En mi tierra natal, a la subida del Darro... hay un monasterio de Carmelitas, queda frente al río en una calleja apartada, silenciosa y angosta, pareciera que lo que ocultan los muros a la calle es oscuro, sombrío y mudo, pero... no lo es, el sol norte ilumina su verdeado patio rebosante de geranios, helechos y pitas mientras que en la cara sur suben las hiedras, buscando las piedras altas del segundo piso... hasta las miradas más cansadas y desoladas ... las más inertes pueden llenarse de todo cuanto en este pequeño espacio se respira ... hasta las más frías, hasta las más exentas de vida puedieran captar la plenitud de sosiego, de sabia complaciente y estóica... Es en este patio donde imagino... la mesura, el cultivo y temple del alma debe llenarse de frescura... ha de parecer ligero mientras el agua de la fuente corre y regala paz sin esperar que la escuches...
Allá en ese monasterio, en la parte baja, hay un horno de piedra y... Sor Margarita... cada día marchaba a su horno, no sin antes, religiosamente, hacer una visita a ese patio... Sor Margarita dedicaba parte del día a hacer piezas únicas de porcelana, a las que daba forma y horneaba metódicamente, con esmero, devoción y perseverancia... a fuego muy lento.
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