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Los días han pasado con unos soles que han quemado nuestra piel. El tiempo ha seguido su carrera para no detenerse, en ningún lugar; debe continuar sin importar qué cosas sucedan. En él se ha desarrollado un sentimiento extraño, que sigo sintiendo.

Un apego total. Un deseo que hierve mi sangre, y la evapora produciendo un ciclo constante dentro de mi interior. Un fuego arde en algún tipo de horno dentro de mí que eleva las temperaturas de dicha sangre mía. Cuando te veo, cuando no te veo, el pecho se me sale y cae en mi mano. Lo sostengo por un momento. Me quedo paralizado sintiendo el peso de no tenerlo dentro del pecho. No puedo respirar. Me duele el alma. Sé que de esa manera puedo morir sufriendo en demasía. Y no cambia esa condición, hasta que de ti percibo que me tienes cariño. Hasta que de tu mirada siento interés por mí. Hasta que tus manos sostienen las mías por un instante mientras nos saludamos, mientras nos despedimos. En definitiva, hasta que estoy seguro de que me tratas de manera especial, hasta que siento que tú sientes lo mismo que siento por ti.

Es allí donde retorna el latir a dentro de mi pecho. Es allí donde mis pulmones se relajan y puedo respirar impregnado de un estado de gracia. Es allí donde mis músculos se vuelven paz… todo eso cuando me demuestras que me quieres, y que te importo.

Sin eso, no soy el mismo.

Por eso te pido que no me cambies
Siento terror de que eso suceda
No dejes de vivir el secreto que yace en mi mirada
No sueltes este cariño que siento por ti
No me cambies…
Pues no sé si encontraré
Esa bondad y hermosura que hiciste que viera en ti
La encontré… ¡por fin la descubrí!

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