El Desconocido ronda por las hojas secas. Escucho sus pisadas. El sol sale como de milagro, con ternura y extrema brillantez. Las nubes bailan con un cielo violeta. Ríos, estrellas y música se miran en el mismo azul.
Paralelamente, el hombre, por lo más profundo de las rosas, busca una explicación a sus durezas. Y, sin respuesta aún, se hecha a llorar. Sus lagrimas forma delgados cristales gravitatorios: fuerzas brutales que se rompen en el preciso contacto con la hierba y el reflejo de la luna. No hay respuesta aún, y, sin embargo, las hojas secas crean una melodía con ritmo del Desconocido. Ellas, como medio día de intenso sol, crujen y suena dos o tres sonido penetrantes, como la verdad de una respuesta. Las escucho y aún continuo extasiándome.