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Inicio / Cuenteros Locales / diafana / Testón, un cabezón dulce e inocente

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Testón, un pequeño cabezón con nervioso y largo rabo salió sin saber por qué de su guarida donde dulcemente vivía con millones de hermanos igual de cabezones e inocentes que él.

En un palpitar bombeante fue despedido por un túnel que desconocía. Le acompañaba un buen puñado de sus parientes. A algunos los conocía por su nombre, a otros ni siquiera recordaba haberlos visto nunca. En su pequeña mente de cabezón le vinieron a la frente dos palabras "Montaña Rusa". No sabía que significaba pero de alguna manera parecía describir los que estaba viviendo en esos momentos.

Tras un viaje rápido y atropellado llega al final del pasadizo hasta una caverna rosada y cálida. Cae de bruces desparramado contra la pared tubular. Nota su untuosidad, la agradable temperatura, la rugosidad de la superficie que le hace cosquillas en su cabezón sensible y tierno. Otra vez siente un impulso natural que no sabe de donde le nace y empieza a reptar con desenfreno. Mira atrás y ve como una jauría de millones de cabezones le siguen con ansia competitiva.

Testón afina su testa buscando una forma más aerodinámica y empieza a coletear como nunca pensó que pudiera hacerlo. Necesita llegar el primero. “Ganar” palabra que palpita en su ser y que le hace no sentir el cansancio ni el miedo a lo desconocido.

Llega a un pedúnculo rosado también, dulce y tierno, que se mueve insinuante, oscilante y que abre y cierra una pequeña abertura de forma irresistiblemente atractiva. Sube a él y entra de lleno. Sabe que lo conseguirá, siente que sigue siendo el primero, que puede ser el campeón.

El acceso da a una cueva oscura, muy oscura que palpita como con vida propia con paredes peligrosamente inundadas de algo que no acaba de entender. Otras dos palabras desconocidas nacen “Arenas movedizas”. Necesita seguir avanzando pero las fuerzas se le van quedando atrás a medida que el terreno fangoso le pone mas trampas, mas dificultades, a su objetivo de llegar a esa meta que ni siquiera ve.

Su enorme, suave e inocente cabezón topa con algo, lo explora, lo rodea. Es redondo, delicado, con superficie lisa y fina. "Debe haber algún lugar por donde entrar, ¡debe haberlo!"

Desespera, no le quedan fuerzas. Mira un momento atrás y en la negrura cree ver los ya cadáveres de los que no consiguieron superar el fango, mientras con movimientos espasmódicos apurar sus últimos halos de vida.

No quiere morir ahora que por fin llegó, ahora que por fin sabe a que venia, ahora que descubre el sentido de su existencia. Se arrastra en círculos alrededor de esa preciosa esfera.

En unos segundos su cabeza deja de moverse mientras su colita cesa su vibrar lentamente. No puede creerlo pero es el fin. "¿No lo consigo? ¡No puedo creerlo!" Una última palabra parpadea en su mente de cabezón dulce e inocente, “Vida”, justo antes de morir en el intento.

Texto agregado el 26-01-2008, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


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