Te dije que fuéramos a mi casa!, pero que va, tu te empeñaste!. Que mejor a la tuya, que hoy es Domingo, que tienes visitas… y aquí estoy, como castigado entre este gentío que ni conozco ni me agrada.
Si hubiésemos ido a la mía, estaríamos tirados en la cama escuchando buena música. Saboreando a Serrat, brincando con Los Pericos o Los Amigos Invisibles, cualquier cosa menos esta estúpida y monótona melodía que todos cantan sin sentimiento alguno… Sería todo menos rígido, más espontáneo. No tendría puesto este incómodo traje y estaríamos ambos sin camisa caminando descalzos con plena libertad. Hubiese podido contarte un par de cosas frente a frente e incluso reclamarte otras tantas en las que considero te excediste. Pero no! En tu casa debo pedir permiso para hablar contigo, y hasta me tengo que entender con ese extraño señor (“Tu representante”, como si ya no fueses bien mayorcito!)
Tu te lo pierdes… en casa estaríamos preparando la pasta esa que tanto te gusta, y nos habríamos tomado los 5 dedos de ron que quedaban en la botella. Te hubiese escuchado mejor. Porque aquí en esta casa tuya de pomposos adornos y grandes portones, tus amigos me aturden con ese extraño y vacío susurro en que hablan al unísono.
Disculpa la imprudencia… se que me invitas de buena fé. Pero es que no soporto este aire de magnificencia que aquí se respira. Eso de hablar calladito para que nadie se enoje, ese tener que mirar con una humildad que raya en la humillación. Pareciera que no te conocieran, que no te vieran cuando andas conmigo, con tu franela por fuera y tus jeans arrugados. Hablando llano y sencillo, riéndote o arrechándote cuando algo te disgusta, siendo tú sencillamente. Sin protocolo, sin sentirte más que nadie.
Pero que más da! bastantes veces que has atendido a mi llamado cuando te he necesitado, así que trago grueso y te acompaño. Que sólo por ti lo hago, pero no te acostumbres!. Eso sí, no me hagas bromas mientras estoy aquí. No hales mi camisa cuando nadie te ve, que no puedo responderte. Evítame el disgusto de alguna vieja impertinente que me exija compostura. Recuerda que mientras estemos en la iglesia, yo solo soy tu siervo y tú eres mi señor…
|