Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.
Miguel Hernández.
mis noches llevan tu nombre
cincelado en sonrisas fugitivas;
alegorías de infinitos segundos
-que recitan de memoria-
cada roce, cada susurro desnudo
que se desprende de mis poros…
mis noches llevan tu aroma…
-retozando implacable-
sin tregua...
-acechándome-
en cada recodo, en cada respiro…
-invocando-
(en
mis
ansias
más
arcanas)
el onírico trazo
-de tu lengua pendenciera-
sobre el lienzo estremecido
de mis senos…
mis noches llevan tu voz…
arraigada a mi piel…
tatuada en la fiebre que me siembra
(tu -ú- aliento…)
engarzada a cada palabra,
a cada gemido…
que me han bordado una sonrisa
(por dentro…)
-y que hacen que tú siempre seas-
el reflejo y la esencia
de mis anhelos…
mis noches llevan tu sombra…
crepitando en mis poros
con su vaho de relámpago
-sumergiéndome-
en un sismo de humedades
(efervesciendo)
hasta en mi huesos…
(como
una
diana
voraz…)
-que consume-
cada segundo de cada recuerdo
de tus manos devotas
(guiando
mi
cabeza)
hasta inmolarla en tu vientre…
mis noches llevan tu ausencia…
flageladas en el frío
(de caricias unipersonales…)
-como un cálido estigma-
que desborda mi sangre etérea
sobre la certeza de tus gemidos
-que gravitaban mi mirada enajenada-
mientras te vertías…
-desbocado y dulce-
(en mi sonrisa vibrante)
mis noches llevan el deseo…
volver a sentir (-te-)
el eco de tus dedos sigilosos
por mi otoño de furias
tu sexo anidando en mis labios
nuestras bocas entrelazadas
(como
en
un
rito
milenario)
nuestras lenguas
-en un morse feroz-
dilapidando pactos
y el palpitar de tu pecho
-sincronizado-
(al
frenesí
de
mi
boca)
mis noches llevan tus huellas…
(para siempre…)
en el inexorable grito
-que se ahoga-
en los vítores del viento
-que ha sido testigo-
(ee ésta leyenda…)
-Cincelada-
en los cantos que mi piel destila
en versos turbulentos