Este cuento y los otros tres capítulos de "Germanos de Sangre" forman parte de mi libro "Portarrelatos". © RNPI Nº 155707 - Junio 2008
GUIGE
El patrullero se detuvo con las balizas azules encendidas. En la vereda de la Cooperativa se apretujaban hordas de vecinos, las cámaras de televisión de los noticieros del 4 y del 6, y un par de periodistas que llevaban la credencial del Discovery Channel prendida en sus chalecos color verde militar. Cuando el oficial de policía bajó acomodándose el pelo para las cámaras, ni siquiera tuvo necesidad de ingresar al edificio. Tomado del brazo de Funes, responsable de la seguridad del pueblo, un alemán pequeño salió a recibirlo con la mano extendida. Sobre su nariz se posaban lentes "Lennon" con marco dorado y cristales de un acentuado aumento.
-¿Wilhelm Stern?- preguntó el oficial mirando alternativamente los ojos del alemán y leyendo la orden judicial con dificultad.
- Si señorg, yo soy Stern. Me dicen Guigue. Y soltándose del brazo del custodio, subió mansamente al patrullero antes que el oficial. Cuando se cerró la puerta, un pequeño grupo de vecinos lo aplaudió rabiosamente, mientras otros lo insultaban y tiraban huevazos al auto policial, que arrancó violentamente y se perdió en la subida de la plaza. Todos quedaron impresionados por el rostro inmutable y pálido de Guigue, mirándolos a través de la luneta trasera.
La Jueza de Instrucción de Tercera Nominación se quitó los lentes de leer y miró directo a los ojos del hombrecito rubio que tenía delante.
-Los cargos son: incitación a la violencia y estrago culposo. Se le retira el cargo de homicidio culposo porque usted no participó en el tumulto, señor Wilhm...Wilhllen...
-Guigue, Guigue Stern, señoga. Así me dicen.
-Bien, señor Guigue. Luego del descargo presentado por el abogado defensor de oficio, y la conformidad del Señor Fiscal de Turno, paso a leer la sentencia:
"Se condena al Señor Wlhel... Wilhmen bueno, Guigue Stern a tres meses de prisión en suspenso por incitación a la violencia, falsedad ideológica y estrago culposo, considerándolo responsable de los daños a personas y bienes de la Cooperativa de Aguas y Servicios Públicos "Sed y Ser", debiendo pagar además una multa de cuatrocientos cuarenta y cuatro pesos con cuarenta centavos en concepto de rotura de cristales, reparación del monitor de una PC propiedad de la mencionada Cooperativa, lavado de un móvil policial y el envío de flores a la viuda del Sr. Lorenzo Lorenzatti, fallecido en el tumulto generado el día 2 de Febrero del año 2002, todo ellos daños ocasionados por la exposición de la teoría sobre el meteorito WS222, cuyo autor es el Sr. Wilhelm Stern... Una vez abonado el importe a este tribunal, el Sr. Stern puede retirarse."
"El núcleo del meteorgito está compuesto de hiegrro, manganeso y otros minegales duros. Su diámetrgo es dos veces mayor al de la Luna, es decir, unos 24 Kilómetros. Si bien la NASA y otras entidades dicen que podrgían destruiglo mediante misiles con ojivas nuclearges, pargece que no han comprendido la dugueza, velocidad y trgayectoria del cuerpo celeste. Según mis cálculos, impactará contra la Tierrga el 2 de Febrero de 2002 a las 22 horas, es fácil, recuerden, dos del dos del dos mil dos, a las veintidós...ja ja. La zona del impacto segá entre la isla de Belice y las Islas del Cisne, en el Caguibe. Esto permite afigmar que toda la zona central de América quedagá sumergida en segundos. La nube de agua y polvo que levantará el meteorito se elevará a ciento cuarenta kilómetros, cubrgiendo en pocas horas todo Occidente. Y debido al efecto de grotación de la Tierrga, en menos de un día se habrá mezclado con toda la atmósfera del planeta. El polvo permanecegá en suspensión durante unos cuatrgocientos años, reduciendo la luz solar en un ochenta y cinco por ciento. Las consecuencias son imaginables: todo ser viviente terrgestre o acuático desaparecegá en menos de un mes. Y ahoga, señores, les explicaré grráficamente todo lo expuesto en este pizagrón que gentilmente nos ha pgrestado el Instituto Populagr de Idiomas."
Guigue comenzó a trazar una frenética red de curvas, elipses, líneas punteadas y fórmulas. Mientras dibujaba quebrando una tiza tras otra, arrojaba hacia su sorprendido auditorio conceptos como masa, velocidad, energía y aceleración de la gravedad en metros sobre segundo al cuadrado.
Más de doscientos hombres y mujeres permanecían callados y atentos. Algunas risas socarronas se mezclaban con el estupor general. El Gordo Funes, titular de la empresa de Seguridad "Funes & Sotelo", inclinó la cabeza hacia su vecino Calisto y le lanzó el chiste obvio: - "Calisto... a cojer que se acaba el mundo..." A Calisto no le hizo ninguna gracia, porque su personalidad hipocondríaca y paranoica le estaba pre-anunciando un ataque de pánico. Se secó la transpiración con un pañuelo, tragó una pastilla celeste, hizo un saludo nervioso a los que lo rodeaban y abandonó el salón rápidamente. Según Guigue, le quedaban catorce meses de vida.
-¡Eh, Guigue...! ¡Parece que sos el único que sabe que se va a acabar el mundo...! ¿Por qué la NASA o los yanquis no dicen nada...? -preguntó fanfarrón el "Chueco" Cáceres, profesor de Física de la Escuela Normal Número 22.
-Chueco idiota... ", contestó el alemán que no tenía mucha noción de las normas del buen trato en castellano. "¿Acaso vienen los yanquis y te dicen, ah, señorges, mañana vamos a tirar una bomba atómica en Hiroshima, o... el lunes vamos a hacer una prgueba nuclear en Nevada, o pasado mañana a las 14 nuestgros aviones espía van a fotografiagr tu casa, ponete lindo... Pensás que tu mujeg te va a decir...: ¿sabés mi amogr? El magtes que viene a las 15 horas te voy ponerg los cuergnos,...? Nooo... Sos muy inocente, pibe... si te dicen que en catogce meses se acaba todo: ¿vos vas a seguig pagando las cuotas del cgrédito del Citibank?
Ante la carcajada general, el "Chueco", rojo como un pimiento calahorra, se levantó y abandonó el recinto.
El Pastor Rosales, Gran Arquitecto Fundador de la Iglesia Pentepostal del Octavo Día, se dirigió a sus fieles con más énfasis que nunca. En general hablaba poco, porque coherente con su denominación, la Iglesia Pentepostal se manejaba por correo, y las donaciones llegaban mediante giros telegráficos a la casa del Pastor. Las confesiones eran escritas, o podían enviarse por correo electrónico. Esto generó algunos inconvenientes, entre otros, un e-mail con la confesión de la viuda Rosita, amante del cura del pueblo, había sido reenviado por error al foro de discusión infantil "www.misprimerospasitos.com".
La Iglesia se llamaba además "Del Octavo Día" porque sus autoridades habían agregado otra jornada después del miércoles, denominado "trávestes", en parte porque se insertaba a través de la semana y en parte por las conocidas inclinaciones del Pastor. La inclusión del trávestes trajo aparejados numerosos conflictos laborales y sociales, porque cuando todo el mundo iniciaba una semana de trabajo febril, los pentepostales estaban felices comiendo el asadito del domingo. La semana de ocho días, que en algunos países europeos ya había sido aceptada bajo el nombre oficial de "ottomana", hacía que el calendario de la original Iglesia se fuera desplazando con respecto al calendario romano. Semanas de ocho días significaban meses de treinta y dos y hasta cuarenta días. El año pentepostal tenía cuatrocientos diecisiete días, y ni hablar de los trisiestos. Por eso una vez, en pleno Día de Los Muertos, los acólitos de Rosales estaban festejando el Año Nuevo meta sidra y cañitas voladoras. Ni hablar del Carnaval pentepostal, que por haber coincidido con el Vía Crucis, vio desfilar por la avenida principal una extraña procesión de monaguillos, velas encendidas y curas con hábitos ceremoniales, mezclados con disfraces de Hombre Araña, Gatúbelas, dinosaurios y ángeles negros.
El Pastor Rosales había captado instantáneamente que el mensaje de Guigue abría un escenario de ricas posibilidades. Ahora estaban cara a cara con el Gran Acontecimiento. Y no podía dejar pasar semejante oportunidad.
"Es hora de enfrentar con humildad nuestra condición de seres finitos (al decir esto varias miradas de confusión se dirigieron al Gordo Calisto), es hora de dejar de lado el egoísmo y la mezquindad, es hora de donar a nuestros guías espirituales todo ese dinero, esas joyas y esos bienes que ya no necesitaremos, es hora de ser abiertos y generosos... (mirando el reloj, decidió terminar abruptamente su sermón) es hora de comer."-
Sin esperar ni siquiera el acostumbrado "amén", Rosales levantó su mano en gesto de bendición y les gritó, ya fuera del micrófono: -Los espero nuevamente el próximo trávestes, para compartir otra hermosa jornada de ¨"Oración... y donación.¨
Catorce meses, dos del dos del dos mil dos... Como Calisto, muchos no podían dormir pensando en el pesado proyectil que les caería encima. A medida que pasaban las semanas, la rutinaria vida del pueblo se iba trastocando. Los vecinos que ritualmente a las siete de la tarde se sentaban en el bar frente a un vermouth, ahora estaban parados en las esquinas, sumergidos en discusiones acaloradas y elaborando teorías científicas caseras. Los más cercanos a la política vecinal invertían catorce o quince horas al día para la formación de un Comité de Emergencia. Pero no lograban ponerse de acuerdo sobre si éste debía estar bajo la dirección de un Presidente o un Concejo Vecinal.
A seis meses del impacto se habían formado tres corrientes de opinión. Por un lado estaba el Movimiento Final de Vecinos, que creía ciegamente en la teoría de Guigue y era conducido por Calisto, el marido de la panadera. En realidad Calisto era un fantoche que repetía todo lo que opinaba el Pastor Rosales, y no hacía más que recolectar dinero y bienes para la Iglesia Pentepostal.
Por otra parte, Funes dirigía desde su oficina la Junta Organizadora de Asistencia Social - J.O.D.A.S. -, también orientada a la recolección de fondos para el día después. Como experto en Seguridad, Funes supervisaba por orden del Intendente la construcción del gigantesco refugio debajo de los cimientos del Instituto Popular de Idiomas, también ofrecido generosamente por su titular, Antheus Mertens. Este era un hombre pragmático: si se producía el impacto del meteorito, tendría un rápido acceso al refugio ya que vivía en el mismo edificio. Si no pasaba nada, le quedaría un excelente subsuelo para ampliar el Instituto.
El tercer grupo era minoritario pero no menos ruidoso. Se identificaba con las siglas N.A.D.A, que significaban exactamente eso: nada. Porque no creían en lo que decía Guigue, ni en lo que proponía Funes, ni en el Pastor Rosales. En su mayoría eran jóvenes que pasaban el día en el pool. Cuando no jugaban se tiraban a fumar en la alfombra, y cada tanto echaban un vistazo al televisor conectado las veinticuatro horas al programa Gran Hermano. De noche se dividían, quedando algunos de "campana" en las reuniones del Movimiento Final de Vecinos y otros en las de J.O.D.A.S.. Sabiendo perfectamente qué casas estaban vacías en ese momento, avisaban a sus compañeros por celulares para que saquearan las viviendas con toda tranquilidad.
A un mes del evento prácticamente nadie trabajaba. Guigue Stern había colocado una pizarra en la Cooperativa, y explicaba con movimientos rápidos la trayectoria del meteorito, la profundidad y el diámetro del cráter que produciría, y la seguidilla de consecuencias que terminarían con todo vestigio de vida sobre la Tierra. Los más temerosos caminaban como sonámbulos, prácticamente ni comían. El Centro de Salud, desbordado por la invasión de pacientes con insomnio, depresión o pánico, reservaba los ansiolíticos para casos extremos. Cada día, mientras se acercaba la fecha, crecía el promedio de riñas callejeras y peleas por motivos insignificantes, o se hacían realidad venganzas ya olvidadas. Por otra parte también renacían los afectos y se perdonaban viejas ofensas. Don Antonio Pasquet, de 97 años, se volvió a casar con su primera mujer, Laura Rosaura Maura, de 92. Habían estado separados durante 72 años, durante los cuales sólo se cruzaban en la sala de espera del médico sin mirarse ni saludarse. La ceremonia estuvo salpicada de fuertes emociones, y se realizó en el refugio recientemente construido por ser el lugar más fresco. El Padre Detomatti, dirigiéndose a los novios, les pidió cariño, comprensión y fidelidad, en la salud y la enfermedad, en la pobreza o en la abundancia, en las buenas y en las malas hasta que la muerte los separe. La entrega recíproca de alianzas debió ser omitida porque el novio las había olvidado en el bar. Finalmente Detomatti les dio la bendición y le dijo a Don Antonio: - Ahora puede besar a la novia.
-Ahora puede besar a la novia, Don Antonio...
Antonio lo miraba fijamente.
-Bese a la novia, Don Antonio. Ya está casado...
Levantándose desde la cuarta fila de sillas, el Dr. Magnasco se acercó rápidamente a Don Antonio, que permanecía de pie con los ojos clavados en el cura Detomatti. El médico le palpó el cuello con el pulgar y el índice.
-Está muerto,- determinó. Y dirigiéndose a la novia le dijo:
- Mi más sentido pésame, señora Laura.
Con sólo separar los dedos del cuello de Don Antonio, el viejo cayó al suelo como una estaca. El cura, que hacía mucho tiempo no tenía la oportunidad de ofrecer una misa de cuerpo presente, se arremangó y comenzó a leer la parábola de Lázaro. Usaba una voz teatral, fuerte y muy impostada, mientras repetía la frase "Láaaaaazaro.... leváaantate y andaaaaaaa...!!!" Apartándose del ritual, los asistentes al casamiento / funeral comenzaron a repetir a coro: "Láaaaaazaro.... leváaantate y andaaaaaaa...!!!" Al escuchar el griterío, Don Antonio, que solamente había sufrido una breve interrupción en el flujo eléctrico cerebral, se incorporó con agilidad sacudiéndose el polvo de los codos del saco. Miró a su alrededor sin reconocer ni el lugar ni la gente, cosa que ya le había sucedido varias veces. Hizo un leve gesto de saludo, casi un cumplido, recompuso la forma de su sombrero de felpa y abandonó el recinto, mientras Detomatti levantaba los brazos al cielo, Laura Rosaura Maura lloraba a mares, y la gente gritaba: “...Milagrooooo, milagroooo...!”
El amanecer del 2 de febrero de 2002 no fue igual a todos los amaneceres, y menos aún en el pueblo.
El cielo apareció atravesado por franjas de color rojo grisáceo. Demasiado espesas para la estación. La mañana fría, excesivamente destemplada para el mes de febrero, presagiaba un día diferente.
Los acólitos de la Iglesia Pentepostal cantaban salmos en las gradas del anfiteatro de la plaza. Se sumaba a ellos el Movimiento Final de Vecinos, que esperando la hora del Gran Acontecimiento, no había podido definir todavía su perfil político y social. Pero ahí estaban, listos para la llegada del meteorito de Guigue, el WS222, gigantesca roca destinada a destruir la vida en el planeta. Les quedaban menos de veinte horas de vida.
El grupo que integraba J.O.D.A.S., dirigido por Funes, pasaba las horas en el refugio, acumulando alimentos y bebidas donadas por sus integrantes. Funes descontaba personalmente un porcentaje para la Agencia de Seguridad Funes & Sotelo, encargada de custodiar las provisiones. Latas de caballa, atún, arvejas, fideos secos y sopas deshidratadas, se iban amontonando en las costosas alacenas construidas por la carpintería Moyá, primos segundos de los Funes.
Los miembros de N.A.D.A, en franca actitud de rebeldía, habían organizado para esa misma noche, dos de febrero del dos mil dos, a las veintidós, un festival de rock, cerveza y empanadas árabes, con la actuación principal de "Extraños Apósitos" y la voz estelar de Carlitos Caché.
A las nueve de la noche, una neblina cerrada invadió todo el pueblo. Flotaba una contagiosa sensación de muerte inminente, en especial sobre los miembros de la Iglesia Pentepostal y el Movimiento Final de Vecinos, cuya voz se elevaba tétrica sobre la niebla. Media hora antes de su actuación, Fabián Rosales, el baterista de "Extraños Apósitos", comenzó a temblar. Sin mediar palabras tiró los palillos y se unió al rezo de los pentepostales. Al profundo clima místico, nunca antes visto en el pueblo, se sumaban las voces del coro pentepostal, los rezos del Movimiento Final de Vecinos y el cura Detomatti, que acababa de ingresar a la plaza con su traje de ceremonias, seguido de veinte monaguillos adolescentes vestidos de negro, que entonaban el canto gregoriano “Tantum ergum sacramentum...”
Las estrofas cantadas con pasión por algunos monaguillos que recién habían cambiado la voz, más los que todavía cantaban con agudas voces de sopranos, se mezclaban con el himno de los pentepostales: “Rosales, entregamos... hasta lo que no debamos... a tu cuerpo salvador...”
Solitario en el salón del primer piso de la Cooperativa, Guigue Stern hacía cálculos sobre el pizarrón, y cada tanto observaba el cielo a través de un telescopio que le había prestado la Optica Sotelo. Era el dos de febrero de 2002, y faltaban 2 minutos para las veintidós.
La plaza, atestada de gente, desplegaba su cuadrilátero de calles impregnadas por un silencio untuoso. Llantos aislados, himnos y salmos que ya casi no tenían seguidores, ojos que miraban hacia arriba a la espera del momento final. Detomatti rezaba con la cara pegada contra el piso, porque alguna vez había visto al Papa hacer lo mismo cuando bajaba de su gigantesco avión para visitar un país. Rosales ya no soltaba bravuconadas desde su tarima, mientras en el refugio, Funes y su gente mantenían una calma ficticia, porque en realidad estaban transpirando a mares a pesar del frío de la noche.
Como si fuera la fiesta de Año Nuevo, alguien gritó:
-¡Ya son las diez, las veintidós...!
-No, faltan dos minutos- , contestó otro desde lejos.
Algunos que espiaban el cielo desde las gradas del escenario decían: -¡Que alguien prenda la radio... ahí pasan la hora exacta...!
A las veintidós y veinte minutos, no había señales del meteorito. La gente comenzó a distenderse. Renació el murmullo de las conversaciones, imponiéndose sobre los llantos y ruegos de misericordia.
Un minuto más tarde una explosión sonora ganó la plaza. Fue un ruido poderoso, que desparramó escalofríos sobre la multitud. Todos miraron al cielo, pero el ruido se repitió, esta vez acompañado de un chillido agudísimo que lastimaba los tímpanos. En el acto, Carlitos Caché solucionó el problema de acople en el micrófono, y dándole un par de tincazos, comenzó a presentarse:
-Hola, buenasss nochesss a todosss, queridos amigosssss... "Extraños Apósitos" y quien les habla... Carlitos Caché... queremos que pasen una noche divertida y agradable... gracias por venir, y ahora... a bailaaaarrrrrrrrrr...!!!
La banda atacó un ritmo de cuarteto infernal, que se podía escuchar a veinte cuadras de distancia. Carlitos Caché entonó las primeras estrofas batiendo las palmas:
"Quién te dijo mi amor que viene el fin del mundo
y si viene no importa, mi amor es más profundo...
bailemos esta noche que todo ha terminado
y mañana te diré:
Quién me quita lo bailadooooooo...!!!"
La música contagiosa y el meteorito que había faltado a la cita dieron lugar a todo tipo de desmanes. Los jóvenes miembros de N.A.D.A. bailaban desenfrenados y comenzaban a subir al escenario. Los del Movimiento Final de Vecinos, la Iglesia Pentepostal y el cura Detomatti con su corte de monaguillos, dejaron los rezos y las lágrimas para acordarse de Guigue Stern y su meteorito, que los había condenado a esa pesadilla injustificada.
-Está en la Cooperativa... vamos a hablar con él..! dijo Funes que ya había abandonado el refugio mientras corría hasta el edificio donde había establecido su sede el alemán.
-Hay que matarlo, es un estafador...! - gritaba Tonio el peluquero.
Presintiendo que perdía el negocio, Rosales intentaba calmar a sus seguidores:
- Hay que darle una oportunidad, Stern sabe lo que dice...-
Pero una avalancha de gente lo dejó hablando solo.
La Cooperativa estaba casi a oscuras, con excepción de la pequeña sala donde Guigue había colgado el pizarrón. Lorenzo Lorenzatti, propietario de la Inmobiliaria, entró haciendo punta entre la multitud de vecinos, con un mango de pala en la mano. En su dialecto mezcla de italiano de Piamonte y español aprendido en el Instituto Popular de Idiomas, Lorenzatti subió las escaleras gritando: -Porca miseria!!! ...io vo a hacerle sapere a este alemano quién é Lorenzo Lorenzatti cuando stá inojado...!
En su afán por llegar más rápido al piso superior donde Guigue ni siquiera sospechaba del enojo popular, Lorenzatti resbaló en las escaleras. Pisoteado por cientos de personas, recién descubrieron su cadáver horas más tarde, cuando llegó la Policía.
Funes, como responsable de la seguridad, se había adelantado a la muchedumbre para evitar el linchamiento. Transpirando, encontró a Guigue en la planta alta, sumergido en complicados cálculos.
- Entréguese tranquilo Stern, ya llamé a la Policía.
- Guigue se bajó los lentes sobre la nariz y lo miró con tristeza.
-Creo que me equivoqué-, fue lo único que atinó a decir.
- Venga conmigo, sino lo van a matar...- dijo Funes llevándolo del brazo a una salita contigua. Cerró la puerta. Detrás comenzaban a escucharse los gritos de la gente enardecida y el retumbar de cientos de zapatos sobre las escaleras. Los vidrios de una ventana se convirtieron en astillas al recibir una pedrada. Algunos objetos, en su mayoría útiles de oficina, empezaron a golpear contra la puerta donde Funes había ocultado a Guigue. A través de la ventana destruida, un monitor de computadora cayó ruidosamente a la calle. Funes comprendió que había que actuar rápido y con firmeza. Verificó que su Browning 9 mm. estaba cargada, y accionando el cerrojo para dejarla martillada, dejó a Guigue escondido detrás de un escritorio antes de abrir la puerta con decisión.
Frente a él, la multitud indignada pedía la cabeza del alemán.
-Señores, señoooores... silencio por favor... deben retirarse.... - dijo Funes dirigiéndose a los vecinos.
Por toda respuesta recibió el impacto de un bibliorato sobre la frente. Entonces levantó la pistola hacia el techo y disparó dos veces. El silencio fue instantáneo.
-El señor Guigue Stern ha cometido un error y se hará cargo de los daños y molestias ocasionadas. Por favor, desalojen el edificio.... la policía ya viene para acá.
Dos disparos al techo y la palabra "policía" fueron demasiado para los mansos vecinos del pueblo, que iniciaron el descenso de las escaleras protestando en voz alta. La sirena de un patrullero fue creciendo en intensidad hasta instalarse cerca de la entrada. Funes miró su arma antes de volver a guardarla en la sobaquera. Unos minutos después bajó con Guigue tomándolo del brazo. Con extrema suavidad, asumiendo su papel de salvador y consignatario transitorio de la vida, lo entregó al jefe de la patrulla.
La Jueza de Tercera Nominación terminó de leer la sentencia: "-... Una vez abonado el importe a este Tribunal, el Sr. Stern puede retirarse."
Sin hacer un solo comentario, Guigue se levantó, le dio la mano a su defensor y salió de la sala.
Algunos vecinos que se habían presentado al tribunal para atestiguar en contra del alemán, lo habían visto subir a un taxi y tomar por la avenida que desemboca en la Estación de Trenes.
Carlos Kuraf, el pequeño árabe vendedor de telas, dijo que lo había visto en un bar cercano a la frontera con Bolivia.
Antheus Mertens, vecino respetado como titular del Instituto Popular de Idiomas, que continuamente viajaba al Viejo Mundo, aseguró que un hombre igual a Guigue, aunque con el pelo más corto, barba rubia y ojos melancólicos, se había cruzado con él en el aeropuerto de Kiev. |