En pos de calmar esto que siento, ando al acecho de comer todo aquel que se me pone al frente. Pero, mientras más como, más hambre tengo. Ese trago del que bebía tal vez calmaba mi sed pero me envenenaba y ahora que se ha ido, debo beber de todos los charcos para saciar las ansias pero en vez de eso las aumenta. El ciclo no se cierra, pero como en todo rito, alguien se atrevió a iniciarme.
Mientras más corro, sigo en el mismo lugar, por más que grite nadie me escucha. La conciencia se me ha refugiado en algún nivel de mi mente buscando exilio. Fluidos sin sentido gotean como en un sótano oscuro y abandonado en donde alguna vez se hallaba un corazón. Los deseos en carne viva hacen pústulas en mi piel, se revientan y se curan dejándome ardores en cada centímetro del cuerpo donde aún puedo sentir. Mis entrañas vehementemente me piden, me gritan, me ordenan un intercambio de cuerpos, de flujos, de movimientos, de contracciones, de fricción hasta involuntaria. Es en esos momentos que movida por un mecanismo de defensa que todavía no logro descifrar empiezo a esparcir plegarias a ver que divinidad hace el favor de rescatarme. Pero no son escuchadas las plegarias de aquellos que no poseen alma. El alma se me fue en trueque a cambio de hermosura; dicen que la belleza es efímera, pero hoy por hoy ese lapso me parece una eternidad. Ahora, ¿la necesito? El alma parece ser el carné que nos identifica como humanos... y, ¿quién soy yo? Pues la hembra caníbal.
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