Mi fuerza, suponiendo que la tenga, consiste en haberme hecho todas las preguntas posibles y no haber encontrado ninguna respuesta.
Es por ello que, ya sin apremios, me siento ante mi siquiatra y superada la ansiedad que me asegura la receta que dá por finalizada nuestra "terapia" puedo hablar con él de cualquier cosa.
Por ejemplo, de la angustia que él debe ayudarme a soportar y de las posibilidades sicoanalíticas que mi neurosis tiene de conducirme al suicidio.
Es, para mí, un hombre honesto, afable.No me agrede estéticamente. Es más ,tiene ese jodido aspecto clerical y progresista que parece estar esperando la posibilidad de la bofetada fascista.
Nos miramos.
Nos respetamos.
Intercambiamos entre 45 y 50 minutos, y las fuerzas están absolutamente repartidas y asumidas.
Yo sé que él nunca podra curar mi angustia, ni mi pulsión de muerte.
El, como es un profesional, sabe que mi instinto suicida acabará conmigo.
Y los dos sabemos ,porque compartimos angustia y profesión,que no tenemos ninguna posibilidad que no pase por pagar el recibo del gas.
Nos hemos enamorado.