Dedicado a Ted Bundy (1946-1989)
Con esa glacial mirada,
destilas ignominioso desprecio,
el rebaño de corderos te repugna,
sus patéticas sonrisas son epítetos,
alegorías del conformismo, la monotonía...
Sus vidas son espejos que se reflejan al infinito,
la homogeneidad de la idiotez se sublima,
en las masas de seres indiferenciados, anónimos, anodinos,
simples marionetas del destino,
artífices de su propia perdición...
Te compadeces de la miseria ajena,
de la existencia vacía, irreflexiva,
el arrepentimiento es un paliativo tardío,
un ineficaz placebo, un subterfugio…
La panacea de los corderos,
que vagan por la vida, esclavizados, presos,
es la muerte, el sufrimiento...
La conciencia no te atormenta,
cuestionas su existencia a priori ,
su utilidad como arma para reprimir pasiones y deseos,
reconoces en ella una fabricación, una entelequia,
una idea emancipada de la realidad,
una ficción útil socialmente,
una convención normativa,
el idealismo platónico se hace evidente...
Eres un arma divina, el demiurgo de la balanza,
reestableces el precario equilibrio del universo,
con un soplo congelas el tiempo,
no reprimes tus instintos, como los corderos,
¿vivificas la muerte?
¿mortificas la vida?
siegas la semilla con tú hoz,
castigas lo rutinario, la uniformidad, la masificación,
te yergues cual superhombre,
eres un visionario del género humano,
la monstruosidad no es más que un etéreo velo,
una llamarada de acusaciones infundadas...
Blandes luminosa espada,
cual caballero de antaño,
siegas los miembros con tú hoz,
mutilas los cuerpos con desigual talento,
la escena del crimen es un pergamino,
donde sangre, sesos y vísceras conforman un conjunto pictórico intenso,
una amalgama de restos se arremolinan en el lienzo,
una furtiva mirada se vislumbra en tú rostro,
has cumplido tú misión, tú anhelo...
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