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Creo que aquel fue el viaje más largo de mi vida. Más que nunca, llevaba un exceso de puntualidad en mi recorrido. Era sábado, durante la hora de almuerzo... hora en que muchos regresan a sus hogares después de terminar su jornada laboral. Iba decidido, no iba a dar pie atrás. El dolor era tan marcado y profundo que no existía en mi cabeza otra cosa sino un "hasta aquí no más, no estoy para el hueveo de nadie". Para rematar, la micro estaba excesivamente llena, por lo que me tuve que ir de pie... El viaje, de por sí, ya se hacía más largo y tedioso.

En la mitad del trayecto, un agregado se sumó a la tan desagradable travesía. Un "taco" de proporciones se dió cercano a la segunda rotonda en el camino, y el tiempo estancados solo ayudó a que mi rabia y molestia se acrecentara. Diez minutos después, superada esa barrera, mi celular sonó. Creo que nunca odié más una llamada por celular que aquella, en que me avisaste que de por si estabas atrasada... y que además te atrasarías una hora más, porque estabas con tus amigas y ellas no querían que te fueras hasta más tarde, a lo cual tu accediste.

O sea, no solo yo iba adelantado, sino que además tu venías (voluntariamente) atrasada. Re bien.

Creo que fue la hora y veinte más largas que haya vivido en años, sino en toda mi vida. Esperar minuto a minuto tu llegada, para más encima tener que enfrentar un momento tan desagradable. La furia que me embargaba era máxima, como solamente pocos me han visto y como quizás pocos más me verán. Pero aún así, esperé los dichosos 80 minutos (casi un partido de fútbol...) hasta que, con una breve llamada a mi celular, avisaste que ya llegabas.

"Listo, esto ya fue la guinda de la torta. A la mierda con esto, aquí se termina todo."

A lo lejos, un pequeño punto amarillo se divisaba en el horizonte. Indudablemente, ahí venías tu. Ya con el discurso preparado, para mandar todo al carajo ahí mismo e irme, esperé tu descenso del transporte colectivo en que venías. Y vi tu pié, tu pierna, y luego todo tu cuerpo descender.

Y te bajaste del bus. Y junto contigo, se bajó mi furia. Y en un abrir y cerrar de ojos, toda cuanta furia pudiera yo sentir se transformó en el más profundo amor y deseo de que nada de lo que nos convocaba a reunirnos ese día estuviera pasando, que todo hubiera sido solo otra pelea más, y que ese día nos íbamos a ver como cualquier otro después de una discusión. A quien le importaba tu atraso, a quien le importaba el "taco" de tránsito, a quien le importaba todo eso... ahí estabas tu, frente a mi, tan hermosa como cada día que compartimos juntos...

...pero tu rostro ya venía diferente. Tus ojos ya no brillaban, tus labios no sonreían. No te alegraste al verme, ni corriste hacia mi. Ni siquiera me mirabas. Solamente caminaste, lentamente, y te paraste frente a mi, mientras yo moría por correr a ti y rodearte con mis brazos, y besarte una y mil veces sin cesar. Pero no; eso ya no ocurriría más.

-Hola.
-Hola... -te respondí.

Creo que jamás me dolió tanto un "hola". Creo que jamás senti una palabra más fría y vacía que aquel hola. Creo que tampoco me di cuenta cuando quedé totalmente indefenso y vulnerable ante ti, siendo que "se suponía" que era al revés. Creo que todavía no entiendo bien del todo que pasó... o en realidad, si lo entiendo, pero no me gusta "aceptarlo". No me gusta aceptar que solo fuí una etapa de transición, quizás muy importante, pero nada más.

Caminamos, uno al lado del otro, pero no como siempre: tu no sostenías mi mano, ni yo la tuya. De hecho, tus manos iban en tus bolsillos, y las mías decidieron imitarlas, pues estarían más protegidas. Caminamos mudos, o con monosílabos como mediadores, largas cuadras... sin mirarnos las caras, rodeados por el frío de la pena, el dolor y la tristeza. Pasamos de largo tu calle, y fuimos a aquella plaza donde por primera vez "salimos juntos". Nos sentamos uno al lado del otro, casi frente a frente, y hablamos... hablamos largo y tendido, hablamos de frío a tibio pero nunca quebrando el muro de hielo que nos separaba. Sin darme cuenta, sin pensarlo, sin siquiera tenerlo planeado o propuesto, desenvainé mi espada y quise ir a la lucha por nosotros una vez más; luché contra todo lo que tú ponías frente a nosotros, luché desesperadamente con el único anhelo de vencer y las cosas reparar... pero olvide un detalle muy importante:

Para ganar esa batalla, tu tenías que junto a mi luchar. Y eso no ocurrió, ni ocurriría más.

Tres palabras hicieron que mi espada se tornara el plomo más pesado en mis manos, y la dejara caer. Tres palabras, tras muchas otras, destrozaron mi escudo y mi armadura de una sola estocada. Tres palabras que se clavaron como tres dardos en mi corazón, fríos dardos de hielo que apagaron de golpe cualquier flama de ilusión que quedara aún encendida en mi interior. Tres palabras que no pude ni podré corresponder, porque para mi aquello que propusiste nunca podríamos ser. Y, con lo último de mi armazón de Caballero que aún quedaba sobre mi, caminamos nuevamente de vuelta a tu hogar, donde nos despedimos por última vez. Donde tantas veces nos despedimos esperando la próxima vez de vernos, de estar juntos, de abrazarnos y besarnos... ahora nos despedíamos para siempre, no con un "chao" sino con un adiós.

Y tras partir de aquel lugar, la sangre producida en mis heridas no se derramó como tal... sino que se convirtió en saladas y tibias gotas de lluvia que rodaron por mis mejillas a morir en un precipitado vacío, en los nudillos de mis manos, en cada paso que debía dar para a mi casa retornar. Un diluvio en miniatura nació de mi corazón, y tardó años en secarse por completo, para volver a la tranquilidad (aparentemente). Y en mi hogar, nadie dijo ni comentó nada. No era necesario. Donde las palabras sobraban, el silencio era compañía y comprensión.

Fué la última carga de aquel enamorado Caballero, que en esa ocasión, vió como aquel extenso tomo de tan hermosa historia de amor finalmente escribía su último párrafo, y cerraba con tres letras... tres letras significando "Fin", tres letras que también significaban retirarse y curar las heridas que hubieran quedado, tranquila y calmadamente. Tres letras que me llevaron al fondo, pero que a la vez, me entregaron nueva armadura, escudo y espada, para el minuto que los tenga que nuevamente portar, y luchar una nueva batalla; una donde todo sea nuevo, distinto, y con un nuevo motivo de lucha y entrega... pero esta vez, con más fuerza y experiencia que en la vez anterior.

Por todo lo anterior, solo quiero decirte que gracias... gracias por todo lo vivido, y por todo lo que, tras estos tres largos años, he llegado a aprender y madurar. Porque tanto el tiempo junto a ti vivido, como el que vino después, fueron pilares esenciales en este crecimiento de mi ser.

Texto agregado el 23-01-2008, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-01-2008 Me gusto mucho almamiapaz
 
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