V.3. Vino de Honor
Parece que voy de suerte. A pesar del tiempo desde que mi padre se jubiló del Ejército, este año recibimos en casa una invitación para asistir al desfile de Las Fuerzas Armadas, que se celebra cada 8 de Diciembre. Ahora, que son todos profesionales y sin soldados de reemplazo para tareas auxiliares, andan tan escasos de personal, que ni registran los datos de baja o fallecimiento: figura mi padre como destinatario y al abrir el sobre, encontré tarjetas para dos “Acceso a Tribuna” y dos “Vino de Honor con Mandos y Autoridades”.
No fui capaz de convencer a ninguno de la familia para que me acompañara y finalmente acudí solo, en un día oscuro, frío y con suficiente viento para sujetar un tenebroso aguacero que amenazaba con deslucir tan importante acontecimiento. Sobraba gente y las 3 horas que duró el desfile, los discursos y las condecoraciones, como casi todos, permanecí tieso y sin posibilidad de moverme. Resultó corto y fácilmente soportable, gracias al calor que nos regalábamos entre todos y al florido y espectacular movimiento de uniformes. El desfile y exhibición de soldados, músicos y armamento, se desarrolló en una enorme explanada, situada en el centro del cuartel y rodeada de construcciones engalanados con banderas y símbolos castrenses, tantas veces recreados en mis sueños infantiles; de pie y con las manos en los bolsos del abrigo, mi pensamiento también desfilada entre nostálgicos recuerdos con mi padre de protagonista, en una estampa tierna y familiar, quizá nunca vivida. Después del desfile, nos trasladaron (a militares, familiares y acompañantes) a una especie de nave-barracón con un cartel sobre la puerta que señalaba: Comedor de Tropa y que también delataba, el enorme tren mostrador con separadores de autoservicio en unos de los laterales, sin ninguna silla pero con mesas repletas con bandejas de comida, cestos de pan y botellas con agua y vino. No dispusieron la entrada hasta que nos agrupamos a casi todos en las inmediaciones, desde donde alcanzábamos a ver, a través de la cristalera, la distribución de mesas juntas formando filas y un perfecto orden de bandejas, alimentos y botellas, recreando una nueva formación de escuadrones militares. Abrieron las puertas y como a toque de zafarrancho de combate, un tropel de gentes no uniformadas se instalaron pegados a las mesas, ávidos de dar cuenta de aquel festín, sin posibilidad de acceso para los que no ocupaban los primeros puestos. Al estar solo y sin otra intención que disfrutar de la experiencia, salí del cuartel sin poder probar el vino ni ninguno de los sugerentes bocados, colocados sobre las mesas.
Esperaba otra cosa. Me gustó el desfile y disfruté del ambiente pero salí contrariado del espectáculo final, donde ya no intervenían los militares. Me pareció bastante similar a las imágenes que transmiten las televisiones, en el asalto a los grandes almacenes del primer DIA de rebajas. Como una masa borreguil, con la diferencia de que los borregos y las borregas, se meten al pesebre y con la boca llena, dejan que otras hagan lo mismo. Busqué con la mirada, pero no conseguí identificar a nadie conocido, aunque al salir del recinto militar, tropecé con un viejo conocido de mis salidas nocturnas. No sabía ni su nombre, pero me saludó y aproveché para mover un poco la lengua y quejarme de no haber podido probar ni el Vino de Honor que figuraba en la invitación y que, a buen seguro, sería de cosecha especial y de una bodega selecta.
Se sonrió y aseguró que no me había perdido nada. Se trataba de un vino envasado en una botella con una etiqueta especial para ese día, pero de un contenido corriente, como cualquiera de los vinos que acompañan a un menú popular. Él no estaba allí por haber asistido al desfile; se había acercado por ser quien lo había vendido y como desconocían el número de asistentes, traía algunas cajas por si no alcanzaba el suministro realizado. Por mi parte, comenté mis antecedentes de descendiente de militar y también que, sobrándome tiempo, buscaba ocupación para media jornada en cualquier actividad que no fuera un trabajo físico duro.
Intercambiamos teléfonos y quedó en presentarme a un fabricante de Cava, con problemas de colocar la cosecha, al fallarle la distribución que tenía prevista a través de una importante cadena de supermercados.
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