PEOR QUE BELLA
Los recuerdos más hermosos son los que más duelen cuando se los añoran. De que sirve tener fragilidad memorística si se tiene un corazón muy memorioso...
La mente olvida, pero poco pueden el tiempo y la distancia contra un corazón obstinado, incapaz de olvidar.
Basta con sólo una mirada para que el corazón mande al diablo al olvido y lo recuerde todo... Los recuerdos fluyen incontenibles como un manantial impetuoso y se empozan en el corazón hasta desbordarlo de nostalgia y dolor.
...¡No sé olvidar!
(K. R. A. M.)
No vuelvas a hacerlo Miriam ¡Por favor!, no vuelvas a mirarme de esa manera. Cuánto tiempo sin verte, me bombardeó de golpe la nostalgia cuando apareciste hoy por la mañana con tu sonrisita de siempre y ese aire pueril y casi ridículo ya en una señorita de dieciocho años, ¡Cómo has crecido! ¿Y ese tipo que estaba contigo? No pude evitar odiarlo al ver que te sonreía sin soltarte la mano, aquella mano que alguna vez fue mía, y esa sonrisa tierna que antaño fue para mí. ¡En fin...! déjame con mi melancolía... Pero ¿por qué me miraste así Miriam? ¡Ódiame! si quieres pero no me des de tus dosis de compasión... ¡Por favor!
Lo trajiste a nuestro parque, pude ver cuando apoyada de su mano, bajaste disforzadísima de su auto, muy bonito por cierto, y empezaste a caminar hacia nuestra banca. ¡Y tenias que sentarte justo ahí! con tu globazo rojo, cuando yo estaba al frente. Imagino que en un principio no me reconociste, he cambiado un poco ya no soy tan flaco ni uso esos pantalones anchísimos, me corto el cabello religiosamente cada mes y no me quito ni para leer mis clásicos lentes negros. Cuando nuestras miradas se cruzaron te delató tu sobresalto, pudiste ver a través de los oscuros cristales a aquel muchacho incapaz de camuflársete, incapaz de no ser tan extraño, tan solitario, tu mirada de conmiseración duro una eternidad de milésimas de segundo, me sentí indefenso, me desarmaste todito, que forma tan magistral la tuya para disimular, deje de existir para siempre, porque de mirarme como quien mira a un perrito atropellado pasaste a la mas desenvuelta coquetería con el tipo ese.
Me gusta venir a leer a este parque mientras mi pastor alemán juguetea con los demás perros, ya no vivo en el barrio, mi familia se mudo hace como dos años, pero a pesar de que tengo que caminar muchísimas cuadras, casi todos los sábados leo solazadamente al amparo de los inmensos jacarandás, no sé desde cuando me interesó la lectura, tal vez sólo fue una excusa para venir de ves en cuando a hacer algo, pero no creas que es por ti Miriam, me siento bien aquí, ya incluso creí haberte olvidado, las cosas no me van tan mal, llevo un año en la universidad, tengo una enamorada súper cariñosa y comprensiva y que además me adora; voy al gimnasio en las tardes y los domingos de misa los cambie por los de fulbito.
No pude soportar tu presencia Miriam. ¡Justo al frente de mí! Era el colmo y hasta me di cuenta que viste de reojo cuando me paré y boté con violencia una cajita de chicle al suelo, prácticamente a tus pies, mientras avanzaba hacia cualquier lado con tal de huir de aquella escenita.
Hubiese querido que me tragara la tierra cuando me lanzaste esa mirada indulgente en una fracción de segundos y giraste la cabeza disimulando no verme o talvez no reconocerme.
¿Que paso con aquella niña que solía buscarme traviesísima entre una maraña de gente y corría a abrazarme cuando la iba a buscar a la salida del colegio? Si bien es cierto no te exijo lo mismo, ya que la situación es obviamente otra, pero supongo que un “hola" no te hubiese hecho daño.
No pude evitar un gesto entre desdén y envidia al pasar por el deportivo amarillo seguramente carísimo. Espero que tu novio no se haya embarrado su finísimo pantalón en el chicle que alguien escupió en el asiento de su reluciente auto de lujo...
Es doloroso, mejor dicho odioso recordar así tan de golpe el pasado, sobre todo ese pasado contigo, no porque fuera malo sino precisamente por lo contrario, nunca había pensado hasta ahora que verte así de improviso y después de tanto tiempo me empujaría de nuevo a esa especie de ansiedad y nostalgia que detesto, esa sensación de arañas inquietas en el estomago.
Es cierto que no estuve tan bien como al parecer lo estás tú, pero he aprendido a ser más paciente y estoico con la realidad, no ha sido difícil olvidarme de casi todos los detalles y episodios juntos, sabes perfectamente que mi memoria es malísima, casi ni recuerdo me queda del día que te vi por primera vez, sólo tengo vaguísimos recuerdos o más bien sensaciones, arañas comprendes?, sí, esas malditas arañas que de vez en cuando saltan directo al estomago y suben por mi garganta frunciendo mis labios inoculando su eficaz veneno. Me empiezan a fulminar ráfagas de sensaciones imprecisas como hoy por la mañana cuando te vi, de pronto tu olor inconfundible, la claridad de tus ojos insondables, la ironía clásica en tu voz, me fueron persiguiendo, azuzando a las arañas, miles de recuerdos vagos me avasallaron es por eso que traté de recordar y escribirlo todo para sentirme mejor o tal ves peor, tú siempre decías que era un masoquista y además muy obstinado para admitir nada pero esta ves no pude evitar odiarte o seguirte queriendo que para este caso viene siendo lo mismo.
Mis recuerdos más claros o menos borrosos son los de aquel parque del barrio, me imagino que no te habrás olvidado de toda su fauna acaso magnificada y mitificada por la imaginación nuestra o tal ves sólo de la mía, tantos personajes que confabulaban y convergían ahí para que nosotros jugáramos a inventarnos sus vidas. Fuimos a muchos lugares juntos pero yo sólo me acuerdo del parque, era como un santuario para nosotros, el caso es que de sagrado ya no le queda mucho ya que te atreviste a venir con ese tipo, pero no tienes la culpa, de todos modos el único cursi siempre fui yo, tú siempre fuiste más práctica para esas cosas, es decir olvidar y punto, además supondrías (disculpa, no puedo evitar atribuirme tanta importancia para ti) que era muy improbable encontrarme por este parquecillo apartado del mundo y menos sabiendo que ya no vivo en el barrio.
Todo a cambiado inexorablemente Miriam, fueron tiempos mágicos, y a mi me parece que fue ayer cuando pasábamos las tardes en aquel parque repletito de árboles, repletito de mucho amor también, y de complicidad, esa complicidad que nos hacía inseparables y únicos, y que nos hacía reinventar el mundo bajo nuestros ojos.
Sentados infaltablemente en nuestra banca, sabíamos de memoria el itinerario de todos esos personajes que poblaban nuestras tardes en el parque; por ejemplo sabíamos a que hora pasaba aquel señor impecable de traje regresando de su trabajo. Tú decías que era increíble que así tan elegante y fino no tuviera auto, nos matábamos de risa cuando lo imaginábamos de pie, encorvado en una combi asustadísimo porque seguro ahorita sube uno de esos mugrosos con sus bultos también mugrosos y encima malolientes, y le ensucian el terno limpiecito. Vivía en una de las casas de enfrente del parque cruzando la calzada, en una modesta moradita con jardín delantero y perro en la puerta. Era tierno ver cuando llegaba. El primero en recibirlo era el perro lanudo, que sabe Dios como miraba con todo ese pelo en la cara; luego se le venían encima un tropel de niños que se peleaban para abrazar primero al papá, y lo milagroso era ver como quedaba igual de impecable luego de haber recibido tanto apapacho y beso y hasta lamidas con hocico lanudo y todo; luego salía la esposa le quitaba el maletín, le daba un beso con envidiable cariño y lo jalaba hacia adentro seguido por la interminable fila de niños de toda edad, y uno más sucio que el otro. Fue por ahí que se te metió la idea de tener cincuenta hijos y un perro lanudo de yapa. Tus ojos se iluminaban con toda esa ternura, se llenaban de tanta inocencia y espontaneidad y ahí era cuando más te adoraba, y era también cuando más me daba miedo la idea de perderte y te abrazaba fuerte por si acaso, y tú me mirabas con la misma mirada de siempre y me decías que qué me pasaba, porque mis ojos de pronto se tornaban brillantes y profundos de purito miedo a no volver a ver tus ojos y no decía nada de nada, pero tu siempre adivinabas todo, y mientras me abrazabas y besabas decías risueña que era tan fácil leer mis ojos...
También estaban los karatekas esos que casi diario venían a practicar, con su trajecito blanco percudido y cinta negra, pero negra seguro que de cochina que estaba; le sacaban la michi al hombre invisible con sus movimientos acrobáticos y de ahí no contentos con eso se venían contra los árboles. El más gracioso era el gordito que nunca pudo levantar la pierna más arriba de su rodilla, pero qué ganas le ponía, cómo gritaba ¡yiaa! Y qué diablos si regresaba con el trasero todo adolorido de tantas caídas, y con el rostro empapado en sudor, después de todo siempre regresaba triunfante porque los otros dos flacuchos y enclenques nunca podían derrotarlo. Eran todo un show los tipos esos, siempre nos hacían reír.
Pero lo que más te gustaba era ver pasar a aquella viejecita toda jorobada, con su eterno mantón negro y su bolsita de pan que parecía pesarle una tonelada. Me contaste que tu mamá te había dicho que sus hijos vivían en el extranjero y que vivía solita la pobre.
Como olvidar aquel día en que se tropezó, y se le cayó la bolsita de pan y la abuelita con sus mil años encima no podía agacharse a recogerla, yo había corrido para ayudarle, pero ya se escapaba inalcanzable ese perro de mierda con la bolsa de pan en el hocico. No me dijo nada la abuelita y se fue impasible. Nos morimos de pena esa tarde pensando que la viejita dormiría ese día muerta de hambre de tristeza y de soledad.
No parabas de reírte cuando te conté al día siguiente que después de llevarte a tu casa me aparecí con una bolsita de pan en la puerta de la viejita y toca y toca y nada de abrir la puerta, me mandó al diablo la viejita con su silencio, hasta pensé que se había muerto de hambre, tristeza y soledad, pero no, no porque al día siguiente la vimos pasar de nuevo con su bolsita de pan y esta vez armada con un bastón anti-caídas, y anti-perros de mierda que se escapan con el pan. Tú seguías matándote de risa mientras me explicabas que era totalmente sorda y totalmente huraña también.
Otro era el borrachito ese que casi siempre pasaba, eso si, a cualquier hora y totalmente ebrio y dando tumbos, tú decías que no tardaba en morirse de cirrosis, yo te había dado completamente la razón y te prometí que no tomaría jamás. Ni una sola gota mi amor.
Era simpaticón el borrachito, siempre pasaba hablando solo y jodiendo al primer imbécil que se topaba en su camino. Hasta una vez casi corro a defenderlo cuando dos tipos victimas de sus insultos le sacaron la mierda, pero él no paraba de mentarles la madre en el suelo, y los otros dos ya no tenían fuerzas para pegarle ni para hacerle caso. Siempre pasaba el borrachito y cuando los encontraba los volvía a mandar a la mierda y saca y saca la madre, y otra vez los dos que alguna vez eran tres o cuatro volvían a sacarle la mierda indignadísimos, hasta que un día se cansaron y ya no le decían nada, y lo ignoraban olímpicamente.
Era siempre lo mismo en el itinerario bohemio del borrachito: entraba al parque, mandaba al infierno al que se ponía en su camino, y si nadie le pegaba, avanzaba a la pileta se mojaba la cabeza y caminaba en zigzag cantando o hablando solo, de ahí a la esquina del parque y a orinarse en el mismo árbol siempre y conversando además con él mientras lo meaba. No me caía mal el borrachito, hasta que un día cambió su itinerario y se puso a mear justo en el árbol que estaba a nuestro costado, estuve a punto de pararme y reclamarle, pero tú me cogiste el brazo y me tranquilizaste mientras nos levantábamos de la banca, fue ahí que soltó una gruesa carcajada y nos mandó a la mierda a los dos, ahí si que reaccioné y lo senté de un empujón contra el árbol, me arrepentí de pegarle, me dio pena el borrachito, y tú ya me jalabas a otra banca mientras tenia que aguantarme la tanta de groserías que soltó. Ahora si que daba toda la razón a los tipos que siempre lo golpeaban, ¡Pero no!, no porque de pronto se me disolvió esa idea y lo compadecí, lo compadecí y te volví a jurar que nunca bebería en mi vida. Nunca Miriam, nunca mi amor, y tú como siempre que te prometía algo, me besaste y yo una vez más te adoré y una vez más me olvidé del mundo sumido en la tibieza de tus labios.
Otros infaltables personajes eran aquellos niños que venían con sus bolsitas de caramelos, sus caritas sucias y sus ojitos brillantes a punta de no saber para qué diablos estaban en este mundo, pero a pesar de todo siempre estaban sonriendo y jugando como si fueran inmunes a su mezquina realidad. Ya a todos los conocíamos hasta por nombre, pues todos sucios y vivísimos se acercaban en cuanto te veían, no tanto porque les compráramos sus dulces como por conversar y contarnos de sus vidas. Todo eran risas en sus caritas sucias, casi todos eran hermanos y vivían en un barracón pasando toda la avenida y entrando a los arrabales. Se pasaban el día entero recorriendo parques para ayudar a su mamá que era invalida y vendía mazamorras en un carrito afuera de su casucha; de su papá nada sabían porque según ellos nunca lo conocieron y su madre les tenia prohibido preguntar de él.
Hasta que un día sin más ni más desaparecieron los carita sucias y tú te moriste de pena, y es que habían puesto un servicio de serenazgo y ya no los dejaban entrar, porque según el guardia: Esos cholitos de mierda, están rondando sospechosamente por acá y en cualquier momento le vuelan la billetera a un inocente transeúnte y además molestan a la gente del parque y hay que tratarlos duro a esas pirañas del diablo, porque después son unos delincuentes de grandes... Yo mismo les he sacado la mugre a esos serranitos pezuñentos.
Te indignaste cuando el sereno nos dijo eso y aseguraste que esos pobres niños eran inocentes, y que sí, admites que debe haber otros niños que sean delincuentes de los tantos que hay en la ciudad, pero que si llegan a ese extremo es porque están al borde de la desesperación, el hambre y la miseria y ellos no tienen la culpa de que esta sociedad infernal los obligue a actuar así. Y además le dijiste con furor que no eran más que unos “pobres niños que encima eran pobrísimos”, y no unos “cholitos de mierda que encima eran pezuñentos”. Y tú querías matarlo mi amor, y si no te agarro te le lanzas al cuello al guardia aquel de lo indignada que estabas...
¿Te acuerdas cuando nos reíamos de aquellas estúpidas cursilerías en la cara de todos esos imbéciles que salían con sus chicas el 14 de febrero? Tu decías que te parecían patéticas todas esas parejitas disforzadas con sus rositas y sus gestos melifluos, con sus mundos rosados y desviviéndose en remilgos mutuos. Nosotros no somos así. Nosotros somos auténticos –decías- dándome un beso furtivo, y sin soltarme la mano, queriéndome con esa mirada profunda y tierna, y sin fingir, ni ser cursi ni nada.
¿Recuerdas especialmente a aquel muchacho al que vimos en ese mismo parque paradote cerca al teléfono público con el cabello graciosamente apelmazado y mirando el reloj a cada segundo?, se le notaba ansioso –¿no es cierto?- muy ansioso y tenia una carita tristísima.
–Su flaca lo habrá dejado plantado- dijiste sin conmoverte al verlo con su ya mustia rosa a punto de caérsele de las manos. De pronto –¿Recuerdas?- llegó la chica a quien esperaba, pero la muy... no estaba sola, estaba con otro, él la abrazaba. Aun me acuerdo aquel ademán de tristeza y desencanto indisimulable en el pobre muchacho ese que quería meterse la rosa por donde sea cuando la vio con el otro. ¡Y ahí!, ahí fue cuando vi tu mirada de compasión hacia aquel desdichado, Miriam, del que antes nos reíamos, esa misma maldita mirada de compasión con la que me miraste hoy por la mañana, ¡Si!, cuando te tapaste la cara con ese ridículo globazo rojo en forma de corazón que decía love, y disimulaste no verme, o talvez no conocerme.
No creas que no te he olvidado Miriam, no te vayas a creer ni por un segundo que aun sigo enamorado de ti, ¡por favor Miriam!, ya ha pasado mucho tiempo desde que me dejaste destrozado en aquella banca. En aquella banca donde nos conocimos.
No fue fácil olvidarte Miriam, nunca aprendí a acostumbrarme a nada, y a pesar de que sabia que nada nunca dura para siempre, me era más fácil para sobrevivir la idea de que estaríamos juntos para siempre, forever mi amor, creía que todo era eterno, y cuando todo terminó me estrellé con la realidad, y no podía aceptarlo, los recuerdos me perseguían implacables, recaía una y otra vez, la desesperación me acechaba en cada esquina. Pasaba horas de horas sentado solo en aquella banca verde de madera bajo aquellos inolvidables árboles de Jacaranda, inmensos sobre mi cabeza, inmensos también como mi pena, frondosísimos además y echaban su sombra sobre el empedrado piso del parque empapado de recuerdos y hojas secas revoloteando al viento de ese otoño interminable en nuestro parque, y otoño interminable también en mi corazón. Pero tú nada de venir a sentarte a mi lado… me habías dejado sólo para siempre…
Todo seguía igual, Miriam, después que te fuiste, los mismos personajes de siempre, los árboles al parecer sin una rama de más o de menos, la pileta y su sonidito relajante, las casas del frente, las piedritas, la luna, y hasta el aroma a hierba fresca; todo seguía perfectamente igual, y a mi me daba rabia darme cuenta que todo permanecía exacto a como lo dejaste, era como si todo ese ámbito no se diera cuenta que faltabas tú a mi lado, como si no sospechara que ya no vendrías a recostar tu cabeza en mi pecho y pedirme que por favor te diga otra vez que “te quiero”, me daba rabia Miriam, y lo peor de todo es que al parque no le importaba en lo absoluto tu ausencia. Todo seguía igual que siempre, lo único que faltaba eras tú mi amor. ¡No pude acostumbrarme! ¡No sé olvidar Miriam!
Nunca te lo dije, Miriam, pero no puedes imaginar lo que me costó siquiera que me mirases: Yo iba todos los domingos a la iglesia sólo para verte, desde que yo apenas entraba a la secundaria y por una tarea del colegio me obligaban a ir a la iglesia. Pero yo sólo me ponía a contemplar a aquella hermosa niña de cabellos casi a la altura de su blanquísima faldita volada y mirada de autosuficiencia que eras. Ya en cuarto de secundaria desesperado y sin saber como acercarme a ti, iba todas las tardes después de salir del colegio al tuyo, a pararme como huevón con las manos húmedas y el corazón a mil por hora en aquel paradero donde tú siempre esperabas tu bus y que quedaba a cincuenta mil cuadras de mi colegio, pero no me importaba caminar tanto porque te vería, y tú seguramente también me verías. Seguro te preguntabas quién era ese flacucho imbécil que casi diario aparecía petrificado y cojudísimo apoyado en aquella esquina, tan patéticamente solo. Tampoco sabias que en las noches no dormía pensando en ti sin atreverme a decirte una sola palabra Miriam, ni siquiera en sueños. Luego empezó aquel juego de las miraditas –¿recuerdas?- en la iglesia, cuando cada vez que volteabas sacudiendo tus hermosos cabellos dorados te encontrabas con la mirada de aquel muchacho que ya parecías conocer de toda la vida porque siempre andaba tras de ti sin atreverse a decirte nada. Sólo mirarte.
Tú lo hiciste, Miriam, tú fuiste quien me metió letra ese día en el parque al verme enmudecido y pasmado acariciando a tu perro que se había escapado de las manos de tu hermanita, lo que no sabes es lo que me costó simpatizar con tu maldito perro. Todas las noches pasaba por tu jardín y le tiraba trozos de carne, cómo ladraba el desgraciado, parecía que me odiaba de veras, pero cómo se tragaba todo lo que le tiraba, luego nos hicimos amigos. ¿Te acuerdas esa cicatriz que tengo en la mano derecha?, sí, esa que te dije que me había caído de la bicicleta, pues no fue así, fue tu maldito perro el que me mordió la primera vez que lo intenté acariciar, ¡Como odiaba a ese hijo de perra!, pero yo ya tenia todo planeado y él era pieza fundamental de mi estrategia para acercarme a ti, porque los sábados en la mañana siempre lo sacabas a pasear por el parque.
Quise retractarme ese día, cuando disimuladamente llamé a Peluchin (vaya nombre para un pastor alemán de casi 70 kilos) que había estado sujeto a una cadena sostenida por tu hermanita y vino casi desesperado a lamerme la mano, quise escapar pero ya era tarde y tú ya corrías hacia él y hacia mi. Hola –dijiste relamiéndote los labios que aun tenían un poco del helado que estabas comiendo- y se me heló hasta el alma y no supe que decirte, tú sonreíste y te sentaste a mi lado, ese día me pareciste más bella que nunca, era una sensación divina, hasta parecía que resplandecías y todo. Como un tierno angelito.
-¡Que raro! Es bravo por eso no lo soltamos, le ladra a todo el mundo– mencionaste sorprendida y coqueta al ver al lambiscón de tu perro que no dejaba de moverme la cola- Creo que le caes bien.
-Me llamo Enrique- te dije apenas y no me atreví a preguntar tu nombre (aunque claro ya lo había averiguado, si hasta lo veía en la sopa)…
-…
Tú salvaste el silencio y empezaste a hablar con una soltura impresionante... Yo sólo contestaba con monosílabos a todo lo que decías. Luego ya un poco recuperado de tu fulgor celestial y del helado que se me atracó en los ojos, no, no, de tus labios en mis ojos más que el helado. Te pregunté si vivías cerca... y el colmo de los colmos fue cuando mencioné que me parecías conocida de algún lugar.
Tu siempre dijiste que las matemáticas eran una porquería, pero a mi por lo menos me sirvieron para acercarme a ti, era la excusa perfecta para ir casi todos los días a tu casa, lo malo era tener que soportar la asfixiante mirada de tu mamá desde la cocina, y de tu papá que obviamente no estaba ahí pero yo sabía que desde alguna ventana o un escondite secreto espiaba cada uno de mis movimientos. Yo lo imaginaba con un rifle inmenso y pesadísimo con vista telescópica y mira láser apuntando derechito a mi cabeza con la mano en el gatillo y a punto de disparar en cuanto hiciera algo que no sea explicarte matemáticas; y tu hermanita jode que jode con cualquier excusa (me hacia trencitas, me pegaba papelitos en la espalda, y me hacia probar postres asquerosos que ella misma preparaba quién sabe con que combinaciones fatales, y yo tenia que decir que estaban riquísimos), y ni hablar de ese perro de mierda que no dejaba de morderme los zapatos y la basta del pantalón, todos los días, y yo que no decía nada porque estaba embobado con tus ojos, tu cabello y tu olor a misa y que más daba si no me entendías un carajo de matemática, ¡Total!... ni yo me entendía, pero tu ni cuenta parecías darte y sabe Dios como aprobabas todos los exámenes.
No se tú, pero yo ni me di cuenta después de cuantos sábados en aquel parque terminamos besándonos en aquella banca donde tú me metiste letra.
Yo te engañé Miriam, sí, porque te había dicho que tuve dos enamoradas antes que tú, pero no, no fue cierto, tú fuiste la primera, tampoco fue cierto que yo tenia ya diecisiete años, y que uno de estos días le robo el auto a mi padre y nos vamos a pasear, la verdad es que apenas había cumplido los dieciséis, pero supongo que esas son mentiras veniales comparadas con la tuya. Tu hermanita te odiaba, porque ese día te habías robado su alcancía, y me lo dijo todo cuando fui a tu casa y por tercer día no te encontré, yo no le creí hasta que pude verlo con mis propios ojos. Tú me habías dicho desde hacia dos semanas que ya no vaya a buscarte al colegio por ese asunto de la academia preuniversitaria, y que de ahí nomás empalmabas y no tendrías tiempo para vernos por las tardes.
No dejabas de gritar que lo suelte y que ya no le pegue, no era la gran cosa, era pura boca, se desvivía en insultos, pero cuando lo agarré no pudo acertarme un golpe, y ahí mismo lo tumbé y le empecé a dar de alma.
Debes recordar que te grité: -Eres una cualquiera-, sumamente airado mientras unos extraños me jalaban y tú lo recogías del suelo, rehuiste mi mirada Miriam, no dijiste nada, ¡Que hubieses podido decir! Si yo lo vi con mis propios ojos, ¡Te estaba besando!
Otra cosa que nunca supiste Miriam, fue que todo ese día de porquería no fui a mi casa, estuve caminando sin rumbo sin poderme meter en la cabeza la aborrecible idea de que todas esas inolvidables tardes bajo aquellos inmensos árboles, ¡eran mentira! y tú solo jugabas a ser mía, toda esa repugnante tarde estaba pensando que había estado compartiendo tus labios con otro. Me invadió un sentimiento de impotencia demencial, no sabia que hacer, lo único que pudo salvarme de ir a suplicarte a tu casa fue mi orgullo, pero no pude mantenerme, cada minuto era peor que el anterior. ¡Todo me recordaba a ti!
Ya en la noche estuve rondando tu casa contándole a tu perro la ligereza de su ama, y sin decidirme a tocar, esperando talvez que aparecieras y me dijeras que era mentira, que fue un sueño, un feo sueño, que me querías, y que te perdonara, pero nada de aparecerte, sólo se apareció tu mamá y ni una sola palabra, me mandó a la mierda con la mirada, convencida seguramente de la historia que le habrías inventado.
Tampoco supiste que aquella noche por primera vez mojé mi almohada con lágrimas de desamor, de dolor, de impotencia, esperando que todo aquello no sea más que una maldita pesadilla, pero no fue así y tenía que resignarme a que ya no estarías conmigo... ¡No sabes cuanto te odié esa noche Miriam!
Y te seguí odiando las sub-siguientes noches cuando acepté ir con los borrachos de la clase a chupar donde fuera, donde cayéramos, hasta que ellos se aburrieron, y a mi me quedaba aun mucha pena, y los mandé al infierno y me fui a beber solo, solito en el parque ese donde tú ya no estarías conmigo. Se me vino enterito el sentimiento ahí sentado con la botella en la mano y el corazón destrozado, ya estaba muy borracho y era muy tarde, pero aun había una parejita allá al fondo; me dio rabia, envidia, al verlos tan acaramelados, seguramente él haciendo promesas eternas, y ella besándolo tiernamente, me dio rabia mezclada con purito sentimiento, y me meé en su árbol, y los mandé a la mierda a los dos, no recuerdo muy bien, pero algo me cerró el ojo, algo como un trueno sordo, luego como que todo me daba vueltas, maldecí en el suelo y otro trueno sordo me golpeó el estomago, y otro y otro, esta vez en la cara... Todavía recuerdo la mirada iracunda del tipo ese que no le hacia caso a su chica cuando lo jalaba y le decía que me suelte.
Recordaras que al terminar tus clases, y luego de no ingresar a la universidad, viajaste a Lima y unos meses después me enviaste una carta:
Hola Enrique:
Sé que te devo una explicación, pero esto del amor es asi, nunca quise hacerte daño, te juro que te lo iva a desir, lo conoci en la academia y todos los dias venia a recogerme en su vollswagen, yo no hubiera aceptado si no ivan tambien mis amigas, ellas se morian por él. Se que esto debe sonarte muy duro, pero a mi tambien me gustaba, no creas que yo no le abia dicho que tenia enamorado, y mis amigas desian que era una tonta porque él les abia dicho que estaba enamorado de mi, pero yo te queria Quique, todavía te quiero, pero estoy confundida, mi mamá dice que te vió borracho la otra ves y no quiere que te vuelva a ver, pero no te preocupes ya se le pasara, lo que no se va a pasar es la impresión que me dio de que estes bebiendo, que pasa contigo, tu no eres asi. Ahh Claudia me conto que tenias un ojo morado y que te vio cojeando un día, ¡en que andaras!
Disculpa si resien te escribo es que pense que aun estarias molesto, disculpa tambien que nunca contestara el telefono es que pense que seria mejor asi. Otra cosa, encontre todos los regalos que te di, incluso el gatito de peluche que tanto te gustava, y que te regalé por nuestro aniversario, en el jardin, estaban todos regados y destrozados, espero que el que los haya destrozado haya sido peluchin y no tu.
Enrique no quiero que haya rencores, pero entiende el amor es asi, fue lindo pero ya pasó, si quieres podemos ser amigos, y no te preocupes yo te disculpo de todo lo que has hecho.
Tu amiga... Miriam
¡Que tú me disculpas! Que conchudez de tu parte Miriam, pero por cortesía no te respondí, y tuve que tragarme la indignación y el dolor cuando leí “amigos” en ese papel azulito de cuaderno y con infinidad de faltas ortográficas, fiel a tu estilo que me enviaste con tu amiga Claudia.
Después llegaste en Navidad del siguiente año, te encontré sola en nuestro parque y tuve que fingir que ya no te quería, tuve que morderme los labios y mantener firmes mis rodillas para no rogarte que regreses conmigo, no sabes lo difícil que fue todo esto, pero tú pareciste creer todo el show y hasta cínicamente me contaste de tu nuevo novio en Lima. Fue desde ese día que no te veía, hasta esta mañana Miriam. ¿Cuanto paso?... dos años más o menos dirías tú, pero la verdad es que son exactamente dos años un mes cuatro días y esta mañana que fue terrible.
¿Estás muy cambiada sabes?, te queda muy bien ese pantaloncito blanco entallado. ¡Como has crecido!, y no me refiero a la estatura... y te cortaste el cabello, además te lo teñiste y para colmo de rojo. ¿Recuerdas que me prometiste que nunca dejarías de tener el cabello hasta la cintura, larguísimo, cuando te dije que lo adoraba?
Siempre fuiste demasiado suspicaz Miriam, estoy seguro que pudiste ver a través de mis ojos que no he aprendido a acostumbrarme, que no sé olvidar, y es que siempre fui tan malo para disimular, y esta vez no pude evitar la cara de haber recibido un disparo al verte con ese tipo, y después no pude soportar tu mirada, ¿por qué diablos tuviste que mirarme así Miriam?
Acabo de regresar de la iglesia Miriam. Sí, fui a la misa de las diez y por más que busqué no pude encontrar a aquella niña de la faldita blanca igual que su alma y sonrisa angelical con el cabello eternamente suelto y hasta la cintura. Me asaltaron los recuerdos, no pude rehuirlos, hice un esfuerzo sobrehumano para que no se me escape una lágrima, me puse como un demente cuando creí percibir tu aura entre la gente. Mi enamorada se sintió extrañadísima de que yo quisiera entrar a la iglesia. Nos peleamos, ¿sabes?, ella me quiere muchísimo pero aunque no lo creas, hoy al verte me di cuenta que tu recuerdo ha sido mas fuerte que mi olvido, sólo estaba engañándome, trataba de odiarte con muchas dosis de orgullo y de falsa compasión. De veras quisiera odiarte a sentir todo esto Miriam.
Al mirar a mi enamorada hoy, pude percibir en sus ojos que me quiere demasiado, talvez como yo te quise a ti, y eso me dio un miedo terrible, me odié al pensar en lo sinvergüenza que fui al decirle que la quería y que nunca le haría daño, y me odié muchísimo más al darme cuenta que sólo estuve con ella porque se parecía físicamente mucho a ti, no supe que hacer y de pronto sin más ni más, la mandé al diablo, porque todo era mentira. Nunca la quise como ella quisiese que la quiera, y recién era ahora cuando me percataba realmente. Pero no vayas a creer que la deje por ti Miriam, ¡No! lo hice porque no quería engañarla igual que tú a mí; preferí decírselo ahora. Ni siquiera me dolió la bofetada que me dio al irse indignada y llorosa, dejándome solo en este parque donde tú y yo nos conocimos.
El sol esta cayendo detrás de aquellos inmensos árboles de Jacaranda, el cielo está dramáticamente teñido de rojo y naranja, es catorce de febrero, todos caminan en parejas y este ambiente de veras que lo hace sentir más solo a uno, y estoy escribiendo todas estas tonterías que sé que nunca te enviaré, debajo de aquellos árboles, ¡Nuestros árboles!, en aquella banca, ¡Nuestra banca!, en aquel parque, ¡Nuestro parque! Levanté la cabeza y me reí de todas esas parejas y sus cursilerías, y sentí tu mano en mi hombro, pero giré la cabeza y no eras tú, era otra chica que se había sentado a mi lado y me alcanzaba un pañuelo, porque sin darme cuenta tenía empapado el rostro y la hoja de papel.
Tamer... 14-feb-99
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