Eran las seis de la mañana de aquel día viernes y la feria se instalaba como siempre en una delas calles de la ciudad de Tomé. Era cosa de todos los días martes y viernes, incluso los días de lluvia y extremo frío. Los lunes, miércoles y jueves se instalaban en otro lugar del cual no hablaré en este momento.
El puesto número veintitrés era ocupado todos los días por la mejor feriana de todas, doña María Navarro, la más trabajadora y humilde de todos y todas y en ese momento se encontraba armando su puesto. Era la rutina de cada día junto a su marido, se instalaban, armaban el puesto, vendían todo el día, desarmaban y se iban, así todos los días, pero este día sería diferente, algo cambiaría en la rutina de cada día.
Terminaron entonces de armar el puesto y doña María se sentó en su fiel silla que la acompañaba a todas partes y luego de anunciar las papas comenzaron a llegar las primeras clientas y clientes, aquellos madrugadores y madrugadoras que no gustaban del gran tráfico de personas que se producía en la tarde. Luego comenzaron a llegar los típicos niños que venían a ayudar o vender diarios cosa que molestaba a algunos pero a doña María en particular le parecía excelente porque sabía que esto alejaba a los jóvenes de la drogadicción y la delincuencia, algo que era muy común en la ciudad de Tomé. Doña maría tenía un corazón muy noble y trataba a esos niños como a sus propios hijos.
La ciudad de Tomé, si se le apreciaba de un punto de vista turístico era bellísima, tenía más de cinco playas, mejor dicho más que diez, todas ellas muy hermosas, extensas y de aguas claras y tibia. Lo que más atraía a los turistas era la diversidad de lo que ofrecía Tomé, no era un monopolio en donde se compraba el primer producto que se encontraba, si no que habían muchos locales, servicios, negocios para elegir lo que uno quería para una buena estadía en la ciudad. Había sobretodo gran variedad de hoteles, algunos bien centralizados y otros al lado del mar. Pero Tomé tenía también otra cara que era la que doña María más conocía. Ella vivía en la población San Germán, que era la que los drogadictos más frecuentaban. Había frente de la población una gran cancha y más allá el cerro Fiap, allí los jóvenes sin oportunidades de la ciudad iban a pasar sus penas, allí iban a desahogarse por las tristeza de la soledad, el abandono y tantas otras penas que habían pasado en su vida. Todas estas cosas, doña María las veía cada día y sentía una gran pena por todos estos jóvenes e inclusos niños pequeños de unos siente u ocho años pero se sentía muy contenta de aquellos que decidían trabajar para ganarse la vida justamente. En la feria habían muchos, algunos que vendían diarios y otros que ayudaban a cargar los sacos, las bolsas y todas las cosas pesadas que costaba trasladar de un lugar a otro.
Aquel día, todo estaba tranquilo en la mañana, aún era muy temprano y no había tanta gente, el choclón empezaba a llegar más tarde, por eso de las nueve y aún la hora no superaba las siete y media. Habían más o menos unas veinte personas aparte de los vendedores y uno que otro borracho que pasaba por el lugar, algunos caminaban-mareados obviamente- y otros estaban tirados en el suelo, lo que era su cama de algunas noches, cuando el trago quedaba en pana y no alcanzaba a llegar a la casa.
Uno de estos borrachines, que iba pasando por aquel lugar era don José Martínez, el vivía en el cerro Santo, un cerro que quedaba al terminar la feria y para llegar a su casa tenía que cruzar todos los puestos, comprando algunas cosas en el camino y como siempre, esta vez pasó a el puesto de doña María, para comparar las deliciosas y baratas papas que ella ofrecía.
- ¿co...co...como ta` doña María?
- Aquí pues don José, tratando de vender algo, pero aún no llega na` la clientela.
- Entonces yo, como siempre, le voy a comprar dos kilitos de rica papa, ¿está rica o no?
- ¿qué cree usted? si aquí tenemos excelentes productos traídos directamente de Mela, allí los campesinos siembran las mejores papas del país, ¿ha ido alguna vez usted a la fiesta de la papa?
- Fíjese que no tengo idea de que me habla.
- De la fiesta de la papa pues, el año pasado entre todos los de la feria nos organizábamos y fuimos. Nos quedamos allí dos días y en la noche hicimos una fogata en la playa y dormimos allí.
- ¿y no le pasó nada?
- No, si Mela es un pueblo muy tranquilo y humilde, hay unas cuantas casitas no más.
- Ento...entonces pa` la otra vez que vayan me avisa y yo voy también.
- Bueno, pero ahora ya dígame que cosa quiere no ve que hay gente esperando.
- A sí, pero si ya les dije, dos kilos de papa.
Efectivamente unas cuantas personas estaban esperando para comprar y cuando doña María se dio cuenta se apuró en darle los dos kilos a don José y luego que este se fue ella pudo atender a las otras personas. lo que le pareció raro, era que don José, en vez de irse directo a su casa, se metió por un callejón, dobló en una esquina y desapareció, aunque doña María no le tomó mayor importancia.
Pasaron entonces los minutos y le pareció raro ya que don José no apareciera, más aún cuando aquel callejón no tenía salida, luego se convenció de que seguramente estaría tomando así que se de despreocupó y atendió nuevamente a la clientela que cada vez aumentaba más en cantidad.
Lo que más vendía doña maría eran las papas, se decía que de donde ella las traía, se cultivaba lo mejor, pero también vendía otras frutas y verduras como tomates, naranjas y lechugas y una de estas se cayó al suelo en un momento en el que nadie se dio cuenta. Pasó varios minutos en el suelo hasta que doña María se dio cuenta y recogiéndola, la arrojó a su bolsa de basura, pero esta no entró, porque la bolsa estaba llena, así que doña María se vio en la obligación de ir a botar la basura. El container estaba ubicado en el callejón, así que doña María solo retrocedió unos pasos, levantó la parte de atrás de la carpa y dando unos veinte pasos estuvo ya entrando al callejón y fue cuando hubo llegado al container, que se llevó la sorpresa de su vida, don José estaba tirado muerto en el suelo, con la ropa rasguñada, las piernas negras y la cara morada de tantos golpes. Doña María dio un grito que se debió haber escuchado hasta en Concepción, pero no había nadie cerca así que nadie la escuchó. La impresión para ella fue muy fuerte y en un principio no supo que hacer, estuvo ahí parada unos minutos hasta que reaccionó y sin acercarse al cuerpo, volvió a su puesto de la feria, si nadie se diera cuenta de su ausencia.
Llegó entonces al puesto y se instaló como siempre en su silla mirando fijo a la nada. Algunas personas lo notaron y comenzaron a hablarle pero doña María no reaccionaba. Por fin llegó su esposo y pudo sacarla de donde estaba.
- ¿qué te pasa mujer? –preguntó el esposo.
- Nada-contestó doña María- solo pensaba.
- ¿ pesabas? Pero parecía que hubieras visto a un fantasma.
Cuando su esposo pronunciaba estas palabras, doña María se sentía peor. Sentía ganas de contar lo que había visto pero solo recordar el hecho, se colocaba más seria y pensativa.
- ves que te pasa algo, si estás demasiado rara. Parece que realmente viste un fantasma.
En ese momento pasaba por el lugar un o de los jóvenes que trabajaba en la feria, y sin razón alguna, quedó mirando fijo a doña María con una de las más grandes caras de odio que doña María había visto en su vida. Luego, le miró al joven de pies a cabeza y notó que se metía una navaja en el bolsillo. Doña María dio otro grito de horror y se desmayó pero su esposo alcanzó a sujetarla.
- hay que levarla al hospital-decía un caballero que era parte del choclón de gente que se amontonaba en el puesto.
- No–dijo doña María despertando de su corto sueño-creo que ya estoy bien.
- ¿crees?-preguntaba su esposo-si te has desmayado y si no es porque yo estoy aquí te das de lleno en el suelo.
- Ha si, debe ser que no tomé desayuno.
- Entonces serás mejor que comas-y mientras decía esto, le daba a su esposa una manzana que se encontraba a su derecha.
Luego del incidente, el choclón empezó a deshacerse, ya no había nada más que ver y la gente simplemente se fue, mientras doña María pensaba una vez más en lo que había visto. Se preguntaba a ella misma una y otra vez si lo que había visto había sido real o no y quiso hacer algo para estar segura, pero por supuesto no iría de nuevo al callejón, pues no quería ver semejantemente cosa otra vez. Finalmente decidió ir a la casa de don José pues sabía donde vivía y preguntar por si estaba allí. Si no estaba, tendría que avisar seguramente a carabineros.
Para llagar a la casa de don José, debía subir primero todo el cerro, que era por cierto, el más grande de Tomé. Terminando la feria, empezaba la escalera que debía seguir para llegar a destino y esta escalera tenía más o menos unos quinientos metros.
Demoró quince minutos en llegar, pero aquello valdría la pena cuando supiera por fin si lo que había visto había sido cierto. La casa era la número doce quinientos y exactamente frente a ella se encontraba doña María quien no tardó en golpear la puerta. Medio segundo después la puerta se abrió y apareció allí una señora de edad, baja, canosa, con la mirada desorientada pero amorosa y tenía más o menos unos noventa años de edad.
- ¿qué desea?-preguntó amablemente la señora.
- Deseo hablar con Aurora- contestó doña María.
Aurora era la esposa de don José y ella sabría perfectamente sonde andaba don José.
- enseguida viene-dijo la anciana mientras juntaba la puerta. Al cabo de unos segundos, la puerta se volvió a abrir y apareció allí Aurora.
- Hola María-dijo Aurora con emoción.
- Hola-contestó doña María-¿cómo has estado?
- Aquí, tejiendo como toda vieja.
- Pero tu estás tan joven.
- ¿y a que bienes?
- Bueno, vengo a preguntarte si se encuentra aquí tu esposo o si ha llegado a la casa en algún momento del día.
- No, salió en la mañana y no ha llegado en todo el día y si no me equivoco son ya las doce.
- Esto es raro.
- ¿qué cosa?
- No nada, no te preocupes.
Y dicho esto, doña María se retiró, cerrando el portón del patio. Aurora se quedó en la puerta, observando a María y pensando en que quería realmente.
Al rato después, cuando doña María se encontraba en la mitad del camino de regreso, iba pensando aún en lo que pasaba y cuando quiso cruzar la calle, no se dio cuenta que venía hacia ella un auto y si no es porque este alcanza a frenar, doña María hubiera quedado igual que don José. Al aparecer, esto le estaba afectando mucho y tenía que hacer algo pronto para no volverse loca.
Cuando llegó nuevamente a su puesto, su esposo la interrogó sobre lo que les estaba pasando, pero ella negaba cualquier cosa o simplemente decía –“no me pasa nada”- de todos modos se notaba muy nerviosa y su esposo de daba cuenta de eso a simple vista.
- yo sé que a ti te pasa algo-le decía su esposo a doña María.
- ¿qué te hace creer eso?-preguntaba María muy nerviosa.
- No sé, talvez puede ser que te desmayas, desapareces y te notas muy nerviosa. Yo insisto en que algo te pasa.
- Y yo igual insisto en que no me pasa nada, talvez solo me desperté con el pie izquierdo.
- Qué pie izquierdo ni que nada, a ti te pasa algo y antes de que se haga de noche, lo voy a averiguar.
- Averigua todo lo que quieras, no vas a descubrir nada.
- ¿no será que estás juntando con algún amante?
- ¿qué estupidez dices hombres? yo no podría engañarte jamás.
- Ya vamos a ver, te apuesto que averiguaré.
Y luego ya no dijo nada más, solo se puso a promocionar las verduras y las frutas.
Doña María, como ustedes bien ya saben, si tenía algo en la mente que no la dejaba tranquila y no sabía que hacer ya que el caso era muy difícil. La única opción que le quedaba era volver al callejón a ver por sus propios ojos si todo era verdad, a pesar de que ella aún no se convencía.
Salió entonces nuevamente por la parte trasera de la carpa y miró atentamente el callejón. Lo primero que divisó allí al final del callejón fue el gran container de la basura, allí, a un costado, estaría seguramente don José si es que realmente estaba. Doña María no se podía convencer.
Entonces, tranquila y suavemente dio su primeros pasos hacia el callejón, seguía muy nerviosa y producto de eso daba unos pasos que no los escuchaban ni las hormigas que pasaban por ahí para buscar los restos de alimentos que quedaban en el suelo. Luego llegó a la pared y a pesar de que no hizo ningún esfuerzo físico en llegar, se tomó de esta y recobró el aliento como si hubiera corrido diez kilómetros. Luego de haber descansado lo suficiente, se despegó de la pared y siguió su camino, yéndose muy pegada a la pared derecha para no ver de inmediato el hecho. Iba tan lento, que demoró cinco minutos en llegar al final, pero al fin llegó a donde doblaba el callejón y persignándose, asomó la cabeza por la esquina de la muralla y vio allí frente a ella, a don José muerto en el suelo. Esta vez no gritó, a pesar de que sintió grandes deseos de hacerlo, si no que intentó acercarse más. Llegó a unos tres metros de don José y para su gran sorpresa, vio como el muerto levantaba la cabeza y la miraba con cara de fantasma. Ahora si que no pudo contener el grito y este debió haberse escuchado hasta en Arica.
Producto del temor, doña María lanzó sin darse cuenta de su acto, una tabla que había allí hacia don José, golpeándole esta de lleno en el rostro. Él, o mejor dicho, la cabeza de él, cayó nuevamente al suelo golpeándose fuertemente con el cemento. Ahora doña María creyó realmente que estaba muerto y se echó a llorar sentada en el suelo, a tres metros del cuerpo.
Estuvo allí diez minutos contemplando la desgracia, hasta que se levantó y se dirigió al cuerpo. Lo miró de pies a cabeza y vi todos los moretones y cortes que don José tenía en el cuerpo, además de sus ropas echas pedazos. Luego, María vio que tenía una botella de wiski en la mano y pensó que talvez eso era la culpa de todo.
Había allí a un costado del container, diez sacos grandes amontonados, los cuales doña María divisó dentro de unos minutos. Fue hasta ellos y trajo dos, los amarró uno al otro y con ellos cubrió a don José, luego, aún traumatizada por todo y con lágrimas en los ojos, volvió a la carpa a seguir vendiendo.
Como pudo se tranquilizó y su esposo ya no le insistió más solo la dejó sentarse en su silla y pensar sobre lo que estaba pasando, luego, dentro de unos minutos, este le habló.
- tengo que ir a botar la basura dentro de un rato y tu te vas a quedar aquí atendiendo.
Doña María se asustó, no quería que su esposo descubriera su crimen y quiso arreglar la situación
- no, si quieres yo la voy a votar y tú te quedas atendiendo.
- ¿estás loca mujer? con lo mal que andas quizás te pase algo, mejor anda a dar una vuelta a donde alguna amiga, luego hablamos en la casa.
Esto le sonó como sentencia a doña María. Se sentía muy mal porque su esposo sospechaba de algún engaño de doña María, pero la cosa no era nada así, el gran problema era que doña María había cometido un crimen. –no puede ser-se decía a ella misma- soy una asesina-
Al parecer si lo era, pero ella ya no sabía que pensar. Lo que sí la preocupaba era que su esposo iría a votar la basura y verá el cuerpo, así que decidió hacer lo que jamás quiso hacer, iría a donde estaba el cuerpo, lo podría en un saco y en algún lugar lo escondería, el problema era que no tenía ningún lugar para esconderlo. Primero pensó en el container, pero su esposo se daría cuenta al votar la basura. Luego pensó en decirle a alguna amiga que lo escondiera, pero por malas experiencias, no tenía confianza en nadie. Solo le quedaba una opción, esconderlo ella misma, y para eso tendría que idear un buen plan. Lo primero que se le vino a la mente fue la mesa de las frutas, ya que estaba cubierta por un mantel que llegaba al suelo y así nadie vería el cuerpo y como no tenía otra opción posible, se decidió a hacer eso.
Nuevamente y por tercera vez, salió por la parte de atrás de la carpa para dirigirse al callejón. Esta vez no demoró tanto, a pesar de que aún estaba muy nerviosa.
En unos minutos estuvo ya llegando al lugar del macabro hecho y esta vez miró de una vez y vio allí como había visto todo el día, a don José, muerto en el suelo.
Se acercó lentamente al cuerpo y levantó el saco. Lo que encontraba raro era que aún no salía olor a descomposición, pero para ella eso era mejor.
Entonces llegó la parte que jamás hubiera querido que llegara. Tomó el saco muy inseguramente y lentamente fue levantando el helado cuerpo para introducirlo en el saco. Este medía solo un metro, así que necesitó otro para la cabeza y luego amaró ambos en el medio y tomando el bulto de la punta comenzó a arrastrarlo hacia la salida.
Primero fue a la esquina del callejón para ver si venía alguien. Asomó la punta de la cabeza para que no la descubrieran y observó un momento. Al parecer no venía nadie, así que con confianza volvió al lugar del bulto y lo siguió arrastrando hacia la esquina. Allí miró nuevamente y como no venía nadie, lo llevó hacia salida. Luego paró nuevamente para descansar y para pensar en como lo arrastraría de la salida del callejón hasta le mesa del puesto.
Había allí a un costado de la salida, un carro abandonado que había sido alguna vez de la hermana de doña María, que lo había dejado allí luego de que lograra tener un puesto fijo.
Entonces arrastro el bulto hasta aquel carro que estaba contra la pared y quedó completamente escondido. Luego miró por la ventanilla del carro y vio como su esposo salía por la parte trasera del puesto para dirigirse al callejón a votar la basura. Ahora doña María debía aprovechar esta ocasión para trasladar el bulto y cuando su esposo pasó por el costado dio lentamente vuelta el carro y pasó inadvertida, luego se aseguró que su marido doblara la esquina del callejón y aprovechó que no venía nadie para arrastrar el bulto. Corrió más rápido que nunca, aunque mejor dicho, caminó porque con tan pesado bulto, no podía correr. Cuando llegó a la carpa, levantó una esquina y vio que su hija estaba atendiendo, pero como todo estaba al parecer a favor de doña María, la masiva clientela se disipó y la hija fue al puesto de al lado. Doña María agarró la punta del bulto y levantó el nailon de la carpa. Se agacho para entrar sin que nadie la notara y luego entró el bulto. Luego lo llevó hacia la mesa que hemos mencionado y levantando el mantel, colocó el bulto bajo ella. La gran travesía había terminado.
Doña María se sentó por fin tranquila en su silla y dio un gran suspiro de alivio, justo cuando su esposo entraba por la parte trasera de la carpa.
- ya llegaste-decía un poco molesto su esposo a doña María- ¿ya estás menos nervosa por no se qué?
- Nunca he estado nerviosa.
- Ya hemos hablado suficiente del tema, ya no importa.
Doña María se sentía ahora más calmada ya que no tendría que responder a las preguntas de su esposo ya que ellas le ponían muy nerviosa, ahora podría por fin relajarse mientras decidía que hacía finalmente con el cadáver. Por el momento, quiso pensar fuera de la carpa.
- mi amor- dijo doña María a su esposo-voy salir un momento.
- ¿qué?, pero si acabas de salir.
- Si, es que desearía ir a dar otra vuelta, aún me siento un poco mareada.
Su esposo la quedó mirando atentamente como tratando de descubrirle algo. Luego de unos segundos dijo.
- yo ya sé lo que te pasa.
- ¿si’-preguntó doña María con temor y sorpresa.
- Si, ya sé, tu estás embarazada.
Doña María disimuló su alivio con una gran carcajada como si hubiera escuchado un chiste de un humorista profesional.
- ¿qué dices?, como se te ocurre que voy a estar embarazada si ya estoy tan vieja.
- No digas eso, las sorpresas llegan cuando uno menos las espera.
- No, eso es imposible, ya no estoy en edad como para estar teniendo y criando hijos.
- Pero si tienes mareos, te desmayas, y hasta incluso estás mas gordita. Lo único que te falta es vomitar.
Al parecer ahora la mala suerte se estaba apoderando de doña María porque justo en eso momento en que su esposo le hablaba de los vómitos, salió un olor insoportable de debajo de la mesa que hizo vomitar a doña María.
- ¡viste!-exclamó s esposo-yo tenía toda la razón. No podía ser más oportuno para yo darme cuenta de que estás embarazada.
- Mentira-alegaba María mientras se limpiaba la boca- yo no estoy embarazada, vomité porque tu me acordaste de eso y eso afecta al sistema nervioso. Ahora voy a salir quieras o no.
- Está bien, pero recuerda que yo te advertí.
A pesar de las advertencias, doña María salió igual y fue a caminar hacia la salida de la calle de la feria. Ahora salió de la carpa por delante así que pasó por la vía principal de la feria y toda la gente de los otros puestos la quedaba mirando cuando ella pasaba. Al parecer, alguien había escuchado la conversación que había tenido con el esposo sobre el supuesto embarazo y se había corrido la voz. Cada persona que había en la feria y que la conocía, la quedaba mirando como si hubiera sido un fantasma lo que estaban mirando, pero doña Maria siguió normal su camino como sino hubiera pasado nada y así llegó hasta las salida de la calle, que era una de las principales de la ciudad de Tomé. Por allí iba pasando en ese momento el retén móvil de carabineros y al parecer se dirigía hacia la feria. Doña María se sintió atemorizada, talvez todos la estaban mirando porque alguien había descubierto su crimen y había avisado a la policía, pero por otra parte, todas las personas que tenía un puesto en la feria, la conocía y la querían mucho como para delatarla.
Afortunadamente, doña María vio que el auto de carabineros siguió luego de haber pasado por un costado del puesto veinti tres así que se tranquilizó y se sentó en un banco a observar los autos pasar. Cuando se aburrió de ver una y otra vez los mismos diseños y colores de los autos, comenzó a observar los cerros. Allí en frente de la feria estaba el cerro Carlos Mahns, que había sido uno de los principales cuando la fábrica Oveja Tomé tenía a sus trabajadores viviendo allí, luego la fábrica cerró y el importante cerro Carlos Mahns pasó a ser un simple cerro.
A la derecha de la feria estaba el que ahora era el cerro principal de la ciudad de Tomé, el cerro Tomé Alto, que era llamado así porque era muy grande y allí residía la mayor parte de la población. Este cerro estaba dividido en cinco partes, primero, recién llegando al cerro estaban los Blockes, un a de las poblaciones más grandes de Tomé. Luego estaba una población más pequeña llamada Milade as fura, allí había una cancha de futbol que era ocupada siempre por la mayoría de los niños de los alrededores. Después estaba la población Villa Alemania y luego la Dieciocho de septiembre. Finalmente estaba la que era la población más importante del cerro para doña María, la población de los Lagos, ya que era en esta población donde doña María vivía. Esta era un población ni tan pequeña ni tan grande, y se veía también mucha delincuencia, esto preocupaba a doña María, pero jamás había pensado en abandonar la población.
Estuvo observando todo el rato aquel gran cerro donde ella vivía, hasta que dio vuelta su rostro hacia atrás vio que un carabinero estaba justo en su puesto, hablando con su esposo. No lo pensó ni dos veces y se paró del banco para dirigirse al lugar del hecho.
Nuevamente fue el centro de las miradas en su regreso a su puesto, pero ahora se sentía muy atemorizada. Llegó a su puesto y se dio cuenta que había mucha gente amontonada allí. Entonces se metió por una entrada hacia la parte de atrás de la feria y entró por el lado completamente tapado del puesto. Su esposo la miró con cara de rabia, pero no dijo ninguna palabra y volvió a mirar al carabinero.
- señor-decía el carabinero-nos han llegado informaciones de que aquí...
- ¡si! Yo fui-gritaba doña María reconociendo todo- reconozco que yo fui pero no quise hacerlo en realidad, perdónenme.
Su esposo se acercó a ella y tomándola del brazo la llevó a un rincón.
- ¿qué te pasa mujer?¿por qué este escándalo?
- Es que ya no puedo más con esto, solo me queda reconocer que fui yo.
El carabinero comenzaba a inquietarse.
- señores-decía el uniformado-estoy molestándome, si solo venía a decirles que nos llegó a la comisaría un reclamo diciendo que aquí habían vendido unas frutas y verduras podridas e hicieron que una persona mayor se intoxicara.
Todos se miraron atónitos e imaginen la sorpresa que se llevó doña María, quien fue corriendo a la mesa donde estaba el cadáver y levantó el mantel. Quedó blanca al ver que el cuerpo había desaparecido y comenzó a tartamudear.
- pe...pe...pe...pero yo..yo..., e...e... estaba aquí.
Justo en ese momento, se metía por entre medio de todo el choclón de personas un hombre que al parecer borracho y llegó hasta el puesto de doña María. Ella lo miró atentamente y se dio cuenta que era “don José”.
Si, no cabía duda, aquel caballero era don José, que jamás había estado muerto, solo andaba de parranda.
Luego de eso, todos se fueron sin entender que había pasado. Don José también no te tenía idea, así que empezó a caminar hacia su casa, subiendo la gran escalera del el cerro Santo.
Doña María, que aún no reaccionaba por completo, cayó rendida en su silla, con un sonrisa de oreja a oreja. Había estado todo el día tan preocupada, porque solo tenía a un borrachito durmiendo bajo su mesa.
Entonces, aún riéndose, se paró y se acercó a la mesa.
- ¿que desea?-decía doña María a aun cliente. El día estaba comenzando y debía trabajar.
Fin
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