Lo conocí un martes como un domingo cualquiera, todo el parque simulaba la tristeza del desierto, y mi blusa de poros empapada, delataba el verano. Venía con su traje romántico de las tardes con una flor melancólica en la bolsa derecha, su olor a hierbasanta fresca y serenada y su mirada de fragua intensa que quemaba todo lo que tocaba. No traía acompañante alguna después de la brisa del caribe, y su cabello trotaba con la complicidad del viento, que dejaba fragmentos de sal para que se evaporaran con el crepúsculo, haciéndolo más hermoso; su perfume mojaba las rosas, que perdían su aroma y se quedaban con el de él.
Guardado en lo mas profundo de sus pétalos.
Se rompió la gramática de mi escrito, nada tenía coherencia en mis palabras, y mis poemas a la primavera carecían de sentido, supe en ese momento, que nunca atraparía el brillo que tuvieron mis ojos, justo en el pedazo de siglo en el que me desafió su mirada. Todo parecía gravitar, no había reglas; y todo lo que Newton pudiera haber dicho, parecía extraño. De otro mundo.
El pasaba todas las tardes, con un traje de lino de distinto color; por aquel camino ajedrezado, pero después de aquel martes cuando conocí el motivo del por que lloraban las rosas y tiritan los árboles, después de conocer en persona al amor, caminamos juntos. Siempre como amigos; pues siempre creí que algo así, no podía ser amado por alguien tan simple que escribía versos en la calle.
Al sonido de su voz, el tiempo dormía, callaba, se volvía mas tímido y taciturno, suave, melódico, como el golpear del viento sobre una marimba.
Conversábamos del mundo, del que no conocíamos nada, del que todo era nuevo, apenas escrito, y era tan reciente que bajábamos la voz para no mancharnos con la tinta.
Sentados en el umbral del patio, platicando de nosotros, sin más luz que la de algunas luciérnagas sordas que llegaban por el espacio sideral, hasta chocar con nuestra voz, no sentíamos miedo, no había palabra alguna que describiese algo que para nosotros no existía., jamás dormía, por que en lo sublime del sueño, seguía estando postrado frente a el umbral de su puerta.
Nos separamos un martes cualquiera, que no parecía un día de la semana, si no mas bien un funeral; pero no había muerto especial, todos éramos de alguna manera parte de la marcha fúnebre, los árboles que antes se morían de frío, y las rosas que se deshacían de amor por entre las enredaderas, eran los invitados de aquel cuadro gótico. Parecía como si el, el hombre que detenía el tiempo, hubiera dejado de soñar y se hubiera despertado, solo para echarle agua fría al mundo y levantarlo, y regarle su tinta.
Otra escritora ocupo su espacio, yo la invente, le dije como actuar, le di el guión de sus sueños, y ella como vil roedor, le puso voz, y acaparo su sistema. Yo seguí estando sentada en el mismo lugar con la misma hoja sin escribir toda la vida. Y lo volví a ver acompañado de mi personaje ladrón, y nunca lo vi tan solo como en ese cuadro; ya no afectaba nada y sus ojos de fuego solo reflejaban las esteras de humo, taciturnos, tristes, y toda la vida que había en el se la habían aspirado las rosas.
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