“SE MURIÓ MI GALLO TUERTO”
“El comandante”, ese era el apodo que el mismo le había colocado desde que era apenas un polluelo y ya correteaba las gallinas más hermosas del corral, aquel veterano de mil guerras y lleno de cicatrices de las más duras batallas. Ahora, el mismo no podría sentarse cómodo por mucho tiempo, debido a que había tenido que guardar un pequeño libro en un sitio muy incómodo, por haber perdido una apuesta con su viejo compadre, hecha en esa tarde soleada de gallos, mientras por el gaznate se deslizaba el tibio “gordolobo” que en esa oportunidad estaba siendo elaborado con afecto y su sabor casi semejaba al del agua de coco y de ningún modo al popular y cristalino ron de caña, consentido de los conductores de carros tirados por mulas y que por aquella época se reunían por las tardes al final de la jornada a contar cuentos y a saciar una sed imposible. En esa oportunidad, en vez de apostarle al giro quien era el novato y casi seguro perdedor, le apostó al “Comandante”, ganador de combates por más de nueve años. Pero en esa oportunidad confiado en sus múltiples triunfos, al viejo ganador le hicieron un morcillero y murió atravesado el cuello por las espuelas del adversario mientras temblaba de rabia sacudiendo sus curtidas espuelas contra el piso, lanzando escupitajos de hiel e insultos escatológicos a todo aquel que se le atravesaba, en medio de una rabieta descomunal semejante a una pataleta infantil, padeciendo los estertores finales, luego la agonía y finalmente la llegada de la muerte…
Desde la pérdida de su gallo favorito, inició una cruzada contra el mundo mismo, independientemente de que color, partido o religión militara y el acceso de mal genio fue en crecendo prolongándose por varios meses, convirtiéndose cada vez en más desconfiado, huraño y retrechero, pero estaba escrito, ese era el comienzo del fin y solo le sería dada la revancha, en la próxima vida...
Caracas, Enero 2008. |