Camino y este abrigo de luces cobija mi cuerpo. Brillo en la noche sin luna como todas las estrellas. Al fondo una puerta grande de madera antigua se abre y se cierra.

Caen del cielo gotas, me cubro bajo un alero en la mitad de la calle y observo como corre la gente.
Los focos de los autos levantan estelas amarillas en la acera y las pocas hojas que quedan en los árboles tiritan y resisten. Guardo mis manos en los bolsillos, arrugo sentimientos y te recuerdo.
Tu cara contraída en el silencio y tu silueta perdiéndose a lo lejos.

Te miré hasta que sólo fuiste un punto que se diluyó en medio de la tarde.
No siento frío. Doy un paso y quedo bajo el techo de la noche que me moja la cara. Y ahí voy; por un camino oscuro como mi alma.

Me cruzo con el vendedor de rosas que vestido de blanco estira su mano y casi me toca. Mis labios esbozan una sonrisa triste y pienso en quitarme la vida. Me gustaría irme con una rosa apretada en mis manos.

Doy vuelta y corro para alcanzar al hombrecillo de blanco que ya voltea la esquina. Y te veo.
Estás parado contra el gran ventanal que tiene anuncios con luces de neón. Completamente mojado. Y me golpeas con una mirada penetrante y extraña como la de esta tarde antes de que te fueras.
El vendedor ha desaparecido, lo busco tratando de no mirarte pero sigues ahí; estático, pálido, con una palidez extraña.

La calle esta completamente sola y una estrella pequeña tintinea. Quisiera muchas estrellas esta noche, pero el cielo está cargado de nubes como tus ojos. Miro mis pies, son pequeños y al moverse se ven graciosos como tus labios al hablarme.

¿Sufrirás cuándo sepas que ya no podrás verme? ¿Cuándo quieran tus manos tocarme y ya no esté? ¿Sentirás que también se te acaba la vida? ¿Qué no tiene sentido? Seguro llorarás y con tus lágrimas se llenaran las calles y no podrás cargar con tu tristeza y vendrá en cuenta el amor. Cuando no puedas encontrarme.

Se agrieta la noche, el aire está tibio. Sé que seguirá lloviendo.
Va quedando atrás el ruido de los carros. Desde aquí ya puedo ver el puente. El dibujo de los viejos faroles en el agua y esa nada inmensa que me sostiene y me llama.

Y veo tu rostro con el pelo cubriéndote los ojos, con las manos cruzadas sobre el pecho y entre ellas mi cara con la frente abierta.

Qué profundo silencio raspa la orilla golpeando al otro lado, contigo subiendo despacio traspasando mi abrigo, llenando tus manos, y tiemblo.
Mi cuerpo entero se estremece al sentir tus dedos por mi espalda, corriendo hasta mis pechos. Girando en las cúpulas que queman, bajando por mis piernas; buscando la brújula de mis sentidos, parando en mis labios, moviendo todo el viento. Y suspiro.

Me apoyo en la baranda tratando de ver mi reflejo en el fondo.
Hoy no tengo reflejo, lo he perdido. Se fue contigo llenando tu silencio. Acariciando los bordes de tu camisa nueva. Un ruido extraño proviene de un costado. Me inclino a mirar.

Una pareja hace el amor como los dos lo hicimos muchas veces.

Se me nublan los ojos. Algo sube por mi garganta, aspiro profundo y me trago una lágrima gruesa que la ahoga un quejido y otro.

Quiero estar enredada en sus cuerpos, en ese vals extraño de caricias y siento pasos a mi espalda.

Una vieja mujer se sujeta el vestido y en la mano, colgando una muñeca baila con una rosa blanca. Pasa sin siquiera mirarme y me percato que las luces en mi abrigo ya no están.

El cielo entero se ha prendido y mi cuerpo rebota al chocar en los troncos de la orilla.

Y tú estás aquí. No puedo verte; pero escucho tu voz diciendo algo que no logro entender, cuando manos extrañas zarandean mi cuerpo y lo envuelven en una tela negra como la noche que quedó de esta tarde, cuando tú te alejaste.