Miraba hacia los costados cada cinco segundos. Era como automático. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y miraba hacia la izquierda. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y miraba hacia la derecha. Pero ella no llegaba. Un largo suspiro desnudó su impaciencia. Miró su reloj, se puso de pie y dejó un billete de 10 en la mesa. El gesto adusto de su rostro repelió al mozo que tenía intenciones de alcanzarle la bufanda que se había olvidado en la silla.
El viaje hasta su casa era largo y eso agitaba aún más su evidente malhumor. Pensó para sí que debía tranquilizarse, que seguro le había pasado algo y que por eso ella no había podido llegar a la cita. Inmediatamente después pensó que no, que no era la primera vez que lo dejaba plantado. “Apenas llegue la llamo para decirle que esto no va más”, se dijo y caminó hacia la parada del 130. Se había tranquilizado un poco.
Pagó el boleto y se sentó en el último asiento de a uno. Por una hendija de la ventanilla se colaba un soplo de aire frío que le erizaba la piel. Intentó cerrarla pero no pudo. Insultó a alguien (ó a nadie) y se cambió al último asiento de a dos. Cerró los ojos y se dispuso a dormitar aunque sea unos minutos; ese día se había levantado a las 6 de la mañana para poder salir más temprano del trabajo y acudir a tiempo a la cita con Mariela.
Se despertó pocos minutos después. A su lado se había sentado una chica de singular belleza. Su rostro de perfil fue lo primero que vio al abrir sus ojos y eso le causó un agradable impacto. Una vez acomodado en el asiento comenzó a mirar, haciéndose el distraído, hacia el lado de su hermosa compañera. Todo le llamó la atención: sus ojos, su boca, su nariz, su tez, su pelo, pero sobre todo, su luz. “Disculpáme, ¿falta mucho para La Boca?”, le preguntó poniendo su mejor cara de ingenuo. “No sé, no soy de acá”, respondió ella con una sonrisa tímida y servil.
Quería entablar una conversación con ella, pero no sabía cómo hacerlo. Estaba inquieto, se hacía sonar los dedos y miraba para todos lados mientras ella seguía mirando hacia adelante, como si él no existiera, llena de paz y tranquilidad. “¿Qué frío, no?”, le dijo sin mirarla. “Yo estoy bien así”, sostuvo ella.
De repente se encontró solo en el colectivo. Pensó que se había quedado dormido y ya todos habían bajado, hasta su apática y hermosa compañera de asiento. Se bajó y llegó a su casa contrariado. Pensó en dejar el llamado para la mañana siguiente; estaba muy cansado y sólo quería dormir para soñar con la mujer del colectivo.
Ya era de día cuando se despertó. Por suerte era sábado y no tenía que ir a trabajar. Después de ir al baño y tomar un café, agarró el teléfono y marcó el número de Mariela. Del otro lado sonó una voz quebrada. “¿Mariela?”, dijo él, pero del otro lado sólo escuchaba “¿hola?” cada dos segundos. “Mariela, ¿me escuchás?”, dijo alzando la voz, pero la respuesta era la misma.
Decidió ir hasta la casa de Mariela. Por un lado, quería saber porqué lloraba y por el otro, decirle que ya no quería seguir estando con ella. Caminó por la avenida Patricios y llegó hasta la calle Defensa. Dobló y a la vuelta de la esquina una niña lo miraba detenidamente. La saludó, pero ella solo respondió con una sonrisa dulce, diáfana y calma. Un tanto extrañado siguió camino y al llegar a la puerta de la casa de Mariela, un hombre apoyado sobre una pared le llamó poderosamente la atención. Se parecía mucho al padre de Mariela, pero tenía algo diferente que no supo dilucidar en ese momento. El hombre le abrió la puerta de la casa con una sonrisa y lo invitó a pasar con un gesto elocuente.
Llegó hasta la habitación de Mariela y pudo ver que dormía. Se sentó en el borde de la cama y la observó. Una extraña fuerza estrujó su corazón y sintió deseos de llorar. Intentó controlarse, pero al mirar sobre la mesita de luz encontró la explicación a ese dolor y a todas las personas llenas de paz que vio durante el último día: el Clarín, abierto en la página 42, relataba su trágica muerte el día anterior por la mañana mientras se dirigía al trabajo.
Se secó las lágrimas, acarició el rostro de Mariela, besó sus labios y se acostó junto a ella. |