“Y con sus mismos dedos invisibles
borre la identidad que nos separa...” (Pablo Neruda)



Arrastró esa pesada carga con sus manos temblorosas hasta el patio. La introdujo dentro del tanque, esperando que el ácido hiciera efecto. Mientras, un olor nauseabundo afloraba por los pequeños poros del recipiente, impregnando los alrededores. Cuando el cuerpo estuvo desintegrado, echó ese mezcla de lípidos, pieles y huesos en la rejilla del desagüe; se quitó los guantes y las botas, para con una sonrisa vengativa dar aviso policial de la repentina desaparición de su mujer...

Ana Cecilia. ©