Hermético como una bolsa ziploc guardaba su vida, sus affaires , sus historias de pasión en anaqueles blindados. Su nombre era X. y tuvo muchas historias con mujercitas de nombre Y. que luego después de probar la fruta prohibida pasaban a ser Z. y conformar ese archivo negro oculto y prodigioso, como un olimpo subterráneo destinado a un solo devoto.
Como buen zorro, tenia como vicio hacerle la Z. a toda Y. que le parecía interesante.
X. entendía que la mejor arma de seducción era su aparente falta de arsenal y su mejor estrategia la de exponer su inexperiencia en el campo de batalla. Gustaba de la caballerosidad y usaba como escudo su impecable discreción a la hora de confesar sus victorias.
Acaso manejándose en un mundo de grandilocuencia, efervescencia y lujuria de cartón pintado, se dejaba llevar por los atributos menos expuestos por sus competidores y así, en claro contraste, sobresalía del resto.
No era el típico Don Juan de la cultura occidental, ni tenia las cualidades físicas de un modelo publicitario, solo contaba con una extraña sensibilidad para prestarle atención a los puntos de las Yes. Y con simplemente pronunciar palabras desconcertantes las metamorfoseaba en Zetas.

Tirado en su lecho, después de fumarse un cigarrillo de humo espeso, se repetía para no olvidarlo nunca:

- estimado X. ¡solo debes decirles lo que ellas no esperan o no quieren escuchar!

para luego revisar su anaquel: una Z. dos Z. diez Z.. treinta Z. Z de dos en dos, Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z …

Y así se quedaba dormido.

Al despertar, después de sepultar con Zetas la ultima victoria, salía a la calle limpio, recién nacido. volvía a ser el X. de pura inocencia , nadie podría decir que era perverso, porque su mecanismo psíquico bloqueaba de manera inviolable su pasado concreto después del trance ritual de transformación .
Entonces creía recordar que sus anteriores Zetas. eran solo Zetas en su imaginación de niño sensible y se convencía que sus Y. eran solo Yes, delicadas, etéreas, inalcanzables.
Y comenzaba de nuevo el sutil y excitante camino de conocer una nueva Y.

Por las noches regresaba y escribía sus tristes historias utópicas de chico kafkiano, solo, triste, abandonado.

Una de esas tantas mañanas, exaltado por la efusión de su inspiración decide escribir la historia de un sujeto hermético como una bolsa ziploc.