La Parábola de los Hermanos
“Y él le dijo:
¿ Qué has hecho?
La voz de la sangre
de tu hermano clama
a mí desde la tierra.”
Génesis 4:10
Digamos que llovía violentamente. El Rubio, con un golpe rápido y violento, pegó primero: destrozándole, a su sorprendido rival, ese conjunto absurdo hecho de piel, cartílagos, relieves y profundidades. Un zumbido punzante, acompañado por un cúmulo titilante de puntos luminosos, ayudaron a que esos furiosos hilos de sangre rodaran en tropel, como enloquecidos, sobre el rostro del otro.
El otro (El Gordo), aun aturdido, lanzó un grotesco chillido de dolor: igual que una bestia a la que se le castiga sin motivos. Sin embargo, pudo responder al ataque, lanzando un sólido mazazo descendente de nudillos crispados en busca de venganza. Este dio, de pleno, en el rostro del Rubio; más precisamente en ese imaginario triángulo facial que conforman la mejilla, la nariz y el ojo. Con ello hizo recular al blondo rival varios pasos atrás en la batalla: llevando las cosas casi, casi hasta el punto mismo de partida.
Rodaron por el suelo. El Rubio trenzado al fofo cuello del Gordo quien, asfixiado por la acción, enrojecía precipitadamente. Llevado más por la desesperación que por la astucia, este comenzó a estrujarle, con una de sus insolentes manos peludas y obesas, los testículos a su contendiente, exprimiéndoselos hasta él limite mismo de sus cavidades cavernosas. El doloroso y breve dilema de saber quien dejaría de prensar, trenzar y ceder ante el dolor o la asfixia, se vio resuelto por un fétido resbalón pestilente; devenido como consecuencia de la mierda que, en un momento, uno de ellos, por turbación, apremio y pavura, depuso.
Brutal paliza mutua. Se erguían y se revolcaban sobre todo y contra todo. Los pelos, pegoteados por el barro, el excremento y un profundo sudor ensangrentado, se sacudían al brutal ritmo de la lucha. El cielo bramaba, como si allí arriba Dios y el Diablo, enardecidos por un odio supremo, estuvieran también batallando entre la debilidad y la fortaleza. Rugidos, llantos e insultos se entremezclaban sobre la improvisada arena. Expectante, la muerte, que no era amiga ni de Dios, ni del Diablo, observaba, a la distancia, el devenir de los sucesos.
Lentamente el sol comenzó a oscurecerse. El intenso frío crepuscular resquebrajaba aun más la piel y el filo de los machucados nudillos. El Rubio conservaba su rostro casi intacto; a excepción de aquel imaginario triángulo facial, ya violáceo, ya deforme, ya sanguinolento. Todas sus fuerzas, esas que el odio había hecho casi infinitas, poco a poco comenzaban a abandonarlo; debido en parte a la resistencia sostenida de los descomunales embates, por el gordo, dados.
En cambio el otro (El Gordo), si, cargaba con un rostro amoratado, salvaje y perturbado por el dolor; el cual, a cada restallido de relámpago, se le iluminaba como una mueca de espanto: abatida y abstracta. Sobre su cuerpo en cambio, asomaban cientos de heridas como labios abiertos y la piel, y todas sus carnes, violentamente laceradas. Todo su cuerpo conformaba un trazo perfecto de lo acontecido. Esas heridas, dibujadas por la violencia de aquella contienda entre hermanos, serían el germen de futuras cicatrices; amargo testimonio de todo lo sucedido.
La noche, autoritariamente, se apoderó del lugar. El fatigado letargo que la acompañaba, iba confundiéndose con el sonido mugriento del agua cayendo por los canales; para ese entonces único sonido quebrantador en todo aquel cuadro silente. Lentamente las penumbras fueron disuadiendo a las nubes de la tempestad, diluyéndolas, pesadamente, en una trágica quietud de brumas premonitorias.
Entonces, los enfurecidos dedos, simplemente, dejaron de hacer presión...
Esa nueva armonía de cuerpos estáticos y desencajados resultaba completamente ajena a la realidad de los hechos pasados. Solo el vaho entrecortado, que uno de ellos exhalaba agitadamente, marcaba la diferencia del único sobreviviente.
La afrenta había llegado a su fin…
Y Jehová le dijo a Caín:
¿Dónde está Abel
tu hermano…?
Y él respondió:
No sé.
Soy yo acaso
el guardián de mi hermano...?
Génesis 4:9
GAZULO®
SEPTIEMBRE 2002
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