Ella, sin pretenderlo, aparecía en sus sueños todas las noches. Al principio eran sólo imágenes pasajeras, intermitentes y breves, muy breves. Algunas semanas después, sus apariciones tomaron forma de secuencias de imágenes, como pequeñas películas que la mostraban sonriéndose o bailando. El tiempo fue perfeccionado esos sueños hasta convertirlos prácticamente en una realidad paralela, en una película de su vida donde ella era la figura principal.
Así, mientras algunas veces se encontraban en una playa del Caribe o quizás en la intimidad de una habitación de un hotel de Praga, comenzó a aplacar la angustia y el dolor que le procuraba su verdadera vida. Una vida que no le deseaba ni a su peor enemigo. Una vida que lo llevó al fondo de un oscuro pozo por demasiado tiempo, sin una luz, sin una esperanza. Pero un día se cruzó ella, con su belleza, su alegría y sus propios miedos.
Por primera vez sintió que él, un sucio cobarde como se llamaba a sí mismo en sus peores momentos, podía cuidar a alguien. Sintió que si dejaba de ser uno solo todo podía mejorar: de a dos todo tenía que ser más fácil. Ella, con su alegría de vivir, lo ayudaría a salir de su oscuro pozo y él, con todo el amor que acumuló por años, la ayudaría con sus miedos, la protegería. Pero la ponzoñosa vida, una vez más, le clavó su aguijón lleno de desilusión: ella, rebelde, no quería que la protegieran, no quería que la amaran.
No tuvo más remedio que llevársela a su mundo onírico. Era eso o perecer en el oscuro pozo y se tuvo la piedad suficiente (que algunos llaman lástima) como para querer sobrevivir, aunque el precio fuera vivir en un mundo hermoso pero irreal o la locura misma. Con el tesón de los que no tienen nada que perder, se propuso encontrar la manera de controlar sus sueños para poder estar con ella todo lo que quisiera.
Y al principio eran imágenes, luego secuencias y finalmente una realidad tan tangible que muchas veces se encontró con dificultades para distinguir una cosa de otra: una noche, estando abrazado a ella, sintiendo su suave respiración sobre su pecho, soñó que, inmóvil, yacía en el piso de su antigua casa. Creyó despertarse, pero ya no la abrazaba, sino que ambos bailaban alegres en la azotea de un edificio.
De pronto creyó soñar que hacían el amor sobre una gran cama blanca pero al despertar se encontró en los brazos de un perfecto desconocido. Al rato estaba con ella, saboreando sus ricos labios y su dulce cuello. Después se vio acostado en una camilla, conectado a mil cables, sintiendo un intenso dolor en su cabeza que lo llevó a soñar para olvidarse de esa incordiosa sensación. Y soñó, o creyó soñar, que ella, con lágrimas en sus ojos tristes, le pedía perdón. |