El Wheather Channel dijo que ochenta, pero los truenos, rayos y relámpagos insistían en que cien. Salí del apartamento con la esperanza de regresar antes de que empezara la lluvia, no me gusta manejar bajo tormentas eléctricas, odiaría morir de un "rayazo" y no poder escribir el cuento.

Cuando regresaba, las luces del carro lo alumbraron de frente. Allí estaba, debajo de un gran árbol, arrinconado por su impotencia, abandonado a su suerte. Me gustó desde que lo vi: era fuerte, joven y robusto, podría servir en la casa. Mi esposa es una mujer práctica, si hubiera podido servir de algo, no le hubiera importado que compartiera el dormitorio con nosotros.

Arrimé el carro cuanto pude, me acerqué a él e intenté ayudarlo a subir para que juntos escapáramos de aquel maldito lugar. Era demasiado grande y pesado, además, no aportaba nada a su propia causa, ayudaba menos que un borracho. Empezaba a llover y eso complicó la operación, el piso empezó a volverse resbaloso y en cierto momento por poco caemos al suelo. La llovizna se convirtió en copiosa lluvia y entonces la impotencia que al principio lo embargaba a él, se apoderó de mí y no tuve otra alternativa que darme por vencido y dejarle allí, abandonado a su suerte.

Antes de alejarme lo vi, aún inmóvil, debajo de aquella lluvia torrencial que lo empapaba sin piedad. Entré al carro y entendí que ya no se podría hacer nada por él, estaba enchumbado hasta el tuétano y al día siguiente los del ayuntamiento se lo llevarían y lo tirarían así como si nada, como si nunca le hubiera servido a nadie. Mientras tanto, yo seguiré con este desasosiego en el pecho que me durará por muchos días. He visto agonizar a un mueble y no he podido hacer lo suficiente para salvarlo...