Azulado
Para Nelson
Toda la noche batalló con la noche, mirando las paredes blancas de su cuarto y la luz encendida del patio del vecino.
Lo distraía la mente con los recuerdos del día: el rico sonido de Miles Davis en Kind of Blue, el ir y venir, la familia, el amor, los amigos, el cansancio y la dicha de ese momento en que se dejó llevar y armonizó su pasión en el piano; se sintió libre experimentando con melodiosas armonías.
No podía dormir, buscó la calma escuchando a Bach, pero no la consiguió: eran demasiadas voces para concentrarse… se terminó el disco y seguía despierto.
En lugar de relajarse, lo atemorizaron ruidos que venían de la cocina y el patio del vecino, ruidos de personas murmurando algo de la muerte –o al menos eso era lo que su mente imaginaba–, pero pensó objetivamente, la rutina de mañana lo atormentaría desde temprano: decidió ignorar a las voces en su cabeza y volver a la soledad de Kind of Blue para terminar el día como empezó, y seguro que con Miles, Coltrane y Bill Evans encontraría la paz que aquellas voces y la luz encendida le habían interrumpido.
El día siguiente, de regreso al piano, no pudo evitar tocar All Blues, como si un ánima se hubiera filtrado por sus oídos hipnotizados con Kind of Blue y se apoderara de su cuerpo para liberarse. Así, increíblemente movido por una fuerza extraña, tocaba los coloridos acordes y una improvisación auténticamente bella, con un sonido que él ya conocía bien: el de Bill Evans, ese espíritu revolucionario del jazz que todas las noches sigue a su lado.
Claudia Moreno Olmos
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