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No, Rubidio no era adicto a esos ambientes sórdidos, a esos tugurios en donde reinaban las mujeres desnudas y una corte de ebrios intentando toquetearlas y seducirlas con sus lenguas traposas. Y no es que no le gustaran las mujeres, no era eso. Por el contrario, las admiraba, se extasiaba ante una morena de caderas cimbreantes y también ante la visión prodigiosa de una rubia de senos prominentes y labios sensuales. No era eso. Tampoco sufría de un estado permanente de moralina indigesta, de esa que hace vomitarlo todo, por estar contaminado con los tóxicos de las malas costumbres. No era nada de eso.

Acaso ni el mismo pudiese explicarlo, menos en el instante preciso en que había sido padre por segunda vez y un extraño embotamiento, mezcla de jolgorio trasnochado y torpe perplejidad ante la nueva situación, le impedía razonar con claridad meridiana. Lo que aprovechó el bueno de Mandungo para invitarlo a celebrar el acontecimiento.
-Nada brinda más alegría al individuo que perpetuarse en los hijos- exclamó el sibarita y tomando de un brazo a su timorato amigo, lo llevó a recorrer las callecitas de Dios, esas que más bien parecían estar en la frontera justa de lo permitido.

De bar en bar, cada vez más torcidos por la contundencia de los vapores etílicos, se dirigieron al último eslabón de esta cadena lúdica: un café topless, en donde lo menos que se bebía era café. En la semipenumbra, fueron recibidos por un tipo de modales refinados, quien les saludó con grandes aspavientos.

-¿En dodo...donde es es...tamos?- preguntó el flamante padre.
-En el templo del placer- respondió Mandungo, con sus ojos saltones ante la deslumbrante escultura animada que le sonreía con picardía. Era una de las chicas que, ataviada de una falda cortísima y una blusa que dejaba entrever demasiado, intentaba encandilarlo para que el tipo comenzara a consumir.
-Dos combinados, mi lindura- pidió el amigo y le prometió un regalito si era generosa. La chica se abrió el escote y Mandungo pareció enloquecer. Rubidio, en tanto, pensó que era hora de comenzar a actuar.

-Deberías pensar en tus hijos, en tu familia. Hay tanto trabajo honrado para una mujer como tú.
Quien decía esto, era Rubidio, quien había decidido que trataría en enrielar por el buen camino a todas esas ovejitas desvestidas.
-Lo he intentado, pero como la ven a una bien formadita, joven, llena de vida, no faltan los frescos que tratan de seducirla a una y, bueno, una es tonta y les cree. Y cuando una despierta, ya tiene tres críos a los que hay que alimentar y acá se gana plata, para qué vamos a andar con cosas.
-Pero mira, esta vida te va a terminar matando: todas estas trasnochadas, soportar a esta manga de patanes borrachos y tus hijos, a los que tienes que darle un buen ejemplo.

Y así se pasó gran parte de la noche el bueno de Rubidio, con su lengua traposa intentando rescatar a esas ovejas descarriadas de las fauces del mal.
Cuando se acercó a él una morena curvilínea y lo abrazó con efusión, el hombre le dijo al oído, o por lo menos lo intentó: -Abandona este camino, mija.
Y la Paloma, que así se llamaba la mujer, quizás que diablos le entendió, porque le contestó, también por lo bajo:
-Son cinco mil pesos la media hora.

Dos horas después, la Paloma danzaba encima de la humanidad del pobre Rubidio, quien, aún con la posibilidad de hilvanar una que otra frase, en medio de su completa ebriedad, farfullaba:
-Sál..sál...salva...te mu mu mu...cha...cha...














Texto agregado el 26-01-2008, y leído por 258 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-01-2008 Así, también yo me pongo a salvar almas descarriadas...Salú. leobrizuela
 
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