En algún lugar existe una caverna de dimensiones bastante generosas. Claro que su accesibilidad no es fácil y la selva, por su parte se ha encargado de ocultarla, cubriéndola casi por completa con una exhuberante vegetación, de tal modo que en el valle pasa inadvertida. Por el interior de la caverna, siguiendo un cause natural, antiguamente, pasaba un río de aguas tranquilas y dulces, tan cristalinas que se podía ver a través de ellas, desde la superficie, a varios metros de profundidad, hasta el fondo.
El río tenía ventajas que beneficiaban a la caverna y ésta fortalezas que beneficiaban al río. Claro que también tenían debilidades. Sin embargo las ventajas de uno mejoraban las debilidades del otro.
La caverna no era perfecta, y su cauce estaba lleno de baches y desniveles. Era tanto el desnivel en la zona de salida que se producía un increíble salto de agua. El agua a chorros caía sobre las rocas, tapizadas de musgo. El incesante caudal producía un sonido que hacía vibrar las paredes de la caverna, la que, aprovechando su composición rocosa lo hacía rebotar en el interior, en miles de pequeños huecos que soñó existían, y en un eco majestuoso y potente hacía perpetua la música.
Por su propia composición, dura e inherte, la caverna no podía por sí sola engendrar vida. El río, al pasar con suavidad, y ésta era su principal virtud, hiba dejando a su trecho una estela verde de maravillozas flores de color y aroma inigualables, las que se mantenían vivas gracias a la sofocante humedad del ambiente.
El río avanzaba seguro envistiendo rocas y ramas en su camino, arrastrándolas, despejando el paso, creciendo en la confianza que nada podría detenerlo, que cruzaría sin contratempos de extremos a extremo la caverna.
Había una época del año, sin embargo, en que el caudal del agua aumentaba por las lluvias, y el torrente descendía con inucitada violencia, tornándose de un espantozo color sanguíneo, mientras arrastra áeboles y animales, desmoronando la maravilloza catarata que proporcionaba música a toda la caverna.
El río, que ahora avanzaba con un vigor nuevo y extraordinario no puede detenerse en su loca carrera.
Antes de esta época las aguas descendían lentamente, disfrutando el roce con cada roca, con cada rama, con cada pequeño salto de agua que los desniveles generaban, proporcionándole una lúdica emoción que le hacía comprender que no era cualquier río. Que para la caverna no era cualquier río. Que nunca, nunca lo había sido. |