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Inicio / Cuenteros Locales / nanchogalarreta / Germanos de sangre - Cap. 1 - Starke

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1a. Mención Concurso de Relatos de Balnearia, Córdoba, Nov. 2008, entre 313 participantes. Este cuento y los otros tres capítulos de "Germanos de Sangre" forman parte de mi libro "Portarrelatos". © RNPI Nº 155707 - Junio 2008





STARKE

Los patitos bailan a ritmo de cuarteto el tema de la ¨Mona Jiménez": "Ooooh, oh oh oooh se han tomado todo el vino... chacatunga tunga taa... chacatunga tunga taa... Ooooh, oh oh oooh se han tomado todo el vino..." Una chapa de hierro con bordes de latón pintados a rayas rojas y blancas hace las veces de pista de baile. En su loco movimiento, levantan primero la patita derecha, luego la patita izquierda, bailan y bailan. El público asombrado tira monedas en el sombrero alpino colocado junto al operador de la música, el pintoresco alemán Rodolfo "Fito" Starke, domesticador de mascotas, divertido a las siete en el bar de la plaza, artesano, adivinador del I Ching para las más jóvenes e inexpertas y eliminador de bichos indeseados en los jardines. Los patitos bailarines son de por sí un verdadero "caza-clientes" para la mesa llena de bijouterie que ofrece Starke. Cada semana trae para vender joyas y fantasías con formas de animales diferentes. A veces es el turno de las aves, y sobre la mesa se desparraman pulseras con golondrinas finamente enhebradas, prendedores de búhos o aros con una burda imitación de la paloma de Picasso. Si es la semana de los insectos habrá seguramente cortapalos, arañas de patas largas, escorpiones o ciempiés de alambre formando pulseritas y tobilleras.
A las diez de la noche Starke vuelve a su casa en su viejo Fiat 600, pintado apenas con antióxido y vestigios de un color verde que escaparía a la memoria de los mismísimos fundadores de la FIAT. Una canasta contiene a los patitos. Baja primero el grabador que reproduce la música, y debajo del brazo, la chapa de hierro. Tiene que hacer dos viajes porque su casa está plantada sobre una barranca de cuatro metros sobre la calle. El barrio está prácticamente en sombras, con excepción de una fogata encendida en la vereda de enfrente. Los chicos le tiran hojas y ramas secas para mantenerla encendida, flameando peligrosamente a dos metros del quincho de paja de la casa vecina.

-Fitoooo… ¿y los patos? - Le pregunta el Tolo mientras arroja un tronco seco de palmera al fuego.
- Los patitos… a dorgmir - le contesta mientras encara la subida con la canasta donde se escucha el cuaaac cuac de los pichones amarillos.

Coloca la canasta arriba de la heladera. Saca de una bolsa un puñado de alpiste y maíz molido. Vierte la mezcla dentro la canasta y sale al patio por la puerta trasera. Con hojas de diario y astillas de un cajón de frutas, comienza a encender el fuego junto al asador. Agrega media bolsa de carbón, y al rato arroja, sin cuidado alguno, una tira de asado sobre la parrilla.
Mientras la carne se dora, Starke contempla el cielo estrellado. Inserta un cassette en el equipo de música, y comienza a sonar el cuarto movimiento de la 9ª. Sinfonía en Re Mayor, la "Coral", del querido Ludwig Van. Tres movimientos orquestales se cristalizan en el sorprendente "O freunde… nicht diese Töne, sondern lasst uns angenehmere anstimmen, und freundenvollere…" lanzado por el barítono. El alma de Starke, acostumbrada a la buena música, se deja acariciar por el cuarteto de voces trabajadas: barítono, soprano, contralto, tenor. El coro aparece al principio como una respuesta breve, casi insignificante, pero luego se multiplica para cobrar una fuerza inusitada en el "crescendo". Por debajo, las cuerdas tensan la base hasta llegar al clímax del himno más famoso del mundo:

Freude, schoener Goetterfunken,
Tochter aus Elysium,
Wir betreten feuertrunken,
Himmlische, dein Heiligtum.

(Alegría, hermosa chispa de los Dioses,
hija del Elíseo,
entramos, extasiados en fuego,
celestialmente, a tu santuario.)


Los ojos de Starke navegan un rato por la Vía Láctea, - lujoso techo para un patio tan modesto -, piensa. Recuerda vagamente un teatro de Viena, las voces del coro, la vestimenta elegante y obligada de los conciertos. Después se transporta hasta su ciudad natal. Le brotan imágenes del puerto de Hamburgo y su padre llevándolo de la mano por los muelles, el olor a mar. El mar, ahora tan lejos en este pueblito mediterráneo. El mar, un sueño tan lejano como esa foto que se resiste a caer de la pared de la cocina.

En realidad hoy es noche de entrenamiento para los patitos.

Después de comer, Starke coloca dos ladrillos de canto en el piso de tierra. Entre ambos desparrama las brasas que han sobrado del asado, y luego apoya la chapa donde bailarán los patitos, de manera que ésta quede a un ladrillo de altura sobre las brasas.



Con paso lento va a la cocina y trae la canasta. En la otra mano, el cassette de La Mona. Coloca el cassette y accionando la tecla "play", apoya cuidadosamente patito por patito sobre la chapa caliente. "Ooooh, oh oh oooh se han tomado todo el vino... chacatunga tunga taa... chacatunga tunga taa... Ooooh, oh oh oooh se han tomado todo el vino..."


Los patitos ya están habituados al truco del insensible Dr. Pavlov: música tocada, patitas quemadas. Mañana, aunque no estén las brasas, bailarán como buenos chicos cada vez que escuchen el cassette de ¨La Mona¨. Starke los observa, verificando que cada uno cumpla el mandato del reflejo condicionado. Antes de acostarse, se lleva a la boca un trago de vino común, observa el plato vacío y llega a la conclusión de que la fórmula “patitos que bailan + bijouterie barata” jamás lo sacará de la pobreza.
- ¡Más alto, medio metgro más alto, chgico tonto...!- le grita el alemán a uno de los dos patovicas que intentaban fijar el pesado cartel a tres metros de altura. En letras de fantasía fileteadas dentro de un marco barroco, podía leerse:

Viva Bijou
Joyería – Bijouterie - de Rodolfo Starke


El sábado a las diez de la mañana, la inauguración de la primera y única joyería del pueblo convocó a decenas de curiosos. Starke levantó la cortina metálica y apareció la vidriera iluminada por el sol. Pocos segundos después, el cristal impecable quedaba empañado por el aliento de bocas asombradas y lleno de marcas de dedos. Los vecinos jamás habían presenciado semejante despliegue de orfebrería y metales preciosos. Escarabajos de oro, prendedores de lagartijas fundidas en alpaca, anillos de sello formando cabezas de gato con ojos de brillantes, vaquitas de San Antonio de pintas esmeralda, collares de mostacillas en los que a cada centímetro se intercalaba una paloma de plata, una golondrina, un colibrí, pulseras con águilas y serpientes labradas en oro con vetas de cobre, o brazaletes negros pavonados en los que sobresalía un dragón rojo esmaltado a fuego. Era imposible no deslumbrarse ante la fabulosa mariposa de lapislázuli, con filigranas de oro 18 legítimo incrustadas sobre las alas. El oro, con su marcado contraste sobre el azul profundo y veteado de la piedra, le contagiaba una poderosa energía a las alas de la mariposa. Al fondo de la vidriera, un pequeño cartel de cartón montado sobre terciopelo negro anunciaba:

"Trabajos especiales para fiestas y eventos".

Dos días después, Amira Nassab, árabe exuberante, fue la primera en acercarse para encargar a Starke un trabajo original. El evento era importante: la fiesta de asunción del nuevo Intendente Guido Funes.
"La Turca", con su agresiva belleza, era el blanco obligado de las miradas cada vez que cruzaba la calle desde la vereda del bar hasta la plaza. Starke la recibió con curiosidad morbosa. Amira, desplegando su arsenal de artes de seducción, dejó que los ojos del alemán aterrizaran sobre su abundante cabellera negra, sus ojos negros, su remera negra ajustada al cuerpo, su billetera negra.

- Quiero lo más impactante, quiero ser la más llamativa de la fiesta, la más original, no sé si me entendés, Fito. Y no te preocupes, amor: entre nosotros... no importa el precio.
"La Turca" nunca lo había llamado Fito. Hasta el momento siempre lo había tratado de usted, o "Señor Starke". Que le dijera "amor" no tenía nada en especial, porque "la Turca" se dirigía así a todos los hombres. Pero en ese instante, Starke intuyó que su horizonte de joyero comenzaba a ensancharse.

El único lugar con capacidad para albergar a tanta gente era el salón de la Cooperativa. Faruk Taleb, marido de Amira y concejal electo, hizo las gestiones para que la fiesta de asunción de las nuevas autoridades se realizara allí. Además de trabajo, Faruk había aportado bastante dinero para la campaña "Funes Intendente - Taleb Concejal". Por lo tanto, el cargo era el premio merecido a tanto esfuerzo y tanto cheque librado. La fiesta debía ser un éxito.

A mediados de septiembre el clima era agradable y templado, pero un viento que cambiaba al sur todas las tardes amenazaba con esas seguidillas de días fríos que a veces arrastra la primavera. Faruk alquiló por las dudas 20 garrafas de gas con otras tantas pantallas infrarrojas para calentar el salón. El día de la fiesta se felicitó por su decisión: cinco grados a las cuatro de la tarde, viento sur y una molesta llovizna. Grande, Faruk, pensó mientras el camión de la despensa Moyá descargaba las garrafas frente a la Cooperativa.

La reunión estaba prevista para las 20 horas, y el programa establecía: Himno Nacional, palabras de Guido Funes como nuevo intendente, discurso de Faruk Taleb - ahora concejal por el recién formado Partido "Por el Eje"- , y la actuación de la banda de rock "Extraños Apósitos", comandada por Carlitos Caché. Por la misma plata, Caché ponía micrófonos y parlantes para los discursos, y pagaba la mitad de los gastos de alquiler del escenario con tal de presentar su nuevo disco esa noche.

La ley inexorable que varios estudiosos denominaron "Ley del fracaso del sonido en los grandes eventos". hizo que el CD del Himno Nacional, engrasado por las manos del operador que comía empanadas, se trabara en el equipo de música: “Oíd mortales el griiiiiiito sagraaaado do do do do do do do do do do do do do do do do do...”
Esto obligó a un rápido cambio de planes, y a una señal de Funes, Carlitos Caché y su banda atacaron a ritmo bailantero la romántica composición de Planes y Parera, pero con guitarra eléctrica, bajo, batería y teclados al mango. La gente, de pie, cantaba entusiasmada la nueva versión del Himno, y Caché pensaba que no estaría nada mal incluirlo en el próximo disco.
Sobre la última frase del Himno: "O juremos con gloria morir", Funes, de elegante traje azul cruzado, levantó ambas manos para ser el primero en aplaudir en forma rabiosa. Lo mismo hizo Taleb, y enseguida el resto de la manada de alcahuetes que se apretujaban sobre el escenario. Hilda Sotelo, la mujer de Funes, transpiraba a mares dentro de su abrigo de piel sintética, por lo que no se animaba a levantar los brazos por temor a mostrar sus rechonchos sobacos mojados. Tuvo que aplaudir discretamente con los brazos pegados al cuerpo. Realmente hacía demasiado calor, pero como suele suceder, nadie se atrevía a pedir que apagaran algunas estufas. Hilda Sotelo estaba justamente debajo de una de las pantallas a gas, y gracias al contraluz de los spots, el público podía observar cómo el tapado de piel despedía curiosas nubecitas de vapor cada vez que Hilda separaba los codos del cuerpo para aplaudir. Así se sucedieron seis o siete oleadas de nubes hasta que Funes, con una mano en alto mientras con la otra acomodaba el micrófono, pidió silencio.
Su pedido se hizo realidad en el acto, tal vez en exceso, porque del equipo de sonido salió un fogonazo provocado por el derrame del vaso de vino del operador. Sin saber cómo arreglar la situación, el pibe desenchufó además todas las conexiones que habilitaban el sonido para las autoridades. Funes intentó hablar sin micrófono, pero el ruido de más de quinientas personas cubría por completo su voz arenosa y grave. Hizo un gesto de disculpas a los asistentes, y sonriendo de mala gana señaló a Carlitos Caché para que siguiera la fiesta, ahora con baile incluido. "Extraños apósitos" arrancó entonces con el rock metálico "Quiero violar a tu gato siamés", y chicos, grandes y ancianos bailaron al ritmo de la música y las luces.

Dos o tres temas más tarde, Carlitos advirtió que entre los asistentes había bastante gente mayor, y decidió hacer una pausa con una melodía lenta, un "cover" del tema de Sinatra "A mi manera". En medio de ese momento cálido, intimista, que buscaba "rallentar" en parte el ritmo agotador que traía la fiesta, hizo su aparición Amira Nassab, "La Turca".

El murmullo generalizado creció hasta tapar la voz de Carlitos Caché, que intentando lograr su mejor imitación de Sinatra entonaba emocionado "I did it my way...". Si bien Amira los tenía acostumbrados a su vestuario siempre diferente, siempre sensual y provocativo, esta vez había roto todos los moldes con el collar encargado al orfebre Rodolfo Starke.

La joya tenía como eje una varilla de acero oval y dorado. El aro se cerraba sobre la nuca de Amira con un broche que reproducía dos lagartos de oro enfrentados por sus bocas abiertas. Sobre el frente, tres pequeñas lagartijas vivas, sopleteadas minutos antes con pintura dorada, permanecían atrapadas al aro con pequeñísimos grilletes en cada pata. De cada grillete salía una delgada cadena de oro que terminaba sujeta al aro del collar. La longitud y la distribución de las cadenas otorgaban cierta libertad de movimiento a las lagartijas, que caminaban sobre las tetas de Amina, trepaban o bajaban hacia el profundo escote, querían escapar hacia todas partes pero las cadenas sólo les permitían ese breve recorrido. El efecto logrado era entonces un constante movimiento dorado entre los pechos de la "Turca", doble escenario en el que ahora habían anclado todas las miradas del pueblo.

Atravesó tranquilamente el salón y se ubicó entre Funes y su marido. Para ablandar un poco la densidad del ambiente, Carlitos Caché cambió repentinamente de ritmo y arrancó con la salsa "Lagartos al Sol". Pero Amira no iba a permitir que su rol de diva se eclipsara a manos del músico, así que se puso a bailar sobre el escenario, y batiendo las palmas, todas las miradas volvieron sobre su figura majestuosa. Funes decidió que era mejor dejarse llevar por los acontecimientos y siga el baile siga el baile que la música vale más que mil palabras y siga el baile y qué espectacular Amira con ese profundo escote y esos animalitos. Bailando, Funes se le aproximó y le susurró al oído: -Te comería viva, "Turquita", a vos y a las lagartijas también.- Amira sonrió, pero Faruk advirtió la maniobra de Funes y haciéndose el que bailaba salsa se acercó a Funes desde atrás. Con sus zapatos de vestir con puntera rígida le dio un puntapié en el talón de Aquiles.
-Recién empezamos con esto, Gordo, no te hagas el moderno con mi mujer.

El único que permanecía ajeno al polo común de atracción era otro diminuto alemán, Ralf Gunther Maers, el "loco" del pueblo. Arrodillado junto a los restos del equipo de sonido que todavía humeaba, Gunther juntaba cables, plaquetas y otros objetos inservibles.
La mujer de Funes se había quitado el tapado de piel. Ya no le importaban sus axilas oscuras por la transpiración y se mantenía apartada, chusmeando con otras integrantes de la nueva corte. Pero aun en forma involuntaria, todas las miradas mantenían una sola dirección: el collar de Amira y la inquietante actuación de las lagartijas doradas.

- Es una puta, decían las mujeres.
- Es una diosa, decían los hombres.
- Es un poco diosa, un poco puta, decía Tonio, el peluquero del pueblo.

La fiesta del Día de la Raza convocó a más de setecientas personas en la Cooperativa. La invitación decía "Damas: vestimenta formal. Caballeros: saco y corbata."
En silencio, y garantizando "absoluta reserva", Starke había dedicado casi un mes de trabajo febril preparando joyas especiales para varias mujeres del pueblo. Esta vez había sido Hilda Sotelo la primera en visitarlo y probarse algunas de las creaciones del alemán. Una a una las damas llegaban a la fiesta recorriendo con ojos ávidos y recelosos los objetos de zoo-joyería que adornaban los cuellos, brazos y orejas de sus competidoras. Hilda vestía pantalones "pallazzo" y una blusa de color ladrillo sin mangas. En su brazo izquierdo resplandecía un brazalete formado por un tubo de cristal espiralado que imitaba una cinta de Moebius, por cuyo interior circulaban veinte vaquitas de San Antonio en procesión infinita. Más allá, la panadera llevaba en sus orejas dos pendientes fabricados con hilos de plata de los que colgaban escarabajos tornasolados. Josefina Nassab, prima de Amira, lucía una vincha tejida en hilos cromados, y esa delicada red sujetaba contra su frente a cinco grillos de color oscuro. Con su sonrisa liviana, Josefina disimulaba una leve falla en la obra de Starke: dos de los grillos habían muerto ahorcados por los hilos metálicos. Amira, por supuesto, había sacado una cómoda ventaja sobre sus competidoras. Dos movedizas serpientes de agua, de un color verde casi fosforescente, rodeaban su cintura. Las colas se unían entre sí sobre la espalda casi desnuda de la “Turca”, y sus cabezas terminaban prácticamente mordiendo una hebilla central de oro macizo a la altura del ombligo. Una finísima malla de alambre de bronce, apenas visible, hacía que las serpientes mantuvieran la forma de cinturón sin perder la elasticidad de sus movimientos.
Starke llegó deliberadamente una hora más tarde, confirmando su rol de diseñador indiscutido. Para que su figura no pasara desapercibida, ingresó al playón del estacionamiento haciendo sonar la bocina de su reciente adquisición: una vieja cupé Mercedes descapotable.

- Es la oportunidad -, dijo el “Oso” Narváez, dirigente sindical del Gremio de la Carne.
- ¿Te parece?
- Obvio, el Gordo Funes está agrandado, hace cualquier cosa, fijate: Starke, Secretario de Cultura, Faruk concejal y Amira... bueno, pobrecita... es un regalo que nos manda Dios... Con un poco de nuestra ayuda, el Intendente se cae por su propio peso, que es bastante, je je...
"Pucho" La Rocca parecía no entender adónde quería llegar Narváez.
- ¿Y entonces?- preguntó.
- Entonces vamos a terminar con toda esa estupidez de las fiestas, los adornitos con bichos y las alcahueterías de Carlitos Caché...
- Pero cómo... no entiendo - dijo Pucho.
- Buscame el teléfono de la Sociedad Psico-Protectora de Animales.- dijo Narváez antes de retirarse.

El lunes a las ocho y diez de la mañana, el delegado de la Sociedad Psico-Protectora de Animales charlaba en la plaza con dos representantes de "Green, Please", el Presidente de la "Asociación Bichos Unidos", la Directora de la Fundación "Insectos por la Vida" y dos cadetes de la Escuela Logosófica de Ucrania que por error habían bajado del ómnibus en el pueblo. La discusión se centraba en el presupuesto para la colocación de dos pasacalles frente a la Intendencia. El texto aprobado era: "No a la Zoo-Joyería", habiéndose quitado por decisión de la mayoría el agregado "Starke asesino / Funes paredón". Con una caja de jabón “Limzul” fabricaron una precaria urna, que rápidamente comenzó a llenarse de firmas y mensajes de solidaridad.
Una hora más tarde, la cola de vecinas indignadas serpenteaba alrededor de todo el perímetro de la plaza y desembocaba en la urna. Casi todas eran mujeres que no habían podido acceder a las joyas y fantasías creadas por Starke, especialmente en los últimos tiempos, cuando la cotización del orfebre se había ido a las nubes. También incluía a señores que habían encontrado en los resúmenes de sus tarjetas de crédito cargos insólitos como "Pulsera de Arañas", "Brazalete de Bicho Canasto" o "Collar de Mariposas". Había que detener la matanza de la fauna local a cualquier precio.

A las doce de la noche Starke había logrado encender el fuego para el asado. Colocó en el grabador el cassette de "El Moldava" de Bedrich Smetana, versión de la Orquesta de Filadelfia dirigida por Eugene Ormandy. Luego del preludio inicial, el pegajoso “leimotiv” le trajo recuerdos de una violinista de Berlín, de un café y una carta que nunca le había enviado. Arrojó con displicencia sobre la parrilla una tira de carne, pero en realidad no tenía hambre. Solamente quería sentarse a imaginar cuáles serían los siguientes proyectos. Tal vez una serie, una colección de joyas con insectos del desierto. O quizás un desafío aun mayor: seres acuáticos, eso, burbujas de cristal llenas de agua y en su interior minúsculos peces, hipocampos o moluscos. ¿Cómo haría para mantener vivos durante toda una velada a cinco peces chinos, esos de color rojo intenso o amarillo profundo? En medio de esos pensamientos, la primera pedrada hizo estallar los vidrios de la cocina. Bajó la música, y apagando todas las luces de la casa se acercó a la ventana con naturalidad. En la calle, cuatro metros más abajo, casi mil personas coreaban su nombre. Llevaban en sus manos palos, antorchas, piedras y pancartas que no alcanzó a leer. Le llamó la atención ver a Funes y a Taleb mezclados con el "Oso" Narváez en la primera fila de manifestantes. Una antorcha arrojada desde la calle inició el incendio en las cortinas de tela sintética, otra cayó cerca de la heladera. Starke la apartó de una patada y tomó la canasta con los patitos. Mientras la lluvia de piedras y maderas encendidas se hacía cada vez más intensa, salió al patio por la puerta trasera. Haciendo un esfuerzo descomunal trepó la medianera y desde allí, con la mayor delicadeza posible, soltó la canasta con los patitos hacia el patio de la casa lindera. Alcanzó a verlos correr en todas direcciones, entonces bajó de la medianera con la tranquilidad de saberlos a salvo.

Caminó hasta el asador, subió el volumen de la música y se sentó en su silla a escuchar las cuerdas empalagosas de "El Moldava". Intentó reconstruir en su memoria el olor a mar, las caminatas por los muelles de Hamburgo de la mano de su padre, un café, una carta y una violinista de Berlín. La electricidad se cortó de repente, y la música dejó su lugar al griterío y las antorchas que venían hacia él.

Los ojos de Starke, independizados de sus pensamientos, se internaron en el cielo nocturno. Allí estaba, majestuosa y resaltada por la oscuridad, la Vía Láctea, ese techo demasiado lujoso para un patio tan modesto.

Texto agregado el 26-01-2008, y leído por 938 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
19-04-2008 Excelente! me recomendaron te leyera y agradezco el dato. Me sorprendió ese acto de Starke de salvar los patitos, bueno, uno nunca termina de enterder a las personas. Muy original texto con música de la Mona y viveza criolla. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
19-04-2008 Sentido del humor, belleza casi musical, erotismo y una narrativa sencilla y precisa nos llevan por la senda de una obra entretenida y deliciosa de leer. UN saludo! josef
11-04-2008 Espero seguir leyendo, me parecio buenisimo. Totalmente descriptivo y con calidez. Se disfruta. Cariñois adriana73
29-01-2008 Muero por seguir leyendo. Me gusto muchisimo. Las imagenes son claras y los personajes reales. Hay todo un pueblo cobrando vida de repente, solo por tus palabras. Voy hacia el capitulo 2.... MarMaga
27-01-2008 Esta novela promete muchísimo. La seguiré leyendo poco a poco. margarita-zamudio
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