Existía un bello y hermoso castillo blanco de bordes bronce y dorados. La entrada del camino desde el pueblo eran altas rejas de color negro ébano. Poseía un majestuoso jardín, tan amplio hasta donde la vista llegaba, con dos tiernas y pequeñas colinas y en el centro del jardín descansaba la más preciosa y cuidada orquídea dentro de un improvisado templo de velos para protegerla del sol y los feroces vientos. La puerta del castillo era muy amplia, ancha, voluptuosa, imponente, pero no se podría abrir jamás.
Tampoco tenía ventanas, de hecho nadie podía entrar por más que lo intentara. Y si no se podía entrar, mucho menos salir. Porque adentro vivía una niña con una maldición: ser eternamente una niña. Mientras pasaban los años, su corazón se iba pudriendo de poco en poco. La niña no tenía ojos así que no podía ver que cada vez que se le caía un pedazo de corazón putrefacto, se deterioraba el oscuro interior del castillo que alguna vez había sido claro e inmaculado, se estropeaba algún rincón, se apolillaban los muebles, se aflojaban las vigas, destruía los cristales que adornaban los salones.
Todo se rompía en pedazos y a grandes estruendos, fue de esta manera tan bulliciosa que se enteró la niña de la decadencia de su morada, así que cuando sentía que se le caía un pedazo de corazón se lo embutía por la boca en el acto. Pero aquello era aún peor. Salían animales de los orificios de todas las paredes, el castillo empezaba apestar a heces de ratas y murciélagos, los cadáveres de estas criaturas emanaban los más terribles hedores. Entonces la niña gritaba, pedía ayuda, pedía ser rescatada de ese lúgubre lugar. Sin embargo nadie la escuchaba, es mas, nadie imaginaba esta verdad porque afuera el castillo permanecía espléndido.
Un día, como todos los días, un joven del pueblo se aventuró a descifrar el misterio del castillo infranqueable. Algunos solían ir acompañados pero esta vez este joven acudió solo. Primero se entretuvo, como todos lo hacían, en las pequeñas colinas, embrujado por sus fragancias herbales y delicadas. Después intentó adueñarse de la orquídea, como todos lo hacían también. Pero él si lo logró. La arrancó con suma fuerza con un cuchillo de plata y cuando tuvo la orquídea en sus manos, ésta se pulverizó y se esparció en el suelo, convertida en cenizas.
Habiendo cruzado el sendero hacia la puerta del castillo, hizo algo que jamás los otros aventureros habían intentando. Se detuvo en la imperiosa puerta, y en vez de forzarla como los demás, posó su cuerpo contra ella y pudo sentir los temblores de la catástrofe del interior. Salió corriendo precipitado, buscando gente para contarles su experiencia.
Al rato hubo reunido un grupo con los jóvenes más fuertes del pueblo, armados hasta los dientes con hachas ligeras como el silencio pero tan fuertes como para destruir el marfil y las trampas más inmensas y mortales capaces de acabar pueblos enteros. Atravesaron el jardín sin piedad con la única meta de destruir la gran puerta del castillo. Cuando lo consiguieron, el joven que pudo apoderarse de la orquídea entró al castillo a pesar de las ruinas en que se había convertido su interior. En el gran salón central se encontraba la maldita niña sin ojos. El joven profirió un grito aterrorizado. La niña estaba desnuda y tenía la piel pálida y con un ligero tono verdoso debido a la abstinencia al sol. Tenía el cabello largo y húmedo, pestilente y desagradable. Carecía de dientes y cuando sintió la presencia del otro cuerpo, emitió un grito idéntico a una rata cuando se la hiere de muerte. Fue en ese momento que el corazón empezó a caérsele con mayor rapidez, no se supo si por miedo... o la emoción de un posible rescate.
El grupo alcanzó al muchacho y al ver a la niña la mataron a hachazos sin pensarlo dos veces. No fue suficiente verla en pedazos. La gente le asestó golpes hasta triturarla y salieron espantados de ese horrible lugar.
A la mañana siguiente, el grupo regresó a los aposentos del castillo. Pero éste ya no estaba, no había rastro de él, ni de las altas rejas ni del grandioso jardín. Simplemente yacía el cadáver desnudo de una linda e infinitamente agraciada mujer cuya inocencia e ilusiones fueron asesinadas el día anterior. |