Abel reía y reía, no paraba de reír, no había quien pudiera detenerlo, llevaba casi veinticuatro horas riendo, vinieron los vecinos, los parientes, los amigos, llegaron los médicos de la emergencia, la prensa escrita, la radio, la televisión. Entrado el segundo día el tema trascendió las fronteras y llegaron los parapsicólogos, los profetas, los gurúes, los científicos, los iluminados, los curiosos, los que no tenían nada que hacer y comenzó el mito. Abel era un elegido, en este mundo triste Abel reía como un loco, Abel se reía de todo y de todos!
Es que Abel se cansó, decidió que lo que le quedaba de vida debía ser honrado con la alegría de vivir, sabía que su cáncer de colon se llevaría su cuerpo pero no su espíritu, no, no lo permitiría.
Abel murió una mañana de abril, en una sala general del hospital Álvarez del barrio de Flores. Por las hendijas de la enorme persiana se colaban los rayos del sol de la mañana, que como un lápiz en manos de un artista dibujaban una mueca, como una sonrisa en ese rostro demacrado, es que Abel se fue pero su alma por efecto de la inercia aun festeja.