ¡tan!' fuerte, luego estar completamente en silencio de música, para escuchar los fuertes y largos aplausos del público. La Cofradía y La Adoración al Niño había terminado.

Vuelven las campanillas a sonar por doquier, la matracas retumban para dar paso a los Negritos al local del mayordomo; se le ven cansados, hambrientos y sedientos; exhaustos; pero contentos; el público sigue con los aplausos, y se escucha comentar de la gran vestimenta ostentosa y galán de cada uno de Negritos, de la picardía y la bromas de los Corochanos; de la firmeza y elegancia de los Abanderado; y de la hermosa pareja que como dueños -reprentativos- caminan imponentes fuera y dentro del baile, ambos, la Dama y el Turco, con la belleza física bien cuidada.

Concentrado en observar las reacciones de las personas que no son del lugar, de donde viene esta danza, me afano en contar la tradición a muchos de ellos, avanzo, dándome paso hasta llegar a esa moneda que vi a la distancia, y donde los tacos de aquellas botas adornadas también de hilos de oro, habrán desplazado y hundido algunos centímetros demás. En mi cálculo, empiezo a buscar la moneda, en un área prudencial y sin llamar la atención de las personas presentes. En un movimiento de mi pie, abre un espacio, donde observo el brillo del borde, estaba enterrado en forma vertical. Me agacho doblando las rodillas, recojo la moneda; por la travesía que tuvo, es obvio de que tenga el color opaco y rasmillado por ambos lados.

Me levanto, y en la entrada; observo todo el salón de bienvenida; y en frente y la parte superior, armado un pequeño escenario, está la imagen motivo de toda esta tradición, un niño Jesús, vestido elegantemente y adornado de flores, parado sobre un anda para ser paseado junto a los Negritos por la calles de la ciudad. Seis chicas alrededor, las cargadoras, vestidas también para la ocasión con un uniforme serio.

Entro, saludo a los paisanos presentes; varios danzarines vinieron de aquella ciudad serrana del Perú, me acerco también a saludarlos y con un gesto: “regreso enseguida”, no deseaba incomodar porque muchos paisanos como yo también los saludaban. También me acerqué a la Banda, cuyos integrantes siempre acompañan a esta cofradía a todo lugar, y por tal conozco a la mayoría de ellos, con el carácter alegre soy bien recibido. Ellos con unas cervezas sobre el piso y haciendo pasar una, me aceptan para acompañarlos y servirme para refrescar el cuerpo que sufre por el calor intenso del verano, y el paseo dado con los Negritos; una época que donde estamos es bien pronunciada esta estación; que a diferencia del lugar de donde proviene esta danza, es una época de tiempo frío seco y no se sufre tanto de calor que llega a la cabeza durante la caminata de compañía al ser un ‘gatilín’ o un danzante.

Luego, con los paisanos que llegamos al lugar y al compás de la danza, con los huaynos, cumbias y salsa; la diversión se hacía más extensa; el encuentro con los paisanos hacen también emotivo los momentos, por los recuerdos de aquellos tiempos y de los cambios que tiene ahora la ciudad que se extraña; y más emotivos son porque muchos de ellos vinieron de allá y te invitan cual extraños a que visites, porque Huánuco, a cambiado mucho. Uno se siente foráneo, pero conocedor. Eso es la verdad.

Después de un largo huayno, con los zapateos fuertes, se queda exhausto, y el tiempo apremia, al igual que el mayordomo premia; porque él da las indicaciones para que todos los presentes de esta festividad sean servidos de un rico plato tradicional, un plato que hace mucho no probaba, y con eso comprobé que ya era foráneo. El “locro de gallina”, una sopa especial y tradicional (también diferente a otros locros de otras partes del Perú), fue servida, con su presa de gallina de chacra, con papas amarillas y su encebollado ‘teñido’ de amarillo, ahí estaba el secreto; suculento plato y que alimentaba y llenaba a cada uno.

Se escucharon algunos huaynos más, y no solo tocado por la Banda, ellos también lo cantaban y el público lo acompañaba. Indicando fin de fiesta, tocan dos huaynos seguidos sin descanso de 10 minutos, con zapateo fuerte, para que la gente se canse y ¡ya descanse!, y antes de su término, otra ves se escucha las campanillas de los Negritos para empezar La Despedida.

Con un toque melancólico de la banda, se inicia el paso de La Despedida, donde los Negros mostrarán sus rostros al público en general. Observo la tristeza de las personas que –como yo– no estaremos entre paisanos compartiendo baile y comida de nuestro lugar, gozar de nuestras costumbres. Los niños, hijos de paisanos, escucharon y vieron ahora lo que es una Cuadrilla de Negritos de Huánuco. La población que son paisanos, también sueltan algunas lágrimas porque la melodía llega, ver la despedida choca en el corazón, después de tres días de convivir en una celebración costumbrista.

Abrazados en grupo para la foto del recuerdo, los paisanos residentes nos comprometemos en encontramos al menos para esta festividad, los niños se bromean que se verán el próximo año, para ver ‘a los negritos’; y la canción de la despedida y el baile se hace más compenetrante que el llanto se escucha más fuerte. Observo la emoción y reconocimiento de tal gran valor de mi hermoso lugar y mi hermoso país, mis ojos se enrojecen porque también quiere llorar de emoción, de alegría, de haber estado ahí, ver a mis paisanos, a varios amigos, de bailar el huayno, de saborear el locro de gallina, de viajar al tiempo y recordar aquellos tiempos.

Los niños, también bailaban en la forma que bailaban ‘los negritos’, daban grandes saltos y hacían el ademán de quitarse el sombrero, el cotón y la máscara. Terminaba la despedida, se escuchó el sonido de 2 compases largos de la trompeta, para dar el fin de fiesta, y antes del ¡Tan Tan!, el más pequeño se acerca y no cree que ‘los negritos’ vendrán otra vez. Me siento, le veo llorar, él quiere verlos otra vez, me dice que rezará y pedirá al Niño Jesús que estén bien y vengan para el próximo año, le dará su propina para que así sea y se cumpla ese deseo. Meto la mano al bolsillo, saco ese Un Sol sucio y rasmillado, y como un trofeo, le explico: “esa moneda vio la botas muy de cerca del Caporal, sabe del esfuerzo que hacen ‘Los Negritos’ al bailar, conoce cada ‘palomillada’ de los Corochanos, se mantuvo brilloso para alumbrar nuestra bandera y lo mejor, convenció al Turco y a la Dama para que los Negritos pudieran bailar”. Le hice extender la mano y sobre su palma lo puse, haciéndole prometer que lo guardara hasta el próximo año, que nos volveremos a ver. Porque esa moneda tiene que estar otra vez ahí, en su lugar al momento de La Cofradía, La Adoración al Niño y para La Despedida.

Terminado el baile, los danzantes se tenían ya fuera el sombrero, cotón y máscara. Se mezclaron con el público, que con la mulisa y el jala-jala bailaron por toda la gran manzana, para hacer al cambio del mayordomo para el próximo año.

Fredy HF (c) 2008

Texto agregado el 28-01-2008, y leído por 736 visitantes. (0 votos)


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