“ E L D E S A F Í O ”
cuento
(Una historia de 1850 en la Pampa Argentina)
Negros nubarrones cubrían el cielo de la oscura noche invernal. A lo lejos, un relámpago iluminó el paisaje campestre y el intenso frío se instaló en los lugares sombríos, mientras que en el interior de la Pulpería de Quintana, los parroquianos, como cada domingo, se encontraban reunidos para compartir largos momentos de esparcimiento.
El bullicioso ambiente estaba cargado de un espeso humo gris y perfumado con fuerte olor a tabaco negro, y mientras algunos jugaban al truco, otros se acodan sobre el rústico mostrador de madera, para compartir una copa de vino o de ginebra, dando rienda suelta a sus fantásticas experiencias vividas, que siempre tenían un elevado tono de exageración como para sorprender a los ocasionales compañeros de charla. Un poco la imaginación, y otro poco el efecto del alcohol, se generaba todo tipo de comentarios entre mitómanos y tremendistas, que la mayoría de las veces rozaban la fantasía. En aquella ocasión, el tema que acaparó la atención de los parroquianos, estaba dirigido de manera particular a la aparición de las ánimas en pena, que según comentaban, solían verse en las inmediaciones del cementerio, razón por la cual ya nadie se animaba a transitar por el lugar en horas de la noche. Los más entendidos en el tema le daban un razonamiento lógico a las apariciones, como para quitarle el tinte de dramatismo que tenía la conversación, explicando que se trataba de manifestaciones de ultratumba, a través de las cuales imaginaban ver en ella el alma de algún difunto que no había purgado sus penas y que, por ello, seguía vagando de esa forma en la tierra.
Los distintos relatos eran escuchados con profunda atención y con marcados gestos de asombro por parte de los presentes, hasta que irrumpió en la escena Rosendo Cruz, veterano arriero con más de 50 años de profesión y una dilatada experiencia como trotamundos, quien luego de haber bebido unos cuantos vasos de aguardiente que por lo general potenciaban su carácter contradictorio, se incorporó a la animada charla para entablar una dura porfía, mofándose primero y poniendo en duda después el relato de aquellos hombres, que abordaron el tema con un tinte de temor. Sus expresiones fueron extremadamente chocantes, y por eso la reacción no se dejó esperar. Un reto generalizado fue la respuesta para el ocasional orador que descreyó del testimonio de los presentes, y se ofreció a desvirtuar tales comentarios con una bravuconada propia de su carácter, visitando el cementerio esa misma noche y dispuesto a traer pruebas de su arrojo. En la apuesta se ponía en juego no solo el prestigio y la hombría de Rosendo, sino también una apuesta de cincuenta pesos si el hombre cumplía con su promesa, oferta poco despreciable para los tiempos que corrían, y Rosendo, no era de los que retrocedían cuando tantos valores morales y materiales estaban en juego. Sin demorar un instante, aceptó el reto y se dispuso a cumplir con su palabra, dejando como depositario del dinero al pulpero, mudo testigo de la acalorada disputa.
Salió presuroso hacia el palenque, ajustó la cincha de su caballo oscuro, se acomodó el poncho pampa, y partió raudamente en dirección al cementerio, bajo la mirada atenta de sus compañeros de apuesta. La oscuridad de la noche borró pronto su silueta, y solo se escuchó por instantes el repique de los cascos de su caballo perdiéndose en la distancia.
Pasada la media noche y ya con bastante preocupación, se tejió todo tipo de comentarios mientras esperan el retorno de Rosendo que no daba señales de su retorno. En tanto esto ocurría, se pudo observar la dura mirada del pulpero, que luego de una fatigosa jornada de trabajo quería dar por concluida la tarea para entregarse al sueño reparador. Los impulsores de la apuesta decidieron entonces esperar una hora más, transcurrida la cual y ante la avanzada hora de la noche, resolvieron marcharse cada uno a su casa.
Muy temprano a la mañana del día siguiente, los curiosos que habían participado del desafío y trataban de encontrarle una respuesta a la ausencia de Rosendo la noche anterior, hicieron causa común y se dirigieron hasta el cementerio para develar el interrogante.
El caballo oscuro de Rosendo, acostumbrado a los desvelos de noches enteras, permanecía inmóvil atado a un árbol en la entrada del cementerio. El portal estaba entreabierto y adentro el silencio invadía el ambiente sepulcral solo cortado por el silbido del viento sobre las tumbas. Imbuidos en una expectativa siniestra ingresaron al lugar. Luego de algunos minutos de búsqueda uno de ellos gritó asombrado... ¡Ave María Purísima!... y cual no habrá sido la sorpresa al acercarse, observando el cuerpo sin vida de Rosendo que permanecía inerte con los ojos fijos hacia el cielo, dentro de una fosa recientemente abierta. Las circunstancias le habían jugado una mala pasada al infortunado, que en medio de la oscuridad no advirtió semejante obstáculo y perdió pie tras dar un paso en falso y caer de nuca sobre el piso de cemento de aquella simétrica excavación preparada para vaya a saber que futuro ocupante. Rosendo nunca llegó hasta la sepultura de su abuela, ni tampoco pudo darse cuenta de su infortunio, ya que sorpresivamente dejó su vida en manos de la fatalidad tratando de conseguir un testimonio de su coraje para ganar la apuesta.
Fue un desafío como tantos de los que había vivido, pero éste tuvo un final amargo para Cruz, porque el destino fatal se interpuso en su camino. ■
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